La nueva estación de autobuses no llega a Valladolid
La infraestructura de buses en la ciudad más grande de Castilla y León permanece sin apenas reformas en 50 años
La estación de autobuses de Valladolid puede oler a jamón o a pis dependiendo de la puerta de acceso por la que se entre. A un lado, una charcutería exhibe género para el viajero hambriento. Al otro, los decadentes baños, construidos hace 50 años y sin apenas reformas desde entonces, exigen arrugar la nariz incluso al pasar por la calle. Los techos con goteras y paneles inoperativos contribuyen a la hora de ofrecer una pésima imagen a quien llegue a la ciudad. El nuevo Ayuntamiento, surgido al albur de un pacto entre PP y Vox, pide que la Junta de Castilla y León, integrada por la misma coalición, ejecute sus competencias sobre la infraestructura y apriete a los concesionarios. La anterior corporación, del PSOE con Valladolid Toma La Palabra, denuncia años de dejadez mientras otras urbes sí reciben proyectos para sus estaciones.
El responsable de la adjudicataria encargada de los arreglos y reformas, Francisco García, admite que el Gobierno autonómico confirmó el mal estado de los baños tras una inspección que realizada el pasado junio. El comienzo de las obras que pretenden mejorar su estado ha tenido que esperar hasta la primera semana de septiembre, ya que no ha sido fácil encontrar el personal requerido.
Con el fin de suplir los maltrechos servicios, se han instalado baños de obra, esas cabinas de plástico tan habituales en los festivales de música o las ferias regionales. El trajín constante de buses que llegan de Madrid, otras provincias de la Comunidad o de los pueblos vallisoletanos, provoca que muchos de los viajeros masculinos tengan que agolpar sus inquietas vejigas frente a estos inodoros portátiles.
Pero los estragos del tiempo y el descuido hacen que los problemas no acaben, ni mucho menos, en el estado de los baños. Las decenas de dársenas acumulan excrementos de paloma y todo tipo de suciedad. Hasta el suelo padece la erosión y los daños tras las bodas de oro de este espacio de hormigón edificado en 1972. García también critica la suciedad de los andenes, o el hecho de que hasta las bocanas de luz estén opacadas por los excrementos de paloma: “Hay que darle otro aire y más iluminación”.
El estado de la construcción es, para él, “indigno” de la estación que más movimiento soporta en todo Castilla y León, y esgrime que las razones que han impedido abordar los sucesivos proyectos de remodelación son políticas. “Hemos escuchado muchas palabras sobre proyectos maravillosos como una estación intermodal, con trenes y buses, pero a la hora de la verdad, nada concreto”.
El concejal de Movilidad, Ignacio Zarandona (PP), ha visitado el espacio y resta importancia a las críticas sobre las condiciones en las que se encuentra: “No me parecía que su estado fuese tan desastroso. Es antigua y necesita retoques de conservación, como es normal”. Para él, la prioridad pasa por un plan consistorial que consistiría en soterrar la estación
El debate lleva años planeando sobre Valladolid vinculada con los nuevos proyectos para la estación de trenes. El anterior mando municipal impulsó un modelo de integración ferroviaria que supondría el traslado de la estación de autobuses a otra zona, destinando la parcela que ocupa en la actualidad para la construcción de viviendas.
El exconcejal de Movilidad, Pedro Herrero (PSOE), cifra en seis millones de viajeros el tráfico humano de la estación con 600 vehículos diarios, la más grande de la comunidad. El anterior edil lamenta haber “clamado en el desierto” durante los ocho años de mandato sin suscitar el interés de la Junta, que sí ha invertido unos 30 millones procedentes de fondos europeos para remodelar las estaciones de León, Palencia, Ávila, Soria, Ciudad Rodrigo (Salamanca), Benavente (Zamora) o Ponferrada (Léon): “Luego dicen fuera que los de Valladolid nos lo llevamos todo”.
Herrero denuncia que PP y Vox rechazaron una moción, la primera de la nueva legislatura, para urgir implicación el Ejecutivo regional y argumenta que se acordó el traslado de la estación dentro del convenio de integración, ahora suspendido. “Podrían arreglar al menos la actual mientras se decide qué hacer con la nueva”, expone. Por ahora, el viejo edificio ve cómo los negocios van cerrando poco a poco, a excepción de un quiosco, una tienda de bocadillos y un salón de apuestas. Hasta que se aclare el futuro de la estación, los viajeros o quienes esperan a quienes llegan pisan sobre un cemento que mezcla chicles, suciedad y excrementos. En caso de que quieran ir al baño, encontrarán un cartel de “fuera de servicio”.
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