En el epicentro de la sequía en España: así sobrevive Tomelloso a 134 días sin lluvia
Este municipio de Castilla-La Mancha ya ha perdido sus cultivos de cereal, ha adelantado el riego de las viñas y mira temeroso la tierra seca
José Antonio Martínez Lara tiene 49 años y mientras estira la goma de regadío entre las cepas rumia preocupado que esto ya lo ha vivido. Que se va a poner muy fea la cosa. A los mandos del tractor va subido su padre, Patricio, de 75 años, que se niega a quedarse en su casa después de toda la vida arando esas tierras, porque además también se huele lo peor. Los observa a lo lejos el nieto, se llama también José Antonio y tiene 17, que en la última gran sequía aún no había nacido. Los Martínez están tratando de salvar esas hectáreas de viña con riego por goteo, porque en el municipio manchego donde están, Tomelloso, en la provincia de Ciudad Real, lleva sin llover 134 días. Y acaban de perder toda la cosecha de cereal, 25.000 euros a la basura. En la localidad donde menos agua ha caído este año, sus habitantes, fundamentalmente agricultores, viven mirando al cielo. Están en el epicentro de la sequía en España.
Tomelloso tiene unos 36.000 habitantes, más de 23.000 hectáreas de cultivos de vid, además de campos sembrados de cebada, olivos, almendros y algunos melones. En este pueblo de Ciudad Real, que cuenta con la cooperativa vitivinícola más grande del mundo, la de la Virgen de las Viñas, con casi 3.000 socios, se dice que las deudas las quitaba la viña. Que cuando una cosecha salía bien, Tomelloso rebosaba poderío: se compraban solares, maquinaria, se cambiaban las instalaciones. Se respiraba que había dinero al entrar. Pero ese dicho este martes seco de abril ha perdido su sentido.
El presidente de la cooperativa, Rafael Torres, cuenta que está “profundamente preocupado”, que “la situación del campo está francamente mal”, que a las sacudidas de la pandemia y la guerra de Ucrania, que provocó el aumento de los costes —del abono, del gasoil, de los fitosanitarios—, solo le faltaba una sequía. “Es la puntilla”, resumirá José Antonio Martínez desde su viña a las afueras del pueblo. Porque en la tierra las únicas predicciones que importan son las del tiempo y no las de los grandes bancos.
Y en este municipio no ha llovido una gota. Menos de la mitad de lo que suele llover en esta tierra árida de La Mancha. Tan acostumbrada a que llueva poco que su variedad de uva autóctona, Airén —utilizada fundamentalmente para vino blanco—, resiste como ninguna la falta de agua. Pero tiene un límite. Por eso los Martínez estiran la goma negra entre las cepas de vaso o cepa baja, las que se han cultivado siempre en la zona y que requieren doblar la espalda para la vendimia. Han abierto el grifo antes de tiempo. Nunca se había comenzado a dar un riego de apoyo en abril y no saben si la cantidad de agua permitida alcanzará hasta agosto. Pero no hay otra opción.
El agua que no cae del cielo, se pelea en la tierra. A nadie se le escapa que en el terruño manchego siempre hubo terratenientes y “aguatenientes”, cuentan los vecinos. Y a unos 20 o 30 metros, bajo los surcos empolvados, hay extensiones de agua subterránea suficientes para regar y multiplicar la producción de todos los que sufren arriba. Pero desde que en 1995 una fuerte sequía azotara los campos y provocara una reducción considerable de los recursos hídricos, se impuso un férreo control a los pozos ilegales y a la cantidad de agua que cada agricultor podía suministrar a su tierra. Y el agua permitida nunca es suficiente si no llueve.
En estos días en los que la sequía se discute en el café, en los bares, en los soportales de la plaza de España, frente al Ayuntamiento blanco impoluto, hay una imagen que no se les va de la cabeza. El pantano de Peñarroya, a unos 15 kilómetros de Tomelloso, está casi a rebosar. El martes grupos de jóvenes jugaban y saltaban sobre sus aguas cristalinas. Los datos oficiales lo confirman, está al 86% de su capacidad, en el momento más seco del municipio en casi tres décadas. “¿Cómo es posible si no ha llovido?”, se preguntan en el pueblo tres jubilados que especulan con el origen de sus aguas, que consideran un misterio.
“Peñarroya se llena con las Lagunas de Ruidera. Es en los acuíferos del campo de Montiel donde se filtra el agua y por gravedad se descarga en las lagunas, que están protegidas por muchas restricciones, una vez que las lagunas cubren su ciclo natural salen por la última laguna que es el pantano. El agua escurre hasta ahí y se acumula”, explica el presidente de la Federación de Regantes de Castilla-La Mancha, Herminio Molina. El embalse riega unas 8.000 hectáreas de los municipios aledaños, incluido Tomelloso.
Los cultivos de regadío del municipio, que suponen alrededor de la mitad —el secano resiste con el 40% en la vid y 50% en el resto de plantaciones, explica Torres— se nutren de dos formas: del acuífero 23 y del embalse de Peñarroya. El límite para quienes riegan con agua subterránea es de 1.350 metros cúbicos por hectárea y unos 3.000 para los que, como los Martínez, se abastecen del pantano. “En ningún caso los sembradíos pueden vivir solo con esas cantidades si no llueve”, explica Molina.
“En esta zona, los cereales podemos decir que se han perdido prácticamente todos. Los de secano”, explica Torres. Cultivos como el de José Antonio, que implican una inversión de unos 800 euros por hectárea, se han echado a perder, incluso aunque lloviera en el próximo mes. Los sindicatos agrarios buscan estos días solicitar ayudas directas del Gobierno autonómico para paliar las pérdidas. “Mantener el secano, que son explotaciones casi todas familiares, es ya una cuestión sentimental”, advierte Torres.
A unos kilómetros de la viña de José Antonio, otro agricultor, Hilario Díaz, de 73 años, remueve con una azada la tierra. “Mira, no hay ni una raíz viva. Aquí no hay ni pizca de humedad, tires por donde tires está seco”, cuenta mientras levanta el polvo de los surcos entre sus parras de espaldera. Cuentan con riego por goteo de las aguas subterráneas, pero como el resto, debe calcular la cantidad precisa para no agotarla antes de agosto. “No llega a manchar más de dos palmos de tierra”, señala. Las altas temperaturas que se esperan esta semana no ayudan. Y las cepas han perdido fuerza. Señala la falta de yemas, los sarmientos secos. “Esto es un desastre”, resume.
Los Martínez tienen 200 hectáreas sembradas en la zona. Son de otro municipio todavía más seco, La Solana, pero fueron huyendo poco a poco hacia zonas más húmedas, a golpe de préstamos y sudor, como el que empapa por rodales amarillentos la camisa de José Antonio este martes caluroso. Posee una superficie nada desdeñable, reconoce, para el hijo único de un pastor que nació en el campo y promete morir ahí. Aunque a sus 75 años, Patricio, el patriarca, que baja con maestría del tractor —porque la rodilla le fallará en un escalón, pero no en la era— ha aprendido a disfrutar ahora las vacaciones. Antes, cuando su hijo le proponía irse a Cádiz, él le respondía: “Yo no sé si voy a saber ser turista”.
José Antonio se quita el sombrero de paja para hablar de la situación y se pone muy serio. Recuerda que en el 95 tuvo que arrancar las cepas y meterse a trabajar en una gasolinera y también a cargar melones. “Fue una época que me dejó un trauma, como decís los de ciudad”, apunta. “Y es que estoy viendo que está pasando lo mismo, lo mismo...”. Su hijo, el mayor de tres, ha dejado los estudios y sus planes de hacer un módulo de Mecánica para dedicarse al campo, como su padre y como su abuelo. Cuando el joven se aleja, su padre se pone triste: “Yo creo que ha sido un error. No sé cómo va a vivir de esto. No quiero que viva lo que he vivido yo”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.