Salvar el bar del pueblo por ley: el Congreso estudia proteger con ayudas los locales que insuflan vida a municipios pequeños
Teruel Existe intenta poner de acuerdo a los partidos para dotar de beneficios fiscales a las tabernas rurales, incluyéndolas en la “economía social”
—¡Buenos días por la mañana!
—¡Muy buenas, jóvenes!
Gregorio García y Manuel Hernández no son tan jóvenes, pero sus 75 y 66 años tampoco suponen vejez en la Soria despoblada. Al asomarse al bar del municipio de Renieblas (109 habitantes) aparecen sendos vasos de verdejo. La camarera, Andra Lazar, rumana de 34 años, saluda a esos nómadas de taberna, pues en sus pueblos ya no hay bar y migran al más cercano por un vino y una charla. “Calderuela está muerto. Desde que cerró el bar, cayó en picado”, lamentan ante el resto de la clientela, que mantiene entre taburetes y botellines un reducto de vida social. La despoblación condena a los establecimientos rurales, necesitados, para sobrevivir, de implicación popular. Y de empujoncitos políticos: Teruel Existe ha presentado en el Congreso una proposición de ley para incluir estos negocios en la Ley de Economía Social y dotarlos así de ventajas económicas, fiscales y administrativas. La iniciativa, que beneficiaría a “los establecimientos de hostelería y restauración” y los “pequeños comercios, incluida la venta ambulante”, que prestan sus servicios en pueblos de menos de 200 habitantes, inició su tramitación hace dos semanas con el apoyo de la práctica totalidad de la Cámara baja. Ahora los grupos deberán afinar el contenido del texto.
“No hay bar que por bien no venga”, “no entendí que un pueblo sin bar muere hasta que vine hace cuatro años. ¡Qué harían si no!”, exclama Lazar, gerente del oasis, entre calles desérticas y persianas bajadas. Los parroquianos forman una familia consciente de que, sin consumir, perderán este ágora. Teófilo Martín y Rosa de la Nava, de 52 años, celebran la existencia de ese “punto de encuentro” donde las señoras echan la partida y que se sostiene con cafés, cervezas o cenas. La golosa Manoli, de 80, compra cada vez 20 helados que saborea luego poco a poco en casa, los días de recogimiento. Los mayores vieron a Sergio Gallardo, de 34, criarse allí hasta que su familia, que regentaba el bar, se jubiló y dio paso al mando actual. “Hay gente que viene poco, pero si cierra se enfada”, señala el joven.
Cómo lo añorarían si eso ocurriera, comentan. El diputado Tomás Guitarte recogió este sentir al exponer la propuesta legislativa; recordó, por ejemplo, que en Jabaloyas (Teruel, unos 100 habitantes) una moción de censura descabalgó al alcalde que había permitido que cerrase la taberna, y reivindicó “el servicio básico” que estos locales aportan en localidades pequeñas.
Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), 2.485 de los 8.131 municipios de España tienen menos de 200 habitantes: representan el 30% de los municipios, pero solo acogen al 0,5% de la población española (238.026 personas, algo más que la población de Granada capital). Además, un estudio del año 2022 elaborado por la Asociación de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales concluye que el 0,3% de los españoles (142.781 personas) habita en pueblos sin bar, casi todos menores de 100 residentes. La mitad de ellas, en Castilla y León: Zamora (6%) y Soria (5,13%), que ocupan el podio de la despoblación, son las provincias con más gente sin bar. Uno de los autores del informe, el soriano Gustavo García, explica que recabaron estos datos escudriñando el INE y “buscando en cada pueblo fotos, reseñas u horarios de los bares o llamando a ayuntamientos”. Algunos resisten por su posición en carretera, visitantes de fin de semana o vacaciones, o por situarse en enclaves turísticos; otros, porque los ayuntamientos ofrecen vivienda o ayudas a quienes los regentan.
La normativa que el Congreso se dispone a aprobar —modificando una ley de 2011— aboga por promover la “solidaridad interna y con la sociedad”, o sea, el ambientillo de un bareto de pueblo a la hora del vermú. Estos locales pasarían a asimilarse a entidades como cooperativas, mutuas o fundaciones, que gozan de bonificaciones en la Seguridad Social, el pago único del paro u otros incentivos económicos o administrativos. La hostelera Melania Cascante, de 63 años, hace números en Villares (Soria, 78 personas). “En invierno hay 12 vecinos. Con 12 cafés, ¿cómo aguantamos? Un bar de pueblo no da”, sentencia Cascante, pidiendo implicación popular y política para conservar el medio rural. Sin los forasteros atraídos por su premiada gastronomía, clausuraría. “¿Tú sabes lo triste que es verlo vacío con el bar cerrado?”, inquiere, señalando el pueblo. Otro ejemplo: el también soriano Buitrago (71 empadronados). El bar se despidió hace meses, tras no entenderse los dueños con el Ayuntamiento, y dejó huérfana de cañas a Rosario de Marrón, de 51 años. En Semana Santa, con el municipio ahí sí desbordado, sacó unas mesas de su casa y puso unas cervezas para simular la vidilla tabernaria: “¡Es un tema peliagudo, la gente lo quiere, pero luego no va!”, dice.
El sol caldea el paseíto de Felipe Díaz, de 87 años, por Tera (99 habitantes), cuyo bar justo cierra el día de la visita. “¡Yo no fallo!”, presume el anciano en la silla de ruedas mecanizada que lo transporta. Él y su esposa, Inés Romero, de 76, toman a diario un cortado y un vino o una caña —“Uno por gusto y otro por hacer gasto”—. Las mujeres juegan a la brisca, ellos al gañote, y todos disfrutan de la compañía. Tanto en Tera como en la vecina Almarza comentan con naturalidad que muchos parroquianos han muerto y desequilibrado las partidas. Ley de vida y naipes. Las boinas, gorras y canas de Juan López, Herminio Martínez, Restituto Vinuesa y Jesús Ruiz, de entre 63 y 78 años, se rozan sobre el tapete del bar de Almarza, donde apuestan la consumición al gañote. “¡No tengo brisca!”, “¡Ay, Herminio, con las 40!”, o “Yo no sé quién da, pero da fatal”, braman, ante Felipa González, de 90 años, rodeada por sus hijas y nieta pero sin cartas. “A mí me gusta jugar con las mujeres; los hombres hacen trampas”, explica, y reclama más presencia femenina. “¡Que les den morcilla!”, zanja. Ella, maestra de la brisca, se ha pasado al solitario.
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