Sin perdón en Sanxenxo
El mismo hombre que pidió disculpas por cazar elefantes en medio de una crisis económica no ha encontrado pertinente hacerlo tras descubrirse que defraudaba impuestos
Ni discreción ni “vida personal en ámbitos privados”, como anunció el comunicado de la Casa del Rey, sino un recibimiento con besamanos encabezado por el alcalde de Sanxenxo (Pontevedra), Telmo Martín, alrededor de una muchedumbre que, descontadas las decenas de periodistas, rondaba el centenar de personas. Había ambiente de fiesta y reparación entre gritos de “viva el rey y viva España”. Se notaba incluso en el coche de Pedro Campos que llevaba a Juan Carlos de Borbón, que avanzó despacio por el puerto con la ventanilla bajada mientras el rey emérito saludaba, como en los viejos tiempos, a la gente que lo aclamaba. En la entrada al Real Club Náutico de Sanxenxo se agolpaba en las vallas un grupo de personas con tantas ganas de vitorear que le propinaron el primer “guapo, guapo” a un empleado que les acercó botellines de agua fría (provocando estampidas a los balcones del propio club creyendo que había llegado el rey emérito). Muchas de esas personas se emocionaron (al menos tres mujeres de avanzada edad rompieron a llorar) en el momento en que por fin, tras una hora de espera, el rey emérito, Juan Carlos I, bajó del coche acompañado por su hija la infanta Elena.
“Viva la infanta de España”, se desgañitó una señora tocada por un sombrero de paja para protegerse del intenso calor. “¡Viva!” respondió al unísono la multitud, que a partir de ahí empezó un concurso de ensayo-error de cánticos hasta dar con el adecuado, que fue “viva el rey” sin música alguna, pero a coro. Se intentó con “que se quede, que se quede”, pero dos hombres muy entusiastas se quedaron solos en el intento y, cansados, se giraron hacia la barra del club para pedir cerveza fría. Había ambiente de charanga y pandereta, muy veraniego. La tripulación del barco Bribón de Juan Carlos de Borbón lo esperaba a la puerta del edificio. Dentro, un enorme cuadro del rey emérito (inspirado en su imagen del año 2000, el primero en que visitó Sanxenxo) presidía la segunda planta, donde unas vecinas del pueblo extendieron una enorme bandera de España. En el edificio del Náutico, en sus salas y en sus pasillos, se reproducían numerosas imágenes de Juan Carlos de Borbón en diferentes momentos de los últimos 22 años, todos ellos más felices que este último, ya proscrito por una familia que le impide directamente pernoctar en palacio. La opinión mayoritaria entre la gente más razonable de los monárquicos que el viernes recibieron eufóricos al rey emérito era que todo el mundo merecía una segunda oportunidad, que había estado “desacertado” pero que, si mucha gente le daba la espalda, era el momento en que la gente del pueblo que lo quería se lo demostrase. Teoría, matizaron a su manera, inaplicable para cualquier otro ciudadano que haya tenido “desaciertos” similares.
Era la primera aparición pública de don Juan Carlos —que se movía muy lentamente con ayuda de un bastón—, y aprovechó para subirse al Bribón, posar en él con la tripulación, y luego subirse a una lancha desde la que poder seguir la regata. Declinó hablar a pesar de que se había extendido el rumor de que lo haría brevemente. Dio explicaciones a distancia a las reporteras de televisión que reclamaban que se acercase a la valla, haciéndoles ver que no podía ir hacia ellas. No hubo petición de perdón o disculpas tras los delitos acreditados por la Fiscalía y sobreseídos a causa de la inviolabilidad que gozó hasta 2014, por haber prescrito o por pagar a Hacienda las cantidades defraudadas en relación con su fortuna oculta. El mismo hombre que vio pertinente, o se lo hicieron ver, pedir disculpas públicas en 2012 (“lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir”) después de ser pillado cazando elefantes con una “amiga entrañable”, como se autocalificó ella, en medio de una crisis económica, no ha encontrado pertinente hacerlo tras saberse que, durante esa crisis y desde hacía años, se estaba lucrando ilegalmente y defraudando impuestos del país que reinaba.
El de Sanxenxo está siendo un paseo de rosas lleno de afecto y cariño de unos pocos, la mayoría relacionada con el Real Club Náutico y el ambiente agradecido de regatas por el que ha venido desde Abu Dabi rompiendo —con permiso— una suerte de orden de alejamiento de España decretada por el Gobierno y la Casa del Rey. Tampoco ha hecho el rey emérito referencia en privado, hasta donde ha podido saber este periódico, al motivo de elección de la localidad pontevedresa en un fin de semana de competición de vela para su primera visita a España desde 2020, encrespando los ánimos de quienes todavía, entre ellos muchos monárquicos y antaño juancarlistas, esperan explicaciones sobre su comportamiento.
Sanxenxo es un oasis en la vida del viejo monarca; un pueblo pequeño en el que no es difícil encontrar gente que lo adore; mar; su amigo Pedro Campos y su tripulación; además de un sector, la hostelería, que agradece la publicidad mediática. Campos ya ha advertido de que el rey emérito volverá pronto. El alcalde, el mismo que lo recibió hace 22 años como símbolo del nuevo puerto deportivo de un pueblo necesitado de visitantes ilustres, cree que nada ha cambiado, y lo demuestra; todo es agua pasada, pero ni cuando pasaba era agua sucia. Juan Carlos I ha cambiado Mallorca y el Mediterráneo por Sanxenxo y el Atlántico; el mar de la literatura y la cultura, el mar de Ulises, por el océano frío e impredecible, un océano que incluso en calma, como advierten los marineros más bregados, no tiene memoria ni piedad.
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