‘Manolín, el hijo de Pepe’, el biólogo que amaba el mar
El cuerpo del grancanario Manuel Navarro es uno de los que no ha podido ser recuperado tras el naufragio del pesquero ‘Villa de Pitanxo’
El tiempo parece haberse detenido en el bar Rodríguez, uno de los centros de reunión tradicionales de Lomo Apolinario, un humilde barrio en la parte alta de Las Palmas de Gran Canaria. El local es propiedad de Carmen Rodríguez y José Navarro. Ellos son los padres de Manuel Navarro, el biólogo grancanario de 33 años que viajaba como observador a bordo del pesquero Villa de Pitanxo, un barco congelador de 50 metros de eslora (largo) que naufragó el martes a 450 kilómetros al sureste de la isla canadiense de Terranova. Su cuerpo es uno de los 12 que no han podido ser rescatados. Ya difícilmente aparecerán, toda vez que las autoridades del país norteamericano suspendieron el pasado miércoles de forma definitiva las tareas de búsqueda y rescate. Tres tripulantes lograron salvar la vida y los cadáveres de otros nueve fueron localizados en las primeras horas.
“En el barrio estamos todos hundidos, de bajona”, dice Antonio García, acodado en la puerta del establecimiento. García es vecino, puerta con puerta, de la familia, y conoce a Manuel desde pequeño. Su descripción de Navarro coincide con la de todo aquel al que se le pregunta en la zona: trabajador, gran persona, amante del baloncesto y de la Unión Deportiva Las Palmas y, sobre todo, apasionado del mar. Manolín, “el hijo de Pepe, el del bar”.
Navarro estudió en el colegio público del barrio, el CEIP Pintor Néstor (al pintor grancanario Néstor Martín-Fernández de la Torre). La cancha de baloncesto fue testigo, cuentan sus vecinos, de muchos de los partidos en los que participó en su juventud. No se movió del barrio para cursar secundaria. Su instituto, el IES Ana Benítez, dista apenas 700 metros a pie.
La gran pasión de Navarro, prosiguen sus conocidos, siempre fue el mar. Tanto, que poseía una embarcación de recreo en el muelle deportivo de la capital y que, una vez concluidos sus estudios de Biología en la Universidad de La Laguna, en Tenerife, no dudó en buscar la forma de embarcarse para ejercer su profesión.
En el bar, la mayor parte de clientes rehúsan hablar. “Me parece una situación muy dolorosa para la familia”, afirma un vecino que no revela su nombre. “Los pobres padres tienen que estar destrozados. El chico es el pequeño de tres hermanos, y ayudaba en el bar siempre que no estaba embarcado”.
Algo que últimamente no era frecuente. Navarro estaba empleado por el armador del Pitanxo, la Pesquería Nores Marín S. L., como guardián de sostenibilidad pesquera. Su trabajo consistía en controlar la pesca que se llevaba (cuánto se pesca, la talla que tienen y qué se descarta) y vigilar a su vez que las redes no capturasen especies que pudieran estar protegidas en cada caladero. “Es un trabajo tan duro y peligroso como el de los propios pescadores”, explican fuentes de la investigación marina en Las Palmas de Gran Canaria, “pero, por lo general, con peores condiciones laborales”.
Sus amigos relataron al diario local La Provincia que esta era la cuarta vez que Navarro se enrolaba. En anteriores ocasiones sus destinos habían sido la propia costa canadiense, Brasil y Cabo Verde.
La televisión resuena en el bar, con el canal autonómico sintonizado. Los parroquianos miran la pantalla con ojos humedecidos, pendientes de las últimas noticias. “Solo quiero que aparezca”, apuntaba su madre, Carmen Rodríguez, el pasado miércoles. Ellos recibieron la primera llamada el mismo martes. El patrón del buque les telefoneó para comunicarles que el pesquero se había hundido. “Si aparece será un milagro”, se lamenta una señora de mediana edad que apura un café con leche. “Pero han suspendido todo… Ya solo queda esperar lo peor”.
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