Sánchez y Díaz compiten en alejarse de los extremos
El PP no hará distinciones entre ministros para situar a todo el gabinete en la radicalidad y la mala gestión
Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, líder del PSOE y Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda y ministra de Trabajo, cabeza visible de Unidas Podemos en el Gobierno de coalición, y militante comunista, como le recuerda Vox diariamente, huyen a la vez, pero no juntos, de los extremos. El extremismo achica mucho espacio electoral. El PSOE no tiene que aprender esta lección. Aunque en su historia centenaria ha tenido tiempo para caer en posiciones radicales, no compartidas siempre sino dando lugar a fuertes divisiones internas, desde la restauración de la democracia su proyecto siempre ha descansado en atraer a mayorías sociales. Los orígenes de Unidas Podemos, en la ola de descreimiento de la política y de los partidos tradicionales, están en el potente colectivo de los indignados. Si Yolanda Díaz acepta, aún no lo ha formalizado, encabezar una plataforma progresista y de izquierdas, sobre la base de Unidas Podemos, no será para levantar banderas de “asalto a los cielos”, en proclama del exlíder de su partido. Diálogo y consenso para beneficiar a la mayoría.
La competencia, por tanto, aunque la distancia a favor del PSOE no les puede equiparar en implantación y expectativas, va a estar en cuál de los dos se acerca más a las necesidades reales del país. Tanto pragmatismo, tanto discurso, y, sobre todo medidas, pegadas a la tierra, es un problema objetivo para el líder del PP, Pablo Casado, que en poco más de tres meses ha tocado el cielo con las encuestas y sin despeñarse en absoluto, los estudios demoscópicos aprecian zozobra en su electorado potencial. En principio, y hasta nuevo giro, el líder popular tratará de desbaratar la dinámica moderada del Gobierno, en discursos y planteamientos. No solo de Sánchez, y de los ministros de Unidas Podemos, sino del equipo económico, que por sus largas trayectorias profesionales en la más pura ortodoxia europeísta, dejaba pocas dudas a su rigor económico. A por ellos. La vicepresidenta primera, Nadia Calviño, está en el ojo del huracán popular, seguida del ministro de la Seguridad Social, José Luis Escrivá, la vicepresidenta tercera, Teresa Ribera, y la ministra de Industria, Comercio y Turismo, Reyes Maroto. Para el PP todos son y serán socialcomunistas. Y pésimos gestores.
“Todo el mundo sabe que Nadia Calviño es la peor ministra de Economía de Europa; la peor ministra de Economía que ha tenido España [...] y, además, es una defraudadora”. Esta fue la respuesta pública de Pablo Casado el pasado viernes a una tensa conversación privada con Calviño que concluyó con una frase descalificadora de la vicepresidenta a Casado que tuvo al alcalde de Madrid y portavoz nacional del PP, José Luis Martínez Almeida, como receptor. Un episodio cuyo contenido literal pone a la vicepresidenta en mal lugar, puesto que fue ella quien se dirigió a Casado para preguntarle ofendida por qué había utilizado las preguntas de control en el Congreso para achacar a Pedro Sánchez la culpa de episodios de abusos sexuales a niños. “Casado está desequilibrado”. Este fue el remate de Calviño a lo que escuchó de Casado y que tuvo a Almeida como escuchante. Del lado del Gobierno se apostilla que esa literalidad pierde gravedad si los hechos pudieran ser vistos y escuchados. Pero lo ocurrido permite al PP meter a Calviño en el mismo saco que a Sánchez y a los ministros de Unidas Podemos. Los avisos de gobernantes del PP a su líder nacional para que abandone el tremendismo no serán atendidos por ahora.
Cuanto más suba el tono el PP, más se modulará el del PSOE, señalan fuentes socialistas. Todos los ministros tienen la instrucción de sacar adelante el máximo de normas posible, sobre todo, las económicas y sociales. No hace ni un mes que la oposición se echó sobre el Gobierno por la concatenación de conflictos laborales. La expectativa del Gobierno era que, al ser su naturaleza sectorial, la probabilidad de negociación y acuerdo era alta. Primero fue el sector del metal en Cádiz, con la intervención discreta de la ministra Maroto. El conflicto con la patronal del Transporte acaba de concluir con la negociación de la titular de esa cartera, Raquel Sánchez. El acuerdo de este conflicto, con ramificaciones hundidas desde hace muchos años, indica la decisión del Ejecutivo de hacer lo imposible por apagar incendios, aunque sean asuntos enquistados. La economía, el empleo o las políticas sociales son la catapulta con la que el Gobierno quiere llegar en buen estado a las próximas elecciones generales. Los fondos europeos son la razón del optimismo del Ejecutivo. Este domingo la ministra de Industria presentó un plan de ayudas en La Palma, al que se unirá la aprobación este martes de otros para Canarias, Baleares, Ceuta y Melilla. Pero hay nubarrones. La tensión máxima ha vuelto a La Moncloa por el repunte de la covid, cuando se está a la espera del anuncio más relevante de la legislatura: el acuerdo sobre la reforma laboral. La negociación la capitanea Yolanda Díaz aunque, si hay final feliz, será el presidente quien la firme. Pero dentro y fuera del Gobierno se sabe que si hay rúbrica con la CEOE y los sindicatos habrá sido obra suya, desde la moderación.
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