Oasis para refugiados en el campo de fútbol
El Ministerio de Migraciones organiza encuentros amistosos entre solicitantes de asilo para favorecer los vínculos entre ellos y con la población local
Arranca el autobús y suena la música. Un hombre se acerca desde las últimas filas, donde estaba sentado con su grupo de amigos. Tiene 25 años, nació en Malí y en el Centro público de Acogida de Refugiados (CAR) de Puente de Vallecas (Madrid) le llaman Baba pequeño para diferenciarle del otro Baba, que también reside allí y es bastante más alto. En el autocar viajan refugiados de varias nacionalidades, que se dirigen a Albacete para disputar un partido de fútbol contra un equipo similar procedente del centro de acogida de Mislata (Valencia), en una iniciativa piloto impulsada por el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. En total son 36 jugadores de diez nacionalidades distintas. “Aquí estoy tranquilo de cuerpo, pero de cabeza… Más o menos, porque nuestras familias siguen en nuestro país y allí hay guerra”, dice Baba pequeño. Él y sus amigos desembarcaron en España repartidos entre algunos de los cayucos que arribaron al muelle de Arguineguín (Gran Canaria) a principios de este año.
El de Puente de Vallecas es uno de los cuatro centros públicos para solicitantes de asilo que hay en España, junto con los de Sevilla, Valencia y Alcobendas (Madrid). La liguilla de fútbol organizada por el ministerio, y desarrollada por la Fundación Red Deporte, pretende facilitar su inclusión dentro y fuera del centro de acogida. En el mes de mayo comenzaron a prepararse los equipos (solo con jugadores varones, de entre 13 y 31 años), y este sábado se celebró el primer encuentro.
Carlos Beltrán es director de Red Deporte, una fundación que trabaja en países africanos desde 1999 y que utiliza actividades deportivas para mejorar la interacción entre personas vulnerables. En este caso, asegura que la acogida fue enorme: “Nos quedamos asombrados. La primera semana que nos pusimos a buscar grupo completamos el equipo en los dos centros”. El secretario de Estado de Migraciones, Jesús Perea, presente en el evento del sábado, afirma que pretenden dar continuidad a este tipo de iniciativas: “Fomentan la interculturalidad y la diversidad; es también un aprendizaje de ciudadanía. El deporte rompe barreras y es uno de los grandes vectores para la integración”, subraya.
Apenas el 5% de las 10.000 plazas que existen en la actualidad para acoger a refugiados está en centros públicos (el resto son centros o pisos privados, gestionados por entidades sociales con subvención del ministerio), pero Perea asegura que van a crear varios dispositivos más en los próximos tres años, para pasar de esas 400 plazas públicas a 5.000. Y todos tendrán instalaciones deportivas.
Con la misma agilidad con la que mueve el balón, Baba bromea con ser el líder del equipo. No se refiere al fútbol, sino a sus compañeros del centro. Habla cinco idiomas y hace de traductor para quien lo necesite: “Estoy muy feliz de poder estar aquí”, admite sonriente, como dando las gracias. Durante los entrenamientos, miembros de equipos locales como el Independiente de Vallecas se unieron a los migrantes para jugar en el centro de acogida. “Entendimos que el fútbol podía generar espacios de confianza y cooperación entre población local y refugiada”, afirma Beltrán. Baba recuerda con cariño esos meses: “Me hice amigo de uno de ellos y me dio su teléfono. Hablo mucho con él para mejorar mi español”.
Entre canciones de ritmo africano se cuela la canción Loco, de Justin Quiles. El fútbol no es el único lenguaje universal. “Nos gusta mucho la música latinoamericana”, dice Baba en referencia al reguetón. En el vestuario, ya a punto de salir al campo en Albacete, todos corren para coger camisetas y pantalones como si se fueran a acabar. Las equipaciones son donaciones de equipos de fútbol de primera división como el Espanyol, el Valencia, el Deportivo de la Coruña y la Federación Madrileña de Fútbol, que se ha encargado de proporcionarles las zapatillas. Muchos no aguantan la risa porque a sus compañeros les ha tocado ropa, al menos, dos tallas más grandes y parecen jugadores de la NBA.
Giorgi, un joven georgiano de 26 años, es el delantero estrella. El liderazgo que demuestra en el campo destaca igualmente fuera. Él y Nika —de 30 años y también de Georgia— viven con sus respectivas familias en el centro de Vallecas y se vuelcan en el cuidado de sus hijos y en labores que, en su cultura, son habitualmente asumidas por las mujeres. “Llama la atención porque están muy pendientes de ellas”, afirma Jorge Villegas, el animador sociocultural que trabaja para Asociación Cultural La Kalle.
La intensidad durante los partidos es alta y se lo toman en serio. En Albacete se disputan las semifinales: dos equipos de Vallecas contra dos de Mislata. La final se celebrará en Madrid, aunque aún no hay fecha. En un campo van ganando los valencianos, en el otro los madrileños arrollan 5-0. Una vez finalizan, Mohamed T., que ha perdido, se queja del reparto de jugadores del centro de acogida de Madrid: “Todos los buenos estaban en el mismo equipo”, murmura, malhumorado. Mientras, su hermano Baye T. no para de reírse. Él iba con los buenos y ha marcado un gol. Tienen 27 y 31 años respectivamente. Los dos partieron juntos del norte de Senegal hace casi un año. Su patera tardó cinco días en llegar a Gran Canaria. Pero allí les separaron: Mohamed tuvo que buscarse la vida durante semanas en las calles Las Palmas y Baye fue trasladado a Granada. Al cabo de un mes Mohamed fue desplazado a Vallecas. Y varias semanas después llegó Baye. “Nuestros hermanos y nuestros padres siguen en Senegal”.
Jorge Villegas, hincha del Rayo Vallecano y la persona que más tiempo pasa con los miembros del equipo madrileño, cree que estas actividades les ayudan a salir de su cabeza: “Muchos han pasado por experiencias de las que no quieren ni hablar”, señala. Visi Martínez Blasco, mediadora social del centro de Mislata, coincide: “Han aprendido a gestionar ciertos momentos de tensión que han vivido. Es una actividad bastante positiva”. Villegas afirma que “el objetivo del centro es que, cuando vayan a comprar el pan, todo esté bien”.
Emad (31 años) y Abdulkarim (24 años) se apartan del resto después de los encuentros para cumplir con los rezos del día. Ambos son yemeníes y no se conocían antes de coincidir en el centro de acogida. Abdulkarim fue chófer desde los 13 años y sueña con serlo en España. En el centro reciben clases de castellano e informática y les apuntan a cursos para que puedan obtener un trabajo cuando salgan. “No tenemos papeles para trabajar”, señalan varios como principal obstáculo a superar. Baba quiere ser mecánico, como era en Malí. Antes de regresar en el autobús a Madrid se detiene a hablar con los refugiados de Mislata. A muchos los conoce porque coincidió con ellos en Canarias. De otros no sabe ni su nacionalidad, pero les saluda con la misma confianza. “Son mis hermanos”.
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