Pensamiento sin asiento
Él, que había sido dirigente de ETA, afirmaba que nunca hubo una ETA buena

A Mikel Azurmendi lo conocimos a través del cantante Imanol Larzabal. Él había musicado un tema titulado Euskadin, Castillan bezala, En Euskadi como en Castilla, un canto a la solidaridad y a la unidad entre los trabajadores, sin importar la región de origen, una especie de Manifiesto comunista escrito por un vasco. Eran otros tiempos, el comunismo iba perdiendo fuerza y, en su lugar, iba tomando preeminencia otra cosa, que, en aquella época, no supimos ver. Imanol y Mikel se conocían de París. Nos juntamos en su casa, cerca de la playa. Me pareció un “culo de mal asiento”, como se dice en Madrid. Nos convencieron para crear una editorial, la Primitiva Casa Baroja, porque Coro, su mujer entonces, es una Baroja. En dicha editorial, situada en la plaza de la Constitución de San Sebastián, pared con pared con la librería Lagun, sacamos a la luz bastantes libros, en euskera y en castellano. Mikel publicó la que para mí es su obra fundamental, Euskal Nortasunaren Animaliak, resumen de su tesis doctoral. Hay versión castellana: Nombrar y embrujar. Sacábamos dos revistas, una en euskera, a mi cargo, y otra en castellano, por Luisa Etxenike. Eran tiempos difíciles, eran los años ochenta. Mikel Azurmendi dejó el instituto y comenzó a dar clases en la Universidad del País Vasco. Allí conoció a las personas que luego fundarían El Foro de Ermua y Basta Ya.
Recuerdo una conversación con Mikel. Él, que había sido dirigente de ETA, afirmaba que nunca hubo una ETA buena. Yo me negaba a reconocer que gente buena, el caso de Mikel, se hubiera metido en ETA por hacer el mal. Era otra cosa. Era la sensación de haber creado un monstruo que, luego, se fue comiendo a sus inventores. Y también, supongo, era la necesidad de rehacer lo hecho, de enderezar lo torcido, de redimirse. Creo que, si en este país se leyera a los poetas griegos, más de lo que se hace, todos estaríamos de acuerdo en que fue una figura trágica, como Imanol, como otros, que lucharon contra un destino, sabiendo que no lo podían cambiar.
Mikel Azurmendi se marchó del País Vasco; otros se quedaron. Recuerdo que estuvo en Almería, en El Ejido, encargado de hacer un trabajo antropológico, cuando lo nombraron director del Foro de la Inmigración. Tenía una casa en las Alpujarras, donde asentó su sede Abén Humeya, el caudillo de la revuelta de los moriscos, en el siglo XVI. Pensé que el pensamiento de Mikel daba vueltas, como siempre, y no paraba, porque no estaba a gusto en ninguna parte. Hace poco, en una entrevista, hablaba de religión, de espiritualidad. Supuse que estaba llegando al final de la vida, cuando el cuerpo no importa y lo demás es vacío, o nada.
Plantó hileras de manzanos en su finca del monte Igeldo. Cuando le visitábamos nos regalaba algunas manzanas. Las olía y suspiraba. “No saben como antes”. Nada es como antes; nada, como cuando era joven en París.
Felipe Juaristi es escritor y periodista.
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