Poca estridencia y mucha ortodoxia
El nuevo Gabinete no tendrá el relumbrón del anterior
Los pesos pesados, aquellos que por su personalidad y bagaje enmudecieron inicialmente las críticas al primer Gabinete de Pedro Sánchez, han desaparecido. El jefe de Gobierno ha destituido a su vicepresidenta primera, Carmen Calvo; a la reformadora y reformista Isabel Celaá en Educación; a su ministro de Justicia, Juan Carlos Campo... Hágase aquí una primera parada. Con ellos han pasado episodios de mucha relevancia, de gran hondura, al tener que adoptar medidas de fuerte impacto. No hay nada espinoso en el caminar de este Gobierno en el que no haya estado la vicepresidenta primera saliente. Ese perfil omnipresente solo lo ha ocupado también, aunque no siempre juntos y últimamente muy poco, Iván Redondo. Los dos están fuera de La Moncloa. El nuevo Ejecutivo, incluido el sustituto de Redondo, Óscar López, no tendrá el relumbrón del anterior, porque el presidente ha escogido a sus miembros por su preparación y por sus características moderadas en los campos que tienen que manejar. Poca estridencia y mucha ortodoxia.
La gran sorpresa, además de Redondo, es la salida del ministro de Transportes, José Luis Ábalos. Es la más comentada en el PSOE. Lo peor de ser ministro, es dejar de serlo. Esta frase ha corrido por los ámbitos políticos desde que se asentó la democracia en España, expresada siempre con ironía, pero con mucho de verdad. Esto ha ocurrido con todos los salientes, que dejan inconclusos sus planes. No ha querido el jefe de Gobierno que la política económica sufra el menor vaivén. Nadia Calviño será la vicepresidenta primera y los ministros y las carteras económicas estarán en su ámbito de coordinación. El entendimiento con la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, es imprescindible.
La interlocución de ambas con el presidente es de total confianza. El cambio de Gobierno tiene el sello de la recuperación económica y otro claramente electoral. No hay duda de que la derecha mantendrá el abono de denunciar al Gobierno por contar con los enemigos de España para mantenerse en el poder. La respuesta al cambio de Gobierno lo avala; el mismo discurso de cada día. El problema se llama Pedro Sánchez y tiene que convocar elecciones. No las va a convocar hasta que toquen, salvo catástrofe.
Sus nuevos ministros no son recién llegados, como demostrará la aragonesa Pilar Alegría en Educación, y la portavoz, Isabel Rodríguez. La primera seguirá la estela de Celaá en el ambicioso proyecto de Educación. No será el catalán Miquel Iceta el que tenga que hablar constantemente de su comunidad, de los indultos, ni se sentará en la mesa de negociación con el Gobierno catalán. Su puesto lo ocupará la castellano-manchega Rodríguez. A ella tendrán que decirle el PP, Vox y Ciudadanos que el Gobierno quiere romper España. En ella ha pensado Sánchez, como en todos los demás, sin influencias. Redondo tenía razón cuando, en conversaciones informales, proclamaba que él no decidía ni tenía el poder que le atribuían, que las decisiones las tomaba el presidente. Lo ha comprobado en su propia persona.
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