Fuego sobre la tierra quemada
Los temporeros del asentamiento onubense de Palos de la Frontera que ardió hace una semana, apenas tres meses después de sufrir otro incendio, reconstruyen sus chabolas entre la resignación y el miedo
Los camiones cargados de fresa se cruzan con los últimos temporeros que regresan de los invernaderos, pasadas las tres de la tarde, en el polígono industrial de San Jorge, en Palos de la Frontera (Huelva). Los primeros van a descargar la fruta en las naves de las empresas agrícolas. Los segundos, envueltos en polvo, aparcan su bicicleta en las chabolas del asentamiento de Baldifresa que se extiende justo enfrente. La mitad de ese campamento de infraviviendas fue pasto de las llamas hace justo una semana, apenas tres meses después de que otro incendio arrasara con buena parte del poblado. Fuego sobre tierra quemada.
El sopor vespertino solo queda interrumpido por los martillos que hincan los clavos en los endebles palés que constituyen el esqueleto de las chabolas que muchos han vuelto a levantar. Un ave fénix de madera que, en algunos casos, como el de Abdul Abukane, de Senegal, han renacido hasta cuatro veces, una por cada uno de los últimos incendios del último año y medio. Desde que llegó a España hace tres años ha trabajado en el campo, primero en Almería y luego en Palos. Al principio, con la tarjeta de empadronamiento de un amigo. Ahora que por fin ha conseguido la suya, lo que le falta es un contrato. “Llevo cuatro meses sin trabajar”, se lamenta. Esta campaña no está siendo la mejor, por las condiciones climáticas, y no hay tanto trabajo como en temporadas pasadas, coinciden en el asentamiento.
El 62,6% de los pobladores de los asentamientos se encuentra en situación irregular y el 37,4% tiene los papeles en regla, según un estudio de campo de Huelva Acoge. “Muchos de los que están en situación regular no están empadronados en los municipios en los que viven porque ante la negativa a empadronar lo han hecho en otro sitio, aunque no residan allí”, advierte Gladys Meza, presidenta de la asociación.
En el campamento chabolista de Palos se respira resignación y miedo a que el fuego vuelva a repetirse. Un temor que se ha agudizado tras las noticias de los dos fallecidos en otro incendio en Lucena del Puerto, apenas 48 horas después del de Palos. Muchas de las temporeras marroquíes de Baldifresa que trabajan en los invernaderos habían compartido cuadrilla en los lomos —nombre que reciben cada una de las líneas de recogida de fresa en los invernaderos— con la compatriota que murió en el poblado lucenero o habían coincidido con ella en otras campañas de recogida en Granada.
Frente a Abukane, Yousseff Alsisi coloca unos palés auxiliado por otros tres compatriotas. En marzo era él quién ayudaba a otros compañeros a levantar sus chabolas después del incendio del 19 de febrero. Él ya había terminado de levantar la suya, tal y como se podía leer en el cemento de la entrada: 3 de marzo de 2021. De ese letrero no queda nada. El fuego que hace una semana sorprendió de madrugada al poblado volvió a quemar los cartones, el plástico y la madera de su casa. “Otra vez a levantarla, no queda más remedio”, comenta con una sonrisa de circunstancias. Con el fuego se esfumaron también su ropa y sus escasas pertenencias. “Cruz Roja nos está ayudando, porque aquí nadie del Ayuntamiento o de ninguna otra administración se preocupa por nosotros. Estamos aquí, pero nadie nos ve”, asegura. Lo más preciado para ellos, sin embargo, es su documentación. Muchos la dejan a buen recaudo de compañeros que no viven en el poblado, otros, como Abukane, la guardan en una riñonera que no se quitan ni para dormir.
Documentación y agua
Alisisi y Abukane rehacen sus chabolas porque tienen pensado quedarse todo el verano en el poblado. Otros vecinos han optado por emprender camino hacia el norte para reenganchar con la recogida de fruta en el valle del Ebro. La madera blanca de los palés brilla entre las sombras de los rescoldos calcinados de las parcelas quemadas. El incendio de febrero respetó la infravivienda de Hana y Haziza al pie de una ladera que se libró de las llamas. En esta ocasión estas han ido más allá expandiéndose por esa loma. Nada queda de la cocina en la que recibían con hospitalidad a todos los que por ahí asomaban. Su juego de té, las sartenes colgadas de manera coqueta de las paredes, su hornillo de butano, las plantas de plástico que servían de decoración…, todo ha sido devorado por el fuego. Apenas unos azulejos pintados en el suelo recuerdan que ahí pudo estar la cocina. Sus vecinos no saben dónde están ellas. Bastante tienen con levantar sus casas.
Un poco más arriba de donde se alzaba su chabola, el maliense Colubali, de 38 años y 20 en España, descarga de su vehículo 10 bidones de agua que previamente ha llenado de una toma del alcantarillado municipal a 200 metros del polígono. Él tiene suerte porque con su coche puede transportar muchos litros, la mayoría acude allí con carretillas o en bicicleta. Llevan sus propios tubos para coger el agua. Habitualmente la cogen en el puesto que la ONG Accem tiene en el mismo polígono. Pero a esas horas está cerrado. En un día normal, contaba su responsable en marzo, pueden llenarse en su recinto unos 400 bidones y en plena campaña 600. Colubali, después de las seis horas y media de jornada bajo los plásticos de los invernaderos, se dispone a seguir levantando palés.
La Guardia Civil sigue investigando las causas de ese incendio. El Consorcio de Bomberos de Huelva atribuyó el origen a las mafias que venden los palés a los temporeros. “Cuestan a 1,5 euros el palé, pero también necesitamos cartón, plástico, el cemento para el suelo…”, explica Alsisi. Su chabola le va a costar, calcula 150 euros. La de Abukane unos 500, asegura el senegalés. Cuando se les ofrece la hipótesis de los bomberos, ellos sonríen con ironía. “Aquí hubo una pelea y luego se complicó con una fiesta y el alcohol”, dice Alsisi. Una versión que comparte el resto del campamento.
Qué lo produjo es lo que menos les importa a los vecinos de este asentamiento. Lo que quieren es que no vuelva a pasar, pero temen justamente lo contrario y no esperan nada de las administraciones. “Cuando hay fuego, viene todo el mundo, nos pregunta, pero luego seguimos igual”, se resigna Alsisi, mientras se seca después de haberse dado una ducha en la chabola de un amigo. Hasta que tenga la suya terminada dormirá con otros compañeros acurrucados bajo el esqueleto de palés. “Como pescados”, sonríe.
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