Un cese imprevisto e inoportuno
La salida del general Villarroya, único miembro de la cúpula militar nombrado por el Gobierno de Pedro Sánchez, altera los planes de Defensa
El cese del general Miguel Ángel Villarroya altera todos los planes de relevo en la cúpula de las Fuerzas Armadas. No se producirá, no obstante, ningún vacío en la cadena de mando: está previsto que el próximo martes el Consejo de Ministros apruebe, además del cese del jefe del Estado Mayor de la Defensa (Jemad), el nombramiento de su sucesor, a propuesta del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
No obstante, si el Gobierno decidiera darse un margen de tiempo para elegir al nuevo jefe de la cúpula militar, el puesto no quedaría vacante, lo ocuparía interinamente el más antiguo de los jefes de Estado Mayor de los tres ejércitos: el del Ejército de Tierra, Francisco Javier Varela.
Varela, de 68 años, cumplirá en abril cuatro años en el puesto, por lo que se consideraba próximo su relevo, al igual que el de los jefes del Ejército del Aire y la Armada, general Javier Salto y almirante Teodoro López Calderón, respectivamente.
Era precisamente el general Villarroya quien debía proponer a los sucesores de los actuales jefes de los ejércitos. El jefe del Estado Mayor de la Defensa (Jemad) era el más joven de los cuatro —tiene 63 años—, llevaba solo un año en el cargo (fue nombrado el 15 de enero de 2020) y, a diferencia de los anteriores, lo designó el Gobierno de Pedro Sánchez y no el de Mariano Rajoy.
El cese obliga a la ministra Robles a revisar sus planes: o nombra al Jemad manteniendo por ahora a los jefes de los ejércitos; o cambia a todos de un plumazo, sin que el sucesor de Villarroya pueda opinar sobre quiénes serán los restantes miembros de la cúpula militar.
Los dilemas no terminan ahí. Según una tradición no escrita, oficiales generales de los tres ejércitos se turnan en el puesto de Jemad; de forma que, tras el del Ejército del Aire, le tocaría ahora a la Armada. Pero, como Villarroya solo ha estado un año en el cargo, la Fuerza Aérea puede alegar que no se ha cumplido el turno habitual de cuatro años.
También puede ser la ocasión para que Robles rompa con esa tradición anacrónica y elija al militar más adecuado para el puesto, sin tener en cuenta al ejército de procedencia.
La ministra ha demostrado con sus nombramientos que busca, ante todo, personas de su máxima confianza. No en vano el propio Villarroya y la secretaria de Estado de Defensa, Esperanza Casteleiro, fueron antes jefes de los gabinetes técnico y político de Robles; es decir, estrechos colaboradores suyos. Por eso es probable que el nuevo Jemad salga del órgano central del ministerio. Si el cese se hubiera producido cuatro meses antes, el candidato mejor situado habría sido el anterior jefe del Mando de Operaciones. Pero el general Fernando López del Pozo pasó a la reserva y, aunque Robles lo ha repescado en la Dirección de Política de Defensa, para ser Jemad hay que estar en servicio activo.
La maquinaria de las Fuerzas Armadas está bien engrasada y, aunque cambien el Jemad o la cúpula militar al completo, seguirá atendiendo sus misiones internacionales y colaborando a paliar emergencias como las causadas por pandemias o nevadas. En el Ejército nadie es imprescindible y todos los cargos de responsabilidad tienen un sustituto previsto de antemano. Por eso la vacunación de los altos mandos no era prioritaria.
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