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LA CRÓNICA

Sánchez y la trampa del optimismo excesivo

“La legislatura empieza ahora”, apuntan fuentes de La Moncloa tras el acuerdo europeo

Claudi Pérez
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en la presentación de la iniciativa "España Digital 2025", el pasado miércoles en el Palacio de la Moncloa.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en la presentación de la iniciativa "España Digital 2025", el pasado miércoles en el Palacio de la Moncloa.Emilio Naranjo (EFE)

“La legislatura empieza ahora”. La política española bascula entre dos versiones antitéticas: frente a ese presagio de La Moncloa, el PP lleva meses jugando a que la pandemia —con sus miles de muertos— y la crisis —con una caída del PIB digna de la Fosa de las Marianas— iban a tumbar al Gobierno. Pero esa sacudida no termina de llegar y La Moncloa, en cambio, considera que el PP vuelve a errar el tiro, como se equivocó escorándose hacia la derecha. Y subraya que España acaba de cruzar un Rubicón: el acuerdo europeo para crear un fondo multimillonario de recuperación, con un buen pellizco para la maltrecha economía española, “es el verdadero arranque de la legislatura”, según el equipo del presidente. El PSOE cree que la gestión de la pandemia, con sus luces y sombras, favorece al jefe del Ejecutivo siempre que los rebrotes se mantengan bajo control. Los socialistas se ven muy por delante en las encuestas. Y confían en que el dinero europeo allane el camino para aprobar los Presupuestos y para alargar la legislatura.

La UE acaba de regalarle a Sánchez un par de años extra, con la posibilidad de fabricar unas cuentas públicas y un plan de recuperación que permitan sortear recortes y financiar reformas de calado. Ese es el escenario que maneja el Gobierno: un largo invierno del descontento que depende de los rebrotes, pero con capacidad para encontrar una salida rápida desde la primavera de 2021.

Sostiene La Moncloa que el PP yerra el diagnóstico al aplicar el libreto de 2010. De aquel “que caiga España que ya la levantaremos” —que terminó en el rescate y la austeridad— se ha pasado al “esta vez sí es diferente”: frente a los ajustes que exigió Europa hace una década, ahora Bruselas patrocina inversión y gasto público. “El pesimismo del PP suma precipitación y falta de responsabilidad a un mal análisis: si Casado hubiera apoyado el estado de alarma ahora tendría ventaja posicional. Y la posición del Gobierno es complicada por la dificultad de encontrar equilibrios con Podemos”, resume José María Lassalle, exalto cargo con el PP de Rajoy. El Ejecutivo, aun así, está convencido de que ha encarrilado la pelea en casa: los sondeos internos le dan más de ocho puntos de ventaja ante el PP. Y con la palanca de Europa, Sánchez se ve con opciones de disputar a la derecha el relato de la gestión económica.

Para que eso no suponga caer en la trampa del optimismo (aquello que los griegos llamaban hybris, pecado que los dioses castigaban con suma dureza), el Ejecutivo es consciente de que tiene que esmerarse en tres asuntos. Uno: diseñar un presupuesto keynesiano sin perder de vista la credibilidad fiscal, y conseguir apoyos en el Congreso para llegar a Bruselas con los deberes hechos. Dos: acertar de lleno con los planes de recuperación, para terminar de abrochar la citada credibilidad y evitar que Holanda dé un disgusto. Y tres: apretar los dientes para que un rebrote no provoque una recesión aún más severa.

Hacienda ya ha dado el primer paso hacia el Presupuesto. Las nuevas cuentas esquivarán los ajustes, habrá alguna subida de impuestos para dar aire a Podemos, y permitirán hacer inversiones sin que los gastos corrientes estén muy lejos de los ingresos gracias al maná europeo. Aprobar esos Presupuestos con holgura “es imprescindible para mejorar la imagen de España en Europa”, apunta Carlos Martínez Mongay, exdirector general de la Comisión Europea. “Para ello se necesitan una senda fiscal presentable y el máximo consenso; por eso no se entienden las líneas rojas de Podemos con Ciudadanos”, añade. Esa está llamada a ser una de las grandes batallas de la legislatura entre los dos socios de coalición.

La otra batalla será la factura final del plan de recuperación con fondos europeos. La vicepresidenta Nadia Calviño y la Oficina Económica de Moncloa tienen la llave de ese proyecto. “No se sabe mucho, más allá de que las prioridades son digitalización, transición ecológica y educación”, apunta un secretario de Estado. La Moncloa guarda bajo siete llaves el esbozo de ese plan, pero gastar el dinero de la UE no es tan fácil: hay que presentar una agenda de reformas sólida (eso descarta la derogación de la laboral) y acertar con los proyectos para absorber el máximo de fondos. Entre las ideas que se manejan están planes de eficiencia energética, muy intensivos en empleo, y un fuerte impulso a la agenda digital —centrada en la educación— y la medioambiental, con proyectos de gestión de residuos. Pero el diablo está en los detalles, y los detalles no están listos todavía.

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Además de cortejar a los partidos, el Ejecutivo no descuidará el flanco de los agentes sociales. Y Sánchez pasará esta misma semana un primer mensaje político a los presidentes autonómicos: presupuesto y plan de recuperación son vasos comunicantes. Habrá dinero para invertir, pero a cambio de contribuir a la estabilidad con el apoyo de los nacionalistas y regionalistas a las cuentas.

En 1992, un brillante politólogo estadounidense, Francis Fukuyama, escribió El fin de la historia: vaticinó “el punto final de la evolución ideológica de la humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental”; 10 años después cayeron las Torres Gemelas. Poco después, dos de los más influyentes economistas del mundo, Ben Bernanke y Robert Lucas, predijeron el fin de los ciclos y las depresiones: entonces llegó la Gran Recesión y puso el mundo patas arriba. Tras unos meses brutales, el optimismo del Ejecutivo es comprensible, pero la lección de la historia es que el exceso de optimismo se paga caro. “El Gobierno es prudente y sabe que un rebrote masivo sería muy negativo: esa es otra razón para tener altura de miras con los Presupuestos”, se defienden fuentes de La Moncloa.

Y aun así a algunos colaboradores de Sánchez se les ve exultantes: apuntan que el apoyo de Bruselas y los fondos asociados permiten pasar de la “geometría variable” de apoyos en el Congreso —ahora la mayoría de la investidura, ahora Ciudadanos— a una suerte de “geometría total” en la que no se descarta a nadie, ni siquiera una abstención del PP. Pero cuidado: “Habrá Presupuestos, pero eso no significa que el Gobierno no vaya a tener desgaste. Las ayudas tardarán en llegar y a corto plazo la situación social —con un aumento del paro— va a ser explosiva”, advierte el politólogo Ignacio Sánchez Cuenca. Ojo con eso.

Y ojo con esto también: “El pacto europeo supone una grandísima oportunidad. Pero ni el Gobierno tendrá manos libres para gastar el dinero sin planes bien diseñados ni la oposición puede poner pegas porque eso sería pegarse un tiro en el pie. España no puede fallar, y para eso es imprescindible que emerja un consenso nacional”, cierra una alta fuente de la Comisión Europea. Sánchez ha demostrado una formidable resistencia a lo largo de su trayectoria. Pero este es el momento del talento, de la capacidad para forjar consensos. Ese es el siguiente examen del presidente, si la pandemia y el lío catalán lo permiten.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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