Los chabolistas tampoco quieren ver extraños
Los pobladores del gran supermercado de la droga de Mallorca levantan una barrera para prohibir la entrada
Lo que hasta hace unas semanas era uno de los epicentros de la venta de droga de Mallorca se ha rendido ante la pandemia. Desde hace unos días, los vecinos del poblado chabolista de Son Banya, en Palma, tienen colocada una barrera en la entrada principal del asentamiento con un enorme cartel en el que advierten de que queda prohibida la entrada por riesgo de coronavirus. “No se puede pasar, solo gente del poblado”, reza en pintura morada y verde el cartel, colocado en el respaldo de un sofá, que hace las veces de barrera.
Es imposible acceder al poblado sin que sus habitantes vean llegar a quien se aproxima. Un camino asfaltado hace de guía hasta la entrada del asentamiento, rodeado de extensiones de tierra plagadas de basura y escombros, con vehículos abandonados que no han sobrevivido al paso del tiempo y montañas de objetos que en su día tuvieron un dueño. En un día normal, el trasiego de coches es constante y sube de los siete vehículos por minuto. Llegan, se acercan a la zona de las viviendas, permanecen un par de minutos y se van.
Denuncias
En estos días el ir y venir de vehículos ha descendido, aunque la Policía Nacional continúa haciendo controles. Fuentes policiales confirman que muchos consumidores han continuado yendo al poblado, pero en menor medida. La Policía Nacional sospecha que algunos de los detenidos en los últimos controles eran personas que habían ido a comprar la droga por encargo. Durante el confinamiento se han levantado actas a varios ciudadanos por desobediencia en los alrededores del poblado.
Son Banya sigue siendo el epicentro de la venta de drogas en la capital balear a pesar de que está en proceso de desmantelamiento. El asentamiento nació en los años setenta como un proyecto de integración social en el que participaron más de un centenar de familias y que poco a poco fue multiplicando su población y terminó siendo controlado por los clanes del narcotráfico. A finales de los ochenta ya se había transformado en el supermercado de la droga más importante de Mallorca y los camellos y adictos compartían pared con familias que trataban de criar a sus hijos en un entorno en el que las operaciones policiales y las peleas eran cotidianas.
Con el tiempo, el Ayuntamiento prolongó una línea de autobús hasta el poblado para que los niños pudieran acudir al colegio y las entidades sociales intentaron aplicar programas de inserción. Sin embargo, durante lustros, Francisca Cortés, matriarca del clan de Son Banya, controló la entrada y salida de la droga que se diseminaba como un veneno por toda la isla. Hasta que en septiembre de 2009 más de cien policías accedieron al corazón del poblado, detuvieron a los narcos y encontraron más de siete kilos de joyas y cuatro millones y medio de euros enterrados bajo el hormigón del suelo de una vivienda que tuvieron que arrancar con excavadoras. Comenzó el ocaso de este poblado, en el barrio de Son Riera de Palma, y asediado por el incesante ruido de los aviones que hasta hace dos semanas aterrizaban en el aeropuerto y el bullicio de un nuevo centro comercial.
Tras pasarse la pelota unos a otros, el gobierno municipal de izquierdas comenzó en el anterior mandato su desmantelamiento. Desde entonces más de un centenar de personas han salido del poblado y una cincuentena de casas han sido demolidas.
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