Los bulos xenófobos infectan la lucha de Santoña contra el coronavirus
La localidad cántabra confina totalmente a 21 familias entre audios contra los gitanos atribuidos falsamente al alcalde
Los datos de Santoña asustaban. La Covid-19 se había cernido sobre esta localidad de 11.000 habitantes, donde había cifras de contagiados muy elevadas respecto a Cantabria, relativamente menos castigada hasta ahora que el resto de España. El viernes pasado, seis de las 20 muertes acumuladas hasta entonces en toda la comunidad —ahora son 37— ocurrieron allí. El Ayuntamiento y los agentes sociales plantearon al Gobierno regional confinar del todo durante 15 días a las familias que habían tenido casos cercanos. Varias de ellas, de etnia gitana. El alcalde, Sergio Abascal (PSOE) explicó los detalles de la medida, aplicada el domingo con orden judicial. Todo parecía claro hasta que aparecieron los bulos xenófobos.
Estas noticias falsas ofenden a Emilio Jiménez, uno de los casi 800 gitanos santoñeses, que explica su situación desde la ventana de su segundo piso contiguo al ajetreado cuartel de la Guardia Civil. Aguarda unos pañales que le traerá la Cruz Roja para sus niños pequeños. Desde allí relata, máscara mediante, que dio positivo en coronavirus aunque no sufrió problemas aparte de fiebre y dificultades respiratorias. En su edificio murió un hombre, y su tío también ha fallecido. Sus manos con anillos dorados gesticulan cuando habla de unos audios que piden encerrar a todos los gitanos locales, un 6% de la población, en la cercana cárcel de El Dueso.
Esas frases discriminatorias se atribuyeron falsamente al alcalde, que da explicaciones diarias a través de Radio Santoña. Abascal lamenta el daño que puede hacer esa patraña en su localidad, donde celebra la buena convivencia de los vecinos. El exdiputado del PP por Huelva Juan José Cortés acusó al regidor de xenófobo en un vídeo que corrió por las redes. Aunque Cortés lo borró y publicó después un amago de rectificación, las amenazas de muerte ya le habían llegado al regidor cántabro.
El coronavirus no entiende de razas o etnias. Tampoco en Santoña, tampoco con Teresa Lozano, que no es gitana y cuya voz suena enlatada a través del telefonillo de la vivienda donde pasará esta cuarentena junto a su hijo, la pareja de este y sus dos nietos. El tono se le alegra cuando explica que jugar con los pequeños ameniza la reclusión. Todo mejorará cuando su marido, que ha dado dos veces negativo a pesar de presentar los síntomas y sufrir una neumonía, vuelva a casa desde el hospital santanderino de Valdecilla. El centro hospitalario de Laredo, más cercano, está saturado y su personal ha reclamado máscaras de buceo para darles uso médico.
Las familias confinadas recibieron la notificación judicial de manos de la Guardia Civil este domingo por la noche tras la reunión del viernes. El alcalde explica, fuera de un ayuntamiento en el que el olor a lejía supera incluso las mascarillas, que esos agresivos audios aparecieron tras pedirle a la población que respetara al máximo las normas. Abascal ha reflexionado: piensa que si cometió algún error fue al incidir en los gitanos, pero afirma que lo hizo porque este colectivo presentó mucha mayor incidencia. De haberse producido en el sector de las conservas, motor económico de Santoña ahora gripado, también hubiera hecho hincapié en él, manifiesta. “He hablado con los grupos romaníes de Santoña y de Cantabria, ya saben que fue todo falso”, continúa indignado porque le atribuyeran esos mensajes. La gente del pueblo, dice, lo ha apoyado y la polémica es más bien exterior.
La Guardia Civil, anuncia Abascal, está instruyendo una causa judicial ante este delito de odio y el alcalde cree que ya tienen un sospechoso. La emisora local difundió el martes un audio en el que un hombre asume la grabación xenófoba “en una conversación privada” y se disculpa por el contenido de la misma.
El cansancio se adueña de quienes se sienten, de nuevo, señalados. Ya pasó en Haro (La Rioja), donde la comunidad gitana experimentó múltiples contagios que generaron prejuicios sociales. Cristina Jiménez, de 30 años y hermana de Emilio, se asoma cautelosamente en el bajo de un bloque en una zona con fachadas decoradas con rostros de marineros. “Hay mucho bulo, lo hemos pasado muy mal. He preferido no escuchar los audios, soy igual de española que ellos”, explica Jiménez, que espera unos medicamentos. Se protege la boca con una especie de bufanda mientras relata, en el dintel de su puerta, que su madre sí está infectada y que habrá de quedarse con ella estos días. “Estoy muy tranquila con la cuarentena si tenemos todo lo que necesitamos”, sostiene.
Santoña permanece tranquila sin la actividad de la industria del pescado. El concejal de Medio Ambiente y teniente de alcalde, Fernando Palacios, colabora con la higienización y dice tras una doble máscara que “se ha montado una tremenda”. Tampoco esperaban sufrir tanto el coronavirus; temía peores resultados en el geriátrico próximo a la playa de Berria, patrimonio local. Palacios aplaude que sus vecinos respeten las medidas y pide un esfuerzo. Tras él, un hombre que viene de hacer la compra le grita a uno de los trabajadores de limpieza la incógnita que toda Santoña, y todo el mundo, tratan de resolver: “Vicente, ¡A ver cuándo acaba esto!”.
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