Profundamente de derechas y muy de derechas I
¿Puede ser verdaderamente de izquierdas, y demócrata, quien hace distingos entre unas dictaduras y otras?
Los que toda la vida nos hemos considerado demócratas de izquierdas, con las oscilaciones propias de los tiempos y de la edad, tenemos un grave problema en España, y menos mal que no se celebrarán elecciones hasta dentro de dos años largos. Contamos con una derecha profundamente de derechas y con una supuesta izquierda que también es de derechas. La primera afirmación no requiere de grandes explicaciones: basta con mirar al indisimuladamente franquista Vox, al obtuso PP que...
Regístrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
Los que toda la vida nos hemos considerado demócratas de izquierdas, con las oscilaciones propias de los tiempos y de la edad, tenemos un grave problema en España, y menos mal que no se celebrarán elecciones hasta dentro de dos años largos. Contamos con una derecha profundamente de derechas y con una supuesta izquierda que también es de derechas. La primera afirmación no requiere de grandes explicaciones: basta con mirar al indisimuladamente franquista Vox, al obtuso PP que desoye las voces de sus figuras más avispadas y civilizadas, a C’s que ya no sabe dónde está ni dónde quiere estar. La segunda sí las requiere, aunque para mí es evidente por qué el actual PSOE, Podemos y Más País son muy de derechas. No me basta con que atiendan —levemente— a las clases desfavorecidas, eso les es necesario para que la engañosa etiqueta “de progreso” no se les despegue de la frente con la más ligera brisa. Pero estos partidos llevan años dedicados, sobre todo, a cuestiones tan sólo vistosas, y populistas a más no poder.
Yo me pregunto si hay algo más reaccionario que la división de la humanidad por sexo —casi la segregación—. Los feministas tradicionales buscábamos justo lo contrario: que eso resultara indiferente a la hora de valorar la competencia, la eficacia, las creaciones artísticas y literarias, los méritos para ocupar un cargo. Durante décadas las propias mujeres anhelaban que dejara de ser noticia —de subrayarse— que una de su sexo consiguiera tal o cual éxito, que entrara en la Academia o ganara el Nobel, que dirigiera una multinacional. La llamada “cuarta ola del feminismo” es lo opuesto: ha convertido a los medios de comunicación en “sexadores” de personas, en incansables contadores del número de mujeres que hay en cualquier lugar, sea un gobierno o un festival de cine. Eso delata un espíritu belicoso constante y una negación de la égalité, la liberté y la fraternité, de ahí la división reaccionaria. Ya no importa la lucha de clases, sólo la de sexos, que destierra aquélla completamente.
También me pregunto si hay algo tan retrógrado como la defensa a ultranza de los seres irracionales, en detrimento de los racionales. (Es un síntoma más del avasallamiento de la razón por parte de la sentimentalidad.) Así, sometiéndose al primitivismo extremo de los animalistas, el Estado prohíbe que se cace o mate un solo lobo, permitiendo que sus manadas —que se reproducirán más y más rápido— masacren tranquilamente ovejas y reses. Da lo mismo que este animal peligroso sirva de poco a los humanos; es más, que perjudique y arruine a los ganaderos y pastores, que no son precisamente clase alta y que dependen de sus rebaños —cuyo cuidado es tarea tan dura como la de un albañil— para sobrevivir y para abastecer a la población. En la noticia de hace unas semanas sobre la invasión de jabalíes en las zonas elevadas de Barcelona —ya dije que Colau ansía convertir la ciudad en jungla, y por eso apenas permite la caza de los encolmillados, ya unos 1.500—, destacaba la frase de una vecina “piadosa”: “Sí, son demasiados y están por las calles, ¿pero matarlos? También son seres vivos”. A esta señora cabría contestarle: “Lo son en efecto, exactamente igual que las ratas portadoras de enfermedades, las serpientes venenosas, los mosquitos del Nilo y los alacranes, por no hacer larga la lista. Y que las plantas y setas nocivas, que más vale que estén sólo en los bosques, no en la ciudad”.
¿Pueden ser de izquierdas partidos que veneran a Perón —tan amigo de Franco—, se asemejan en sus métodos difamadores a la Falange de los años 30, y no acaban de ver con malos ojos a los talibanes ni a Irán, en tanto que enemigos acérrimos de Occidente en general? ¿Pueden serlo quienes jamás condenan a las dictaduras presuntamente izquierdistas? Nunca les he oído una palabra contra la rabiosa pareja Ortega-Murillo, que reprimen y matan en Nicaragua y acaban de enviar al exilio al escritor Sergio Ramírez, antiguo Vicepresidente sandinista. Tampoco contra Maduro, cuya bota ha echado a patadas a 4 o 5 millones de venezolanos, quizá más de los que echó nunca Franco con su bota militar. Ni una contra la Cuba castrista, que somete con mano de hierro a su pueblo, sin elecciones ni partidos libres, desde hace sesenta años largos… Tampoco les parece mal la Rusia de Putin, que no sólo asesina y tortura a sus disidentes, sino que se apoya en la Iglesia ortodoxa, no más tolerante que la católica en época de Franco. ¿Puede ser verdaderamente de izquierdas, y demócrata, quien hace distingos entre unas dictaduras y otras? Tal vez, si su modelo es Jean-Paul Sartre, que en su juventud se aproximó al nazismo y en su vejez calló o defendió las carnicerías de Mao Zedong (Mao Tse Tung para mi generación), y que rechazó el Nobel públicamente para luego reclamar en privado el dinero del premio. En absoluto, si sus modelos son Albert Camus o George Orwell, sin duda de izquierdas, pero que denunciaron la supresión de libertades, los crímenes y las injusticias, sin importarles qué regímenes los cometían, sino solamente la verdad. Huelga recordar que el mayor paladín actual de la antiverdad es Donald Trump… Pero hay más, y más cercano. Otro domingo, quizá.