Los ocho pueblos españoles preferidos por los viajeros Lonely Planet
Potes, Cadaqués, Alquézar y otras cinco encantadoras villas que más han sido votadas, compartidas y elogiadas en las redes sociales de la editorial viajera
De costa, de interior, de montaña, de llanura, junto a ríos o en lo alto de los páramos… en España abundan los pueblos bonitos y con encanto, pero unos se quedan más que otros en la retina de los viajeros. Estos son los más votados, compartidos y elogiados en las redes sociales de Lonely Planet.
Potes, el corazón de la Liébana (Cantabria)
Con sus balcones de madera adornados con flores, sus fachadas de piedra y vigas entramadas, y en medio de un espectacular paisaje, Potes es la capital de los montañeros. Es también el más votado como pueblo más bonito de interior en las redes sociales de Lonely Planet. Acomodado en el corazón de los Picos de Europa, en la confluencia de los cuatro valles de la comarca de Liébana, es una villa llena de historia y de encanto que ha sabido conservar una idílica imagen de postal. Se la conoce como “la villa de los puentes y de las torres”, y es verdad que tiene muchos y que sus torres son lo más llamativo y fotogénico, como la del Infantado y la de Orejón de La Lama, ambas del siglo XV. Su zona antigua mantiene un gran sabor popular, y sus callejuelas están llenas de caserones blasonados que nos hablan de otros tiempos. No se puede pedir mucho más a un pueblo con encanto.
Potes siempre está animado: si no son los ganaderos que van al mercado, son los senderistas o incluso los peregrinos quienes callejean entre puentes, torreones y casonas. Allí se va para caminar por los alrededores o ascender a cumbres próximas de los Picos de Europa, pero muchos van también para ganarse indulgencias: el Camino Lebaniego lleva al monasterio de Santo Toribio de Liébana, a solo dos kilómetros, fundado en el siglo VI y donde se guarda el mayor fragmento conservado de la Cruz de Cristo, motivo suficiente para que los cristianos peregrinen hasta allí desde hace siglos.
Además, los montañeros, peregrinos y turistas encuentran muchos y buenos restaurantes donde reponer fuerzas con platos de caza mayor, pescados de río y, sobre todo, con un buen cocido lebaniego, una de las estrellas culinarias.
Cadaqués, un pueblo blanco de artistas (Girona)
A Cadaqués se le conoce como el pueblo blanco de Dalí porque su familia pasaba allí los veranos y el pintor se inspiró en sus formas, sus colores y su luz. Pero él no fue el único artista que se dejó seducir por este pueblo genuinamente mediterráneo, con una imagen que se multiplica irresistiblemente en Instagram y en el imaginario que todos tenemos de la Costa Brava.
Cadaqués está en la costa del Alto Ampurdán, en una bahía en medio del cabo de Creus, donde los Pirineos chocan con la Costa Brava. A pesar de la masificación turística que padece, su encanto de pueblo pesquero no ha desaparecido del todo y todavía conserva un precioso casco histórico de casas blancas con elementos azules, que por un momento recuerdan a los pueblos griegos, tan mediterráneos como la propia Cadaqués. En lo alto, un castillo, el de San Jaime, y en sus calles, la posibilidad de descubrir un museo y una iglesia en el centro del pueblo donde se celebra su Festival Internacional de Música. Su entorno tampoco desmerece: estamos en el parque natural del Cap de Creus. Una maravilla. Para conocer más el universo de Dalí, tendremos que ir a otro pueblo, a Portlligat, pero que pertenece al municipio de Cadaqués.
Cudillero, el pueblo de colores (Asturias)
Uno de los iconos del turismo asturiano es Cudillero, la villa pixueta, con su pintoresco anfiteatro de casas de colores alrededor de una plaza llena de bares y restaurantes. En cualquiera de ellos se puede probar una exquisita cocina marinera, gasolina necesaria para subir por las empinadas y resbaladizas cuestas que llevan hasta los miradores para contemplar una de las vistas más bellas del Principado.
En los meses de verano, su pintoresca y fotogénica plaza es el corazón de todo, con miles de turistas intentando hacerse un hueco en los restaurantes y bares. Pero hasta no hace mucho aquí era donde se tejían las redes y se descargaba el pescado. En torno a la plaza, las casas se aferran, pintadas de colores y unidas por una laberíntica red de estrechas y empinadas cuestas.
Uno de los lugares más singulares de la villa son Las Caracolas de Teixeiras, una curiosa exposición de objetos creados por Virgilio González, limpiando, colocando y pegando miles de conchas, crustáceos y corales del Cantábrico. Y otra vista que todos inmortalizan con sus móviles y cámaras es la del faro de Cudillero, en la Punta Roballera, el promontorio que protege al este la bocana del puerto. Encima del acantilado se alza desde 1858 esta linterana que orienta a los tripulantes de los barcos. Lo mejor es el camino hasta allí y las vistas de la costa y la villa.
Besalú: volcanes, judíos y mucho encanto (Girona)
En la comarca volcánica de la Garrotxa, Besalú está tan cuidadosamente restaurando que parece un mundo medieval transportado a nuestros días. En la antigua capital del que fue el poderoso condado de Besalú, las estrellas calles empedradas son perfectas para un viaje en el tiempo, especialmente el Carrer Tallaferro y el Carrer Major, que dan directamente a la Plaça Major, con sus solemnes edificios, sus pórticos y sus rincones. En este periplo hacia el pasado, encontramos rincones curiosos, como el Mikve, el antiguo baño judío que forma una sala románica subterránea. En la planta baja de esta construcción se encuentra el centro de interpretación Espai Besalú, que muestra la historia de la villa a través de los siglos.
Y seguimos por el monasterio de Sant Pere, o la iglesia de Sant Vicenç, románica con elementos góticos, que supuestamente guarda un trozo de la Vera Cruz. Entre los edificios civiles, la mejor muestra es la Casa Cornellà, una de las mejor conservadas de toda Cataluña. Como colofón, en las afueras, un espectacular puente medieval.
Muy cerca de Besalú hay otros pueblos también muy interesantes y fotogénicos, como Castellfollit de la Roca, con una imagen realmente única y espectacular, una de las más fotografiadas de Cataluña, sobre un risco de basalto.
Lastres, un típico pueblo de pescadores en el Cantábrico (Asturias)
Hacen falta buenos pulmones y unas piernas fuertes para explorar Lastres, el típico pueblo de pescadores aferrado a una empinada pendiente que se extiende hasta la orilla del mar, con una playa y un pequeño y pintoresco puerto que da cobijo a coloridos barcos. El esfuerzo de la subida tiene su recompensa: la vista de diminutas capillas y faros, tranquilas plazoletas soleadas y una asombrosa panorámica del Cantábrico.
En el casco histórico las calles son empinadísimas y esconden más de una sorpresa. En lo alto, la iglesia de Santa María de Sábada, con un robusto campanario. Desde aquí ya solo hay que dejarse caer calle abajo. Se pasa por la Casona de la Familia Victorero, del siglo XVIII, o por el palacio barroco de los Robledo, o por la torre del reloj…. Y ya solo hay que seguir bajando hasta el puerto y la rúa del pescado, y acercarse a la minúscula capilla del Buen Suceso. Si se quiere continuar, se puede ir hasta el Faro de Luces, en un agradable paseo desde el pueblo, de unos tres kilómetros, y que es el punto más exterior del cabo de Lastres y el lugar perfecto para ver la puesta de sol, que tiñe los altos acantilados de esta costa.
En Lastres está también el Museo del Jurásico de Asturias, grande y moderno, que cuenta la historia de la Tierra y de los reptiles que la habitaron. Es una opción perfecta para un día de lluvia si se viaja con niños. Por completar la foto: en torno a Lastres hay cinco playas, entre ellas La Griega, la más famosa y concurrida.
Albarracín, el pueblo rojo (Teruel)
Hay muchos pueblos de la provincia de Teruel que compiten por ser el más bonito de Aragón, pero uno de los que tiene siempre más puntos es Albarracín, un pueblo aferrado a un promontorio rocoso excavado por el río Guadalaviar, que pasa a sus pies, y en medio de una serranía de lo más sugerente. La complicada geografía ha contribuido a su aislamiento, y eso es hoy una de sus grandes bazas. Así se han conservado desde la Edad Media sus casas cubiertas por una cal colorada por el óxido de hierro, sus balcones colgantes de madera, las verjas de forja en las ventanas o las empinadas callejuelas empedradas.
A lo lejos, una muralla almenada anuncia desde hace más de mil años todo lo que la villa encierra. Dentro, un paseo por sus calles lleva a lugares como la catedral, sobresaliendo con su campanario por entre los techos rojizos del pueblo. De las puertas que tuvo la muralla solo queda una, el Portal del Agua, y desde allí una empinada y resbaladiza senda lleva desde el casco antiguo hasta el punto más alto de la fortificación, la torre del Andador (del siglo X), con una vista panorámica impresionante.
Pero Albarracín es también una etapa imprescindible para los amantes de la naturaleza: está en medio de la sierra del mismo nombre y desde el pueblo se pueden recorrer numerosas sendas, como por ejemplo la que sigue el cauce del Guadalaviar, o, más ambicioso, el recorrido por el Paisaje protegido de los Pinares de Rodeno, entre densos bosques sobre singulares cañones rojizos. Es zona también de pinturas rupestres y de restos de dinosaurios.
Alquézar, la fortaleza del Somontano (Huesca)
Su nombre significa exactamente fortaleza (Al-Qasr, en árabe) y ese es el papel estratégico que tuvo siempre Alquézar, para defender Barbastro frente a los cristianos. Es uno de esos pueblos medievales con un emplazamiento único: está junto al río Vero, en el parque natural de la Sierra y los Cañones de Guara. Es una de las joyas de la corona de la comarca oscense del Somontano. Y no solo por los bellos edificios medievales y renacentistas de su casco monumental, sino también porque está rodeada por una naturaleza sobrecogedora, perfecta para practicar deportes aire libre.
El punto panorámico que da la bienvenida a la villa es el precioso mirador Sonrisa del Viento, fuera del casco antiguo, de forma que se obtiene la estampa perfecta del pueblo, con los montes de la sierra de Guara al fondo.
La maciza iglesia del pueblo es espectacular, pero el corazón de Alquézar, al que se accede prácticamente desde todas las callejuelas del centro, es la recoleta plaza Mayor de forma irregular en la cual, desde 1528, se celebra el mercado semanal. Rodeada por soportales (cada uno diferente) y embellecida por deliciosos balcones llenos de flores, es uno de los rincones más emblemáticos de la villa. Y zizaguendo desde aquí por los callizos (pasajes cubiertos por vigas que pasan por debajo de las casas a modo de atajos), se llega hasta el punto más alto, donde espera un espolón de roca donde se alzaba un alcázar islámico, del que queda muy poco, y hoy se alza una enorme colegiata del siglo XVI.
Pedraza, encanto castellano (Segovia)
Hay pocos pueblos en Castilla tan bien conservados como Pedraza. Por conservar, mantiene todo su perímetro amurallado y una única vía de entrada, a través de un portalón que muchos reconocerán porque aparece en muchas películas y que es la única forma de acceder y de salir de este pueblo-fortaleza, con la sierra de Guadarrama al fondo. Nada más entrar, aparece la antigua cárcel que ya nos mete en el aire medieval de todo el pueblo. Aquí espera la empedrada calle Mayor, sus casas blasonadas —hoy ocupadas en muchos bajos por buenos restaurantes especializados en cordero—, portalones de madera, y sobre todo, el centro de todo, una magnífica plaza Mayor con soportales de madera. Todo ello aparentemente tan auténtico que parece un decorado.
Los fines de semana está lleno de madrileños, pero cualquier otro día de la semana, sobre todo en invierno, podría parecer un pueblo fantasma. Se puede visitar su castillo, donde en tiempos vivió el pintor Zuloaga, y sobre todo pasear por sus calles, asomarse a los sorprendentes balcones-miradores y probar un lechazo o un cochinillo típico segoviano en cualquiera de sus mesones. Las propuestas gastronómicas no faltan.
Suscríbete aquí a la newsletter de El Viajero y encuentra inspiración para tus próximos viajes en nuestras cuentas de Facebook, X e Instagram.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.