Por Reinosa y sus alrededores: caminata por la montaña, kayak en el Ebro e inmersión románica
La localidad cántabra ofrece un amplio abanico de ocio para una escapada, sin olvidar el placer de degustar el cocido montañés
Reinosa es de esos sitios donde todo está a mano. A 10 minutos en coche, el nacimiento del río más caudaloso de España; a 15, un inmenso pantano; a 20, magníficos ejemplos de arte románico; a media hora, una estación de esquí; a una hora escasa, Santander y el mar Cantábrico. A unos pasos, dependiendo del día, una estrella del rock como Rulo, el de La Fuga y el de la Contrabanda, en una pastelería. En cualquier esquina, cocido montañés para salir en carretillo pidiendo tierra y descanso. Un fin de semana en Reinosa se queda algo escaso para disfrutar de la localidad y sus amplísimos alrededores, pero sí permite hacerse una idea de los atractivos de la comarca cántabra de Campoo. La visita permite mezclar gastronomía con cultura, turismo activo con la posibilidad de bajarse a la playa sin mucha complicación y con precios razonables, todo según la temporada.
Los esquiadores tienen a Reinosa como uno de sus principales destinos gracias a su proximidad a la estación de esquí Alto Campoo, a un paseo en coche y donde la nieve atrae a miles de personas en invierno. Los entornos de la estación permiten disfrutar del senderismo con panorámicas espectaculares, y siempre se puede reponer fuerzas disfrutando de las vistas en el bar de la estación, abierto haya o no posibilidades para esquiar. Desde allí arriba se contempla, los días despejados, quizá no media España pero sí una enorme parte: hacia el sur, la meseta; hacia el norte, el azul Cantábrico; hacia el oeste, la afilada Montaña Palentina, con el Espigüete y el Curavacas tratando de rozar el cielo; hacia el oeste, una amplia masa de agua. Se trata del embalse del Ebro, inmensa superficie a la que, eureka, brinda sus aguas el recién parido río.
El Ebro nace en las proximidades de Reinosa, en el pequeño y cuco Fontibre. Un cuidado parque, con abundante presencia de curiosos en el camino y de patos entre los juncos, conduce hasta el punto donde emerge el Ebro, señalado por una estatua de la virgen María. El parque ofrece un cómodo paseo, con mesas para merendar ante la bucólica estampa, y pensar que ese cauce, 970 kilómetros después, regalará su contenido al mar Mediterráneo. Caprichos de la orografía, pues apenas 80 kilómetros separan su nacimiento del Cantábrico.
La siguiente y ancha parada del Ebro remite al embalse, remanso de tranquilidad para vacas, caballos y aves acuáticas encantados por el alimento que se les ofrece. En la otra punta del pantano, aunque ya en tierras burgalesas, el balneario de Corconte, para quien le apetezca relajarse en condiciones. Una vuelta a la presa por las carreteras y sus puentes, especialmente al atardecer, permite contemplar la caída del sol y sus reflejos ocres, dorados y posteriormente morados sobre la cristalina superficie del agua. Toda una exhibición de capacidad cromática. Los deportistas aficionados aprovechan la generosidad del Ebro para darle al kayak o a las canoas en este entorno privilegiado y con muchas empresas dedicadas a este tipo de ocio, donde también cabe el barranquismo y el siempre gratuito arte de andar hasta que duelan los pies.
De regreso a Reinosa, ya va tocando sentarse en una terraza o buscar refugio si el fresquete de la montaña hace de las suyas. Una sugerencia ineludible se llama Casa Vejo, una cafetería y pastelería cuya historia se remonta a 1944 con un salón interior con muchas mesas pero cotizadas por la golosa oferta: pasteles caseros, de calidad y buen precio, para acompañar con un chocolate caliente. En su oferta, las roscas de chocolate, las quesadas, las tartas de queso, los abisinios o la pantortilla, reina del postre en Reinosa con sus naturales hojaldres acompañados de mantequilla. Allí meriendan los jubilados de la zona, chavalitos con ganas de dulce, turistas de todo tipo o el cantante Rulo, a quien se ve con frecuencia por el local cuando no anda petándolo en conciertos con su Contrabanda tras hacerlo durante años con La Fuga, donde acuñó su famoso: “Desde Reinosa, Cantabria…”.
La localidad cántabra destaca también por sus ríos, atravesada por varios cauces directamente provenientes de la montaña. Por ellos se puede conocer mejor el municipio, acercarse a parques y comer en restaurantes con un importante protagonista: el cocido montañés. Alubias, verdura, chorizo, morcilla, tocino, costillas y demás ingredientes se entremezclan para resucitar al estómago y al paladar en muchos de los bares o tabernas tradicionales del pueblo, sin necesidad de grandes alardes estéticos pero con cocinas expertas en el guiso. Lo de gastrobar, por suerte, aquí no está demasiado de moda. De segundo, las carnes de la zona suponen una muy buena opción, si queda apetito. De postre, lo que entre.
La visita a estos parajes de la cordillera Cantábrica incluye una amplia dosis cultural con un principal componente: el arte románico. Las construcciones de este estilo, sobrio y de templos oscuros para invitar al recogimiento para encontrar a Dios frente a la desbordante luz gótica, trasladan a casi 1.000 años atrás. Mejor lo explican en Villacantid, también cerquita de Reinosa —a unos seis kilómetros—, donde la iglesia de Santa María la Mayor representa bien estas cualidades. Allí se encuentra un centro de interpretación, con juegos dinámicos incluidos. Así se aprende más sobre los gruesos muros de piedra, sus adornos con ajedrezado, su portada con el Pantocrátor en su mandorla o los obscenos canecillos en el exterior del ábside para evocar los males que no entraban en el templo. Todo ello plasma a la perfección la idiosincrasia románica, también perceptible en los capiteles tallados con más o menos mimo según las mañas, y el presupuesto, del autor.
Una representación espectacular de este modelo artístico se encuentra en Cervatos, pegado a la antigua nacional que serpentea hacia la meseta y hoy casi en desuso. La colegiata de San Pedro, construida en 1129, aparece en los libros de Historia del Arte como un incomparable ejemplo de estas obras. Pero la colegiata solo se puede visitar si una vecina del pueblo, portadora de las llaves, tiene un hueco para el improvisado público. Así que mejor avisar. Lo deseable sería que este valiosísimo patrimonio histórico, cultural y artístico tuviese una conservación y atención para facilitar la divulgación de joyas como esta. Esta falta de cuidado, propia de esta y muchas otras iglesias de zonas rurales, deja un sabor de boca amargo después de disfrutar de Reinosa y su entorno, siempre digno de protagonizar una escapada y de destinar cuanto más tiempo mejor para paladearlo en condiciones.
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