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Por el Helsinki del director finlandés Aki Kaurismäki

Bares, el barrio de Kallio, saunas, la iglesia subterránea de Temppeliaukio, edificios modernistas... La capital de Finlandia parece haberse quedado anclada en otro tiempo, pero no hay que caer en el engaño: la ciudad está en la vanguardia del diseño

Helsinki
Las vistas desde lo alto de las escaleras de la plaza del Senado de Helsinki (Finlandia).RAFAEL ESTEFANÍA

“Mírame los zapatos. Es el tercer par que uso para buscarte”. Así, con esta frase tan simple y tan tierna a la vez, Holappa, el protagonista de Fallen Leaves (2023), declara su amor a Ansa cuando finalmente la encuentra en esta deliciosa película de amor proletario del director finlandés Aki Kaurismäki. Pienso en esas suelas maltrechas mientras desgasto las mías pateando la misma ciudad y los mismos escenarios por donde transita en la ficción el protagonista. La forma en que Kaurismäki retrata Helsinki está cargada de nostalgia, minimalismo y una sensación de atemporalidad. Quizás por ello, uno tiene la impresión de que en cualquier esquina puede aparecer alguno de los personajes que han pululado por sus 19 largometrajes. Gente normal, sin estridencias, como las que me cruzo en mi paseo sin rumbo por una ciudad que siempre te invita a recorrerla a pie y, ocasionalmente, a lomos de un tranvía.

Helsinki, como sus películas, te baja las pulsaciones y te abre la puerta del vestíbulo de la melancolía. A diferencia de sus vecinos escandinavos, donde todo es trendy y cool, la capital de Finlandia parece haberse quedado anclada en otro tiempo, sorteando la globalización que hace que todas las ciudades se conviertan en calcos de otras. No hay ciudad más atractiva que la que es capaz de aferrarse a su personalidad y seguir siendo auténtica. Pero no hay que equivocarse: Helsinki está en la vanguardia del diseño, pero la ciudad lo vive de forma natural, abrazándolo no para impresionar a los que miran, sino para hacer mejor la vida de los que la disfrutan.

La estación de tren de Helsinki (Finlandia).
La estación de tren de Helsinki (Finlandia).RAFAEL ESTEFANÍA

“La tarea del arquitecto es humanizar la naturaleza mecánica de los materiales”, decía el genial arquitecto Alvar Aalto, quien con sus dos esposas (en distintas etapas de su vida), las arquitectas Aino Aalto y Elissa Aalto, fueron los padres y madres del modernismo finlandés. Difícil encontrar una sala de conciertos tan funcional y a la vez tan bella como la Finlandia Hall, envuelta en mármol de Carrara y reabierta el pasado enero después de tres años de renovación. Este templo es tan intimista como la iglesia subterránea de Temppeliaukio, excavada en roca sólida y cubierta con una cúpula de cobre, o la vanguardista Biblioteca Oodi, con sus ondulantes formas de madera. En el Design District, las tiendas de diseñadores locales de muebles, ropa y joyería se cuentan por cientos. Las calles, parques y avenidas muestran una arquitectura modernista, funcionalista y art nouveau, estilo en el que Helsinki tiene la mayor concentración del norte de Europa. Esto hace que uno camine siempre mirando hacia arriba para no perder detalle.

El hotel St. George se ubica en un edificio neorrenacentista de 1840 que antes fue una imprenta. Derrocha estilo desde el momento en que entras y te recibe con una escultura de Ai Weiwei en el vestíbulo. No solo es el siglo XX el que se lleva las miradas. La plaza del Senado se desborda de edificios neoclásicos por sus cuatro costados y se corona, al final de una monumental escalinata, con la inmensa catedral luterana de blanco impoluto y tocada por una cúpula verde.

Un pescador vendiendo arenques en la popa de su barco, en Helsinki.
Un pescador vendiendo arenques en la popa de su barco, en Helsinki.RAFAEL ESTEFANÍA

Para recargar energía con un café, el estimulante favorito de los finlandeses (es el país del mundo donde más café se consume), en lugar de la previsible cadena que coloniza los lugares turísticos de las capitales es recomendable el Café Engel, un acogedor refugio de toda la vida donde tomar un delicioso café con leche o un chocolate caliente con nata y un rollo de canela con vistas a la catedral. Muy cerca de aquí, en la plaza del Mercado, a orillas del Báltico, los olores de la comida típica preparada en carpas callejeras envuelven el trajín de locales y turistas que llegan hasta los muelles de donde parten los barcos de recreo y los navíos que conectan con el resto de las islas del archipiélago. Cada octubre, el Festival del Arenque —se remonta a 1743— atrae a decenas de pequeños barcos de pesca que amarran en el muelle y usan la popa de sus embarcaciones como mostradores, para vender arenque frito, marinado, fermentado o ahumado. El resto del año, cuando estos barcos están en el mar, sus productos se pueden seguir degustando en el evocativo Old Market Hall, un coqueto edificio del siglo XIX de ladrillo que alberga tiendas con delicatessen de arenques, caviar y carne de alce y reno. También hay restaurantes de madera donde calentar el cuerpo y el alma con una reconfortante sopa de salmón, patatas y puerros, conocida como lohikeitto.

Exterior del Old Market Hall de Helsinki, un edificio del siglo XIX de ladrillo que alberga tiendas con 'delicatessen'.
Exterior del Old Market Hall de Helsinki, un edificio del siglo XIX de ladrillo que alberga tiendas con 'delicatessen'.RAFAEL ESTEFANÍA

Un director con un cine

En esta época, donde los días son cortos y la luz tenue inunda la ciudad, la nostalgia que destilan las películas de Aki Kaurismäki se hace presente en las calles. Sus películas retratan la ciudad cargada de silencio. No hay multitudes ni tráfico denso. En el mundo del realizador, Helsinki parece haberse detenido en una década indeterminada entre los años cincuenta y setenta. Los tranvías, los neones y los coches antiguos de sus películas son los mismos que se ven en un paseo nocturno. Al doblar la esquina, me topo con una camioneta Willys del 52 aparcada en un callejón apenas iluminado. No será el único vehículo vintage que me encuentre circulando, como si cualquier cosa, en los próximos días. En un semáforo, el motor de un Ford Galaxy del 63 descapotable color rojo, conducido por un old timer con gorra americana y gafas Ray-Ban, acelera dejando en el aire un rastro de humo y olor a carburante. La afición de los finlandeses por los coches americanos clásicos es tal que cada marzo se celebra en la ciudad The American Car Show, donde los amantes de estos coches hacen rugir sus motores vintage.

Una camioneta Willys del 52 aparcada en una calle de la capital finlandesa.
Una camioneta Willys del 52 aparcada en una calle de la capital finlandesa.RAFAEL ESTEFANÍA

En la película Ariel (1988) de Kaurismäki, un Cadillac blanco es tan protagonista como sus personajes. En el mismo Cadillac descapotable que el director conservó tras el rodaje llevó a su amigo, el director Jim Jarmusch, desde el aeropuerto hasta la pequeña ciudad de Karkkila para asistir a la apertura del Kino Laika, el cine que Kaurismäki abrió el año pasado. Un trayecto de 70 kilómetros desde Helsinki con el coche descapotado a cero grados y con la nieve cayendo (no funcionaba el mecanismo de la capota), y con la perrita de Aki, Laika, en el regazo de Jarmusch como único calefactor. La vida, a veces, supera a la ficción. El trayecto en autobús hasta Karkkila es menos épico y, sin duda, mas cálido. El cine, construido en una antigua fundición abandonada, es una visita obligada para los amantes del universo Kaurismäki. El complejo, situado a la vera de un bucólico río, incluye un restaurante, una sauna y tiendas vintage, y se ha convertido en referente cultural con sus películas de autor, coloquios y su festival de cine en verano.

De vuelta en Helsinki, el barrio de Kallio es antigua zona obrera convertida en lugar favorito de artistas y bohemios, también escenario de muchas de sus películas. La iglesia de Kallio, una impresionante construcción art nouveau de granito gris con cúpulas y techado verde, es el símbolo del barrio. Desde allí parten los 14 protagonistas de Calamari Union (1985) —la película más surrealista de Kaurismäki— en busca de una vida mejor en Eira, el barrio burgués y más exclusivo. Esa diferencia de clases sigue patente en la expresión social por excelencia de los finlandeses: la sauna. Kallio es el barrio donde se encuentran las últimas saunas públicas de la ciudad. La que mejor representa el espíritu comunal y obrero es Kotiharju Sauna, abierta en 1928. En las saunas se cierran negocios, se fraguan amistades y se cimentan lazos familiares. Es también el lugar de encuentro después de un día de trabajo. Bajo un enorme cartel de neón rojo con la palabra “sauna” escrita, un nutrido grupo de hombres cubiertos solo con una toalla charlan y toman cerveza al fresco, bajando la temperatura corporal en la fría noche de Helsinki. Dentro, sentados en unos graderíos de madera, se hacinan hombro con hombro, a la espera de que algún voluntario rocíe la caldera con agua, produciendo una nube de vapor que sube de forma súbita la temperatura. En el otro extremo, literal y geográfico, en el barrio pijo de Eira, la sauna Löyly, de moderno diseño en madera, con piscinas al aire libre, jacuzzis y restaurante asomado al Báltico, el sudor no parece el mismo.

Chapuzón en el mar Báltico desde la sauna Allas Pool, en Helsinki.
Chapuzón en el mar Báltico desde la sauna Allas Pool, en Helsinki.RAFAEL ESTEFANÍA

El barrio de Kallio es también escenario de lugares de música alternativa, garitos y locales de karaoke. Quizá ningún otro director le haya concedido tanta importancia a los bares y cafés en su filmografía como él. “La música no da de comer, pero al menos te da un motivo para seguir viviendo”, dice uno de los personajes de Un hombre sin pasado (2002). Y es que los bares y cafés se convierten en refugios para ellos. Lugares de encuentro donde el alcohol y la música en vivo, a menudo interpretada por bandas de veteranos de rock, son la única vía de escape. En el pub Sirdi, la música sigue saliendo de las fauces de una vieja jukebox y en la barra sirven aguardiente barato. Muchas noches empiezan en estos locales y acaban irremediablemente en un karaoke, otro de los pasatiempos favoritos de los finlandeses.

La antigua 'jukebox' en el 'pub' Sirdi de Helsinki.
La antigua 'jukebox' en el 'pub' Sirdi de Helsinki.RAFAEL ESTEFANÍA

Más sorprendente que su afición a cantar frente a desconocidos en oscuros garitos es su amor al tango. Finlandia es la segunda patria del tango después de Argentina. En la localidad de Seinjoki, en el interior del país, cada año se celebra el segundo festival de tango más grande del mundo. El tango finlandés tiene trazas de Kaurismäki: contenido, sincero, recatado, alejado de la teatralidad y sensualidad del tango porteño. En la banda sonora de Luces al atardecer (2006) suenan dos tangos argentinos clásicos, y una escena de Fallen Leaves está rodada en el Bar Buenos Aires de Helsinki, un local popular entre los locales y visitantes por su ambiente y diseño “al más puro estilo de Kaurismäki”.

El propio director, junto con su hermano, regentaban el bar Corona, que junto con el Dubrovnik y el Moskva formaron durante años el trío calavera de los bares de Helsinki donde exprimir la noche. En 2018, el dueño del edificio decidió convertirlo en un hotel y los tres bares tuvieron que echar el candado. En 2024, el Corona ha vuelto a abrir en una antigua fábrica de trenes recién restaurada en el distrito de Konepaja, ocupando un enorme espacio con varias mesas de billar y un bar con un mobiliario que parece sacado directamente del set de una de las películas de Kaurismäki. Cerca de aquí, en las vías muertas, languidece una máquina de tren color amarillo de los años cincuenta. Junto a él, uno de los antiguos almacenes del ferrocarril es hoy una cancha de petanca cubierta, donde dos parejas compiten en absoluto silencio, solo roto por el ocasional chasquido seco de las bolas al chocar…

En Helsinki no es necesario ir al cine para ver una película de Kaurismäki.

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