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Aventuras de Península de Osa, el lado indígena de Costa Rica

No es fácil llegar a esta región, pero merece la pena. El territorio está lleno de sitios para observar fauna y flora exótica, hacer excursionismo en plena selva, adentrarse en la cultura indígena y disfrutar de fantásticos alojamientos ecológicos, entre otros

Costa Rica
La playa Pan Dulce, cercana a Puerto Jiménez, es la favorita de los surfistas.

El sur de Costa Rica es probablemente su zona menos turística, pero los que quieran conocer la cultura rural e indígena del país, aquí podrán conectar con la tierra y su gente. Y este sur inédito incluye la península de Osa, la región más meridional del Pacífico costarricense y también la menos poblada. No es fácil llegar hasta aquí, pero el sur recompensa a los viajeros con algunas de las mejores opciones de observación de fauna y excursionismo, con la cultura indígena más rica, con playas vírgenes, remotos y fabulosos alojamientos ecológicos, y experiencias inmersivas en la selva tica, como en ningún otro lugar del país.

Más información en la nueva guía de Costa Rica de Lonely Planet y en www.lonelyplanet.es

Un viaje a la biodiversidad del sur

En el sur no encontraremos sofisticados hoteles ni internet de alta velocidad, pero sí una gran biodiversidad, con una amplia pluralidad de mi­croclimas y paisajes, e infinidad de propuestas de excursiones para todos los gustos. Las mesetas de Providencia son un paraíso para los aman­tes del café y un autén­tico parque de aventuras para los amantes de los de­portes extremos. San Gerardo de Rivas resulta un en­cantador pueblo emplazado en el bos­que nuboso, en el corazón de la cordillera de Talamanca, y que alberga el pico más alto de Costa Rica.

Pero es sobre todo la península de Osa la que empieza a despertar el interés de los viajeros más concienciados ecológicamente: alberga el 2,5% de la biodi­versidad mundial, a pesar de que abarca menos de una millonésima parte de la superficie del planeta. Na­tional Geographic la califi­có como “el lugar biológica­mente más completo de la Tierra” por su abun­dancia de flora y fauna te­rrestre y marina, que se puede ver en el Parque Nacional Corcovado. De­bido a su frágil y singular ecosistema, todo está enfocado al ecoturismo y la conservación.

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En la parte más continental de este sur diverso y diferente hay otra propuesta: aprender sobre las comunidades brörán y boruca en Térraba, en museos, talleres y estancias en casas particulares, que nos conectarán con el pasado y el presente indígena del país, ausente en el resto del territorio.

Bahía Drake, tesoros piratas, tesoros ecológicos

Aunque el Parque Nacional Corcovado es la principal atracción de la península de Osa, su puerta de entrada es Bahía Drake, un verdadero paraíso para los submarinistas y un magnífico punto de partida para conocer la vida rural. La bahía Drake está al norte de la península, y toma su nombre de Francis Drake, el explorador, corsario y traficante de esclavos británico que supuestamen­te llevó a cabo incursiones y escondió tesoros en esta zona a finales del siglo XVI. Ahora el mayor tesoro de la región es su naturaleza: a Drake llegan cada vez más visitantes, sobre todo para conocer el Parque Nacional Corcovado. Muchos visitantes se alojan en el pueblo costero de Agujitas para tener fácil acceso al parque y a los circuitos de submarinismo y buceo a la isla del Caño, pero la bahía merece dedicarle unos días, para disfrutar del esplendor de la península de Osa y su biodiversidad. Y, cómo en toda Costa Rica, no faltan las propuestas de actividades y deportes al aire libre.

Entre sus mejores playas, está la de San Josecito, tranquila, de arena dorada, ideal para tomar el sol y relajarse. O la Playa Colorada, con restaurantes y tiendas y la apartada Playa Las Caletas, con formaciones rocosas y mucha fauna, a poca distancia a pie de la playa Colorada.

Vista de la playa del desembarco en Bahía Drake, en la península de Osa.
Vista de la playa del desembarco en Bahía Drake, en la península de Osa.

Alrededores de la Bahía Drake: Por los manglares del Sierpe

Mucha gente visita la bahía Drake durante un par de días para explorar el Corcovado y luego regresa a zonas más po­pulares de la costa del Pacífico. Sin embargo, hay infinidad de aventuras por toda la península de Osa más allá de Agu­jitas y el Parque Nacional Corcovado.

El ecoturismo es una forma excelente de conocer la vida ru­ral fuera de las zonas turísticas y establecer vínculos con gen­te local. A una hora en barco o en coche a las afueras de la localidad de Bahía Drake se ofrecen singulares experiencias en la natu­raleza para descubrir la biodiversidad de la península y tal vez sea buena idea tomarse un respiro de los circuitos en grupo para expe­rimentar la región a través de una mirada local.

Una de las mejores experiencias es hacer un circuito por los manglares: los ticos te recomiendan llegar a Sierpe temprano para recorrer estos laberintos acuáticos y poder llegar de vuelta a Bahía Drake antes del anochecer. El pueblo de Sierpe es famoso por tener expuestas esferas del Diquís (unas extrañas piedras precolombinas) en el parque municipal y por ser el punto de par­tida para ir a la Bahía Drake. Aquí no hay mucho más para los turistas, aunque la geografía y la topografía hacen que el río Sierpe sea el lugar perfecto para ver fauna entre impresionantes manglares.

Una puesta de sol desde el 'resort' Poor Man's Paradise en la playa San Josecito, cerca de Bahía Drake.
Una puesta de sol desde el 'resort' Poor Man's Paradise en la playa San Josecito, cerca de Bahía Drake.UCG

Los manglares desempeñan un importante papel protector para la Tierra y para miles de especies de flora y fauna. Esta enorme red de mangles funciona como barrera contra la ero­sión durante la crecida de los cauces en la estación de lluvias, contribuye al suelo rico en nutrientes a lo largo del río y fil­tra el carbono del planeta. Los manglares son un ecosiste­ma distintivo en el que pueden prosperar mamíferos, repti­les, aves, insectos y plantas.

Rancho Quemado: una aventura alternativa para relajarse en el campo

No todo son playas y bosques en este sur alternativo. Rancho Quemado es un pequeño y pintoresco pueblo a 45 minutos de la bahía Drake, donde algunas familias locales han abierto sus casas a los turistas para ofrecer experiencias de ecoturismo sostenible que muestran cómo es la vida diaria fuera de las playas y los parques nacionales.

Hay muchas opciones, desde circuitos de naturaleza y plantas autóctonas, hasta excursiones a cascadas, pesca en una laguna o clases de cocina. Se puede dar un paseo a pie con don Carlos, el propietario, y su hermano, entre los árboles frutales tropicales de su finca antes de remar en piragua por el río para ver aves autóctonas, como garcetas níveas o tucanes. El colofón es siempre una deliciosa comida con ingredientes frescos de la finca y jugo de caña de azúcar.

En otra finca, Las Minas, se puede probar a buscar oro en un arroyo. El propietario, don Juan Cubillo, explica la histo­ria de la minería del oro y su importancia para la región, y ofrece información sobre su legado indígena. Juan guía a los viajeros hasta el cercano río, donde se puede observar y ex­perimentar el bateo de oro en la tierra rica en hierro. Luego, su esposa, Rosa, ofrece una sabrosa comida casera preparada con ingredientes locales en su cocina al aire libre.

Una tortuga verde en la isla del Caño, una reserva biológica protegida por el Gobierno de aguas cristalinas, perfecta para el submarinismo.
Una tortuga verde en la isla del Caño, una reserva biológica protegida por el Gobierno de aguas cristalinas, perfecta para el submarinismo.

Bañarse entre cascadas en la selva o bucear en la isla del Caño

Aunque gran parte del turismo en la bahía Drake se centra en el Parque Nacional Corcovado o en salir a explorar sus aguas, hay algunos impresionantes senderos y cascadas unos cuan­tos kilómetros tierra adentro. Solo hay que conducir 30 minutos hasta Los Planes para pasar un día de excursión por el río Agujitas, uno de los más limpios de Costa Rica. La ruta de 15 kilómetros para ver las tres cascadas serpentea por arroyos y lechos fluviales, llevando a los visitantes por la selva y alejándolos de la cobertura móvil y de todo lo que suene a cotidiano. Hay que moverse con cuidado por los senderos y detenerse de vez en cuando para apreciar los paisajes. En la esta­ción de lluvias, el verde, húmedo y frondoso follaje refleja de forma hipnótica la luz del sol en forma de arcoíris, pero el te­rreno también está más resbaladizo, y la excursión puede que se cancele debido a inundaciones.

Otro lugar para experimentar la biodiversidad de la penínsu­la de Osa y nadar es la isla del Caño. La isla y sus aguas son una reserva biológica protegida por el Gobierno des­de 1978 y los submarinistas acuden en masa a la bahía Drake para bucear en las aguas cristali­nas de esta isla, con una visibilidad excelente durante la temporada de submarinismo que va de diciembre a abril. Desde Bahía Drake salen los barcos para la isla: unos 45 minutos con vistas fantásticas a las aguas azules y la península de Osa, con la posibilidad de ver bancos de del­fines o ballenas.

La zona está repleta de fauna y es habitual bucear entre ti­burones (como tiburones ballena y tiburones toro), pulpos, tortugas marinas, rayas y decenas de especies de peces. Hay submarinistas que se animan también a explorar las maravillosas cue­vas y los extensos arrecifes de coral o a hacer inmersiones nocturnas, que son una experiencia muy diferente.

La pequeña isla cuenta con siglos de historia indígena: hay esferas precolombinas, y fue utilizada como cementerio por el pueblo chiriquí entre el 700 y el 1500 a.C. El número diario de visitantes que puede pisar la isla está limita­do, por lo que hay que reservar e ir con un guía certificado.

Una ballena en el cercano Parque Nacional Marino Ballena, ubicado en el distrito de Bahía Ballena.
Una ballena en el cercano Parque Nacional Marino Ballena, ubicado en el distrito de Bahía Ballena.Patrick Gijsbers

Parque nacional Corcovado: La Sirena y La Leona

Corcovado es la gran atracción natural del sur de Costa Rica, por la que ya merece la pena el viaje a la península de Osa. Este remoto parque nacional alberga el 2,5% de la biodiversidad mundial y abarca el 40% de la península de Osa. Su flora y fauna se ponen de manifiesto nada más entrar en el parque: una plurisilva imponente, ríos, y aves, mamíferos y reptiles de múltiples especies por toda parte.

Que nadie pretenda verlo todo: este es un parque enorme, con 42.570 hectáreas terrestres y 5375 marinas, que alberga muchos ecosistemas, con bosques, pla­yas, arrecifes de coral, manglares y pantanos de agua dulce. Hay muchas formas de acceder al parque desde diferentes puntos de la península, pero La Sirena es la entrada más cercana a la bahía Drake y la zona más visitada por su proxi­midad a Uvita y a otros populares destinos de la costa.

Solo se permite la entrada de 100 visitantes diarios por el sector La Sirena, y si se pretende dormir allí, en medio de la selva, solo un máximo de 70 visitantes puede pernoctar en la estación de guardabosques La Sirena, con dormitorios colectivos, cena y desayuno.

Pero la mayor parte de los visitantes llegan en circuitos organizados que visi­tan en cinco o seis horas una sección de los extensos senderos por la selva. La única de forma de entrar por el sector La Sirena es en lancha motora compartida hasta la entrada del parque. El trayecto, de una hora por la Bahía Drake, suele ser agitado, sobre todo durante la estación de lluvias, pero vale la pena, ya que quizá se vean ballenas, sobre todo a madres con sus crías. También es ha­bitual ver bancos de delfines nadando junto a la lancha.

Unos turistas cruzan uno de los puentes colgantes en Mistico Park, otra de las atracciones próximas.
Unos turistas cruzan uno de los puentes colgantes en Mistico Park, otra de las atracciones próximas.

Una vez en tierra, nos veremos rodeados por la naturaleza en estado puro. Hay fauna por todas partes: en la tierra, en los árboles, en el aire y en el agua. Un avistamiento muy codiciado es el del tapir; estos mamíferos nocturnos llevan más de 33 millones de años en el planeta. Se pueden ver perezosos, búhos, múl­tiples especies de monos y tucanes en los árboles, serpientes reptando por los senderos, y caimanes y cocodrilos flotando por el río Claro, y puede que uno se cruce con pavos salvajes y pecaríes.

Lo mejor: dedicar también un día a relajarse después de la intensa excursión y visitar las aguas termales.

Senderismo por el Parque Nacional Corcovado: La Leona

Debido al enorme tamaño del Parque Nacional Corcovado, hay múltiples entradas y puntos de acceso por toda la penín­sula de Osa, y hasta 13 ecosistemas diferentes. En cualquier caso, es obligatorio ir con un guía certificado, que conozca bien el terreno, los ríos, y las distancias.

En el lado sur del parque, el sendero La Leona es la opción para ver el máximo posible del parque, aunque hay que dedicar tiempo y esfuerzo: abarca playas, bosques y ríos. Si solo tenemos un día, lo mejor es disfrutar de una excursión de cinco horas por el sendero Madrigal, con caminos por la selva y pintorescas vistas de acantilados. Pero los que tengan tiempo para pernoctar en el parque, pueden hacer la ruta más larga de La Leona a La Sirena, que permite experimentar de forma más íntima el Parque Na­cional Corcovado y todos los ecosistemas de la península de Osa. La ruta de La Leona a La Sirena requiere aguante para largas caminatas y en condiciones inciertas.

A esta parte del parque se llega en todoterreno desde Puerto Jiménez hasta Carate, por pedre­gosas carreteras sin asfaltar y a través de ríos. Y ya en Carate empieza la excursión, caminando unos cuantos kilómetros hasta la estación de guardabosques La Leona. Según la época del año, se pueden ver hasta cuatro especies de tortugas marinas anidando a lo largo de la ruta, pero hay otros hitos, como un cementerio que era usado por los antiguos habitantes de la zona siglos antes de la creación del parque nacional. Con marea baja se pue­den ver formaciones rocosas y cuevas. El Parque Nacional Corcovado es el único donde se pueden ver las cuatro especies de monos de Costa Rica, muy abundantes en toda la península. El parque alberga más de 400 especies de aves, por lo cual se podrán ver guacamayos escarlata y tucanes

Ecoturistas en paseo en barco cerca de la península de Osa.
Ecoturistas en paseo en barco cerca de la península de Osa.

Puerto Jiménez, nadar entre delfines en un fiordo tropical

Este tranquilo pueblo costero, al sureste de la península de Osa, es un trampolín para excursiones de ecoturismo. Está en el golfo Dulce, uno de los únicos cuatro fiordos tropicales del planeta y atrae a amantes del buceo, a turistas que quie­ren visitar Corcovado y a pescadores deportivos, muchos de ellos con casa en la costa.

Durante más de un siglo, la inversión empresarial ha sido una fuente de tensiones en este pequeño pueblo agrícola lle­no de recursos naturales. Su frágil entorno se vio ame­nazado por el deseo de desarrollar la península de Osa por parte de la United Fruit Company en la década de 1930, por la estadounidense Osa Forest Products en la década de 1970 y, actualmente, por la cadena de hoteles Hilton. En la década de 1960, la extracción de oro estaba en auge, pero se detuvo tras la creación del Parque Nacional Corcovado en 1975. En la dé­cada de 1990, el ecoturismo se convirtió en uno de los moto­res impulsores económicos de la zona y aún sigue siéndolo

El golfo Dulce atrae a investigadores internacionales que acu­den a estudiar sus profundidades porque está lleno de delfines y tortu­gas marinas y es un paraíso para el buceo. Es también refugio para va­rias especies de tiburones y para las yubartas, que lo usan como zona de cría, por lo que los avistamientos de ballenas son habituales. El Parque Nacional Corcovado y el Parque Na­cional Piedras Blancas bordean esta masa de agua, ofrecien­do espectaculares vistas verdes de la frondosa península de Osa en todas direcciones desde los barcos.

Hay playas muy buenas, como la playa Blanca, pero aquí la estrella son los circuitos de buceo, la mejor forma de disfrutar de las impresionantes aguas y la fauna marina. Es probable que los delfines naden junto a los barcos en ruta a Piedras Blancas, donde los arrecifes poco profundos son ideales para el buceo. Los más aventureros pueden alquilar kayaks para hacer circuitos fluviales por manglares alrededor de la playa Platanares o en el río Rincón. Y sin duda, la experiencia estrella es el circuito de bioluminiscencia en kayak al atardecer, alrededor de la costa de Puerto Jiménez, para contemplar este mágico fenómeno químico.

Una dulce y sabrosa visita: la cultura del cacao

La Finca Köbö es una plantación familiar de cacao a 17 kilómetros de Puerto Jiménez. Tras la típica visita a la plantación tradicional y las informaciones sobre la importancia cultural de esta planta sagrada para los mayas, se atraviesa un corredor biológico: una zona entre fincas donde los animales pueden permanecer y alimentar­se de forma segura. Aquí hay monos, coatíes, perezosos y un montón de aves e insectos endémicos de la región. Esta par­te del circuito hace hincapié en la importancia de vivir en sintonía con nuestro entorno. También se da un corto paseo por un bosque secundario, lleno de plantas autóctonas, que conduce a la zona de cultivo.

Como es habitual, la visita se completa con la degustación de diferentes especies de frutos de cacao y la explicación sobre el pro­ceso de transformación para pasar del grano a una barra de chocola­te puro. El circuito termina con fruta fresca, una fondue de cho­colate y excelente conversación en el jardín tropical.

La gente se divierte en una playa pública de Puerto Jiménez.
La gente se divierte en una playa pública de Puerto Jiménez.Neil McAllister / Alamy Stock Ph

Alrededores de Puerto Jiménez: los brazos del Tigre

La extensa península de Osa invita a viajar sin prisas. Por ejemplo, en la zona de Dos Brazos, que se extiende a lo largo de dos brazos del río Tigre, donde se pueden visitar fin­cas, escondidas cascadas, alojamientos ecológicos y otra en­trada al Parque Nacional Corcovado.

En la década de 1960, Dos Brazos era una próspera población extractora de oro con miles de habitantes. Cuando los recursos naturales se agotaron y el Gobierno creó el Parque Nacional Corcovado para proteger la tierra en 1975, la extracción de oro dejó de ser una opción para ganarse la vida. Los miembros de la comunidad se unieron para crear negocios sostenibles y ahora, es un destino de ecoturismo para quienes buscan expe­riencias rurales y remotas.

Un sendero menos transitado es El Tigre, tranquila opción para conocer la biodiversidad del Par­que Nacional Corcovado sin tener que hacer un largo viaje en coche. Aunque no haya la misma cantidad de fauna que en La Sirena, sí hay una fabulosa vida vegetal y se pueden ver muchas aves. Para acceder al sendero hay que ir con un guía certificado.

Sin necesidad de hacer todo el sendero (de 18 kilómetros), también hay experiencias más cortas y menos intensas, como batear oro, pasear a caballo, observar aves, hacer una excursión por la pluvisilva para saber más sobre plan­tas medicinales, visitar la cascada y la refrescante poza de El Salto, o almorzar en la pluvisilva con Xiña, una vecina de la zona que abre su cabaña y su granja en la ladera de la montaña a los turistas para relacionarse con ellos disfrutan­do de una comida casera.

 El paraíso surfero de Matapalo.
El paraíso surfero de Matapalo.Kryssia Campos

Pillar una ola: el paraíso surfero de Matapalo

Los surfistas acuden en masa a los rincones más remotos de la península de Osa para aprovechar sus corrientes y rom­pientes. Matapalo está a una hora en coche de Puerto Jiménez y se ha convertido en el hogar de expatriados e inversores extranjeros, y en la meca de entre­namiento de algunos de los mejores surfistas de Costa Rica. Las empresas de circuitos ofrecen clases para principiantes en algunas de las playas con olas más suaves, como las de bahía Backwash y Pan Dulce. Y mientras, las playas del cabo Matapalo, donde el mar de fondo del oeste y el suroeste provoca fuertes olas potencialmente peligrosas, atraen a surfistas experimentados.

Pavones es un pueblo de playa más apartado en la costa interior del golfo Dulce y un importante destino para surfis­tas experimentados. Aquí se ha registrado la segunda ola más larga del mundo en longitud, altura y velocidad. Las mejores olas se forman en la estación de lluvias (abril-octubre), pero tam­bién es cuando es más difícil llegar debido a las carreteras sin asfaltar y a los ríos desbordados, en lo profundo de la selva de la costa sur del Pacífico.

Térraba, reserva precolombina

El viaje hasta la península de Osa, si no se hace en avión hasta Drake, da la oportunidad de conocer una cara muy diferente del país a la que suelen ver los turistas. En un país donde apenas quedan rastros indígenas, aquí sobreviven los térrabas, descendientes de la civilización precolom­bina chiriquí, que data de hace 10.000 años y que floreció hasta la llegada de los españoles a principios del siglo XVII.

Los soldados y los misio­neros españoles trasladaron a los térrabas a la región su­roeste, cerca de Boruca y el río Grande de Térraba. Las enfermedades europeas diezmaron a los térrabas, pero los que sobrevivieron conservaron su cultura y lucharon por obte­ner reconocimiento y derechos por parte del Gobierno. En 1977 se aprobó una ley que garantizaba el derecho inaliena­ble de los indígenas sobre sus tierras. Desde entonces, las comunidades brörán y boruca han tenido varios enfrenta­mientos con empresas y el Gobierno por talar sus bosques e intentar construir en sus tierras sagradas. El turismo es una creciente industria que ayuda a fomentar y conservar la cul­tura y Buenos Aires, con restaurantes y tiendas de comesti­bles, es la principal población.

Una de las propuestas para acercarse a este mundo indígena es participar en un taller de tejido o de tallado de máscaras impartidas por artesanos locales: el arte tradicional y sus técnicas ancestrales son fundamen­tales para la cultura boruca, un medio de contar la historia y de honrar las tradiciones espirituales de las comu­nidades indígenas.

 Vista aérea del río Delta Sierpe Térraba, dentro del Parque Nacional Corcovado.
Vista aérea del río Delta Sierpe Térraba, dentro del Parque Nacional Corcovado.

Las mujeres son las guardianas de la tradición del tejido. Los talleres de tejido permiten ver cómo los borucas usan diversas plantas y materiales naturales, como cúrcuma y azul de mata, para teñir los hilos. En los talleres de máscaras, habilidosos artesanos borucas tallan intrincadas piezas de cedro que representan motivos naturales y fieras caras de guerreros, y honran a los antepasados borucas que lucharon contra los conquistadores españoles. Se usan en recreaciones durante la Fiesta de los Diablitos (a finales de diciembre).

Otra forma de acercarse a la cultura local es hacer un circuito de cacao con los brörán, muy diferente de otras actividades similares orientadas a turistas que se ofrecen en Costa Rica. En El Des­canso Térraba, el propietario, Jeffrey Villanueva, enseña a los visitantes todo el proceso e insiste en el papel del cacao como una planta sagra­da con un gran valor que no puede separarse de su historia como parte de la cultura indígena. En este circuito se tienen muy en cuenta la unión con los antepasados a través del cacao, los ritos asociados, el valor terapeútico del cacao, o las historias en torno a su cultivo y su molienda.

En las colinas de Térraba, en medio de la comunidad boruca, un pequeño museo permite entender mejor la vida prehispá­nica en esta región. Preside la entrada una esfera del Diquís, uno de los artefactos indígenas más famosos de las socieda­des precolombinas de Costa Rica.

 Esferas de piedra en el sitio arqueológico Finca 6, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Esferas de piedra en el sitio arqueológico Finca 6, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Y dentro, el museo comunitario ilustra cómo vivían las comunidades borucas an­tes de la llegada de los españoles, sobre todo a través de répli­cas de casas con techo de paja, habitaciones y utensilios de cocina.

Las esferas precolombinas del Diquis

En los alrededores de Térraba se hallan al­gunos de los yacimientos arqueológicos de esferas del Diquís, incluido el único público de la región: la Finca 6, Patrimonio Mundial y el segundo yacimiento arqueológico de Costa Rica abierto al público. El museo está construido alrededor de las esferas del Diquís, en el delta del Diquís, donde fueron creadas y descubiertas, y ayuda a imaginar cómo era la vida prehispánica aquí y a entender mejor lo que se va a ver.

Vale la pena recorrer el sendero El Asentamiento (1150 m) para ver todo el yacimiento en conjunto: una primera parada, nos lleva a una zona funeraria, con agrupamientos de piedras relativamente pequeñas medio enterradas, y un cartel que explica el efecto del saqueo sobre la tierra y la cultura. Más allá de un teleférico que conecta con una finca bananera contigua, encontramos dos esferas que fueron usadas como estructuras base para casas prehispánicas. Y por fin se llega a los alineamientos, una serie de esferas semienterradas que nunca se han movido de su sitio ori­ginal. Las esferas fueron dispuestas y alineadas intencionadamente por los habitantes originales para señalar dónde tenían lu­gar las celebraciones y para mostrar la jerarquía de la sociedad estamental. Los carteles explicativos destacan el esfuerzo colectivo de la comunidad para crear y mover estas enormes piedras y cómo, de abril a agosto, el grupo de tres esferas se alinea con el sol cuando está en su punto más alto.

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