Viajar a Yucatán siempre es una gran idea: playas caribeñas, gastronomía y patrimonio
Hacienda, queso de bola, cenote o 'cuatrimoto' son conceptos con los que aquí el viajero se familiariza. Recorremos el Estado mexicano al encuentro de fascinantes experiencias más allá de Chichen Itzá y la cochinita pibil
Un artículo que pretenda hablar de las cualidades de Yucatán bien podría empezar a la sombra de un paraguas en la cola de entrada al yacimiento maya de Chichen Itzá, a la sombra de una ceiba —árbol sagrado de los mayas— o a la de una palapa improvisada en una playa de Progreso. También podría hacerlo sobre una barca ante esa mancha rosa que trazan los flamencos sobre el agua de Ría Lagartos. Incluso podría comenzar en la mesa del delicado restaurante Picheta o en el mercado de Mérida, o comiendo una marquesita en el paseo de Montejo de la ciudad o en uno de los tantísimos cenotes. O cientos de años atrás cuando el mundo maya ordenaba el caos, o en cualquiera de sus reservas ecológicas. O rezando el credo yucateco que dice: “Creo en el salbute y en el panucho, en el poc chuc de Ticul, los huevos motuleños y los lomitos de Valladolid. Creo en el frijol con puerco, en la cochinita pibil, el siquilpac, los papadzules y en el dulce de papaya con queso de bola…”. A nadie le extrañaría, seguro. Pero en esta ocasión el viaje va a empezar sobre el asiento de un cuatrimoto, como llaman a los quads en el pueblo de Izamal, con las manos al volante, a punto para arrancar, dispuestos a recorrer la primera de nuestras apuestas de una posible ruta por los lugares menos conocidos de uno de los Estados más turísticos de México.
01 Un pueblo mágico
Los colores de Izamal
Entre los muchos pueblos mágicos de Yucatán, Izamal es de los que más se acercan a esa distinción. La posibilidad de descubrirlo en cuatrimoto no debe pasarse por alto. La llaman la ciudad de las tres culturas. Su color es el amarillo por voluntad de autoridades y vecinos. En cuanto se pone un pie en el acelerador del vehículo y se desprecinta el paseo, se entiende por qué. Sus orígenes son más antiguos que los de Chichen Itzá y Uxmal (otra gran joya arqueológica), de ahí que algunos aún la conozcan como la ciudad de los cerros por la monumentalidad (entonces) de sus pirámides (hoy restos visibles). Los primeros asentamientos mayas de Izamal (que significa rocío que desciende del cielo) se remontan al siglo III y fue un gran centro de poder político y religioso, pero antes de la llegada de los españoles ya estaba abandonada. Sobre sus ruinas se construyó su mayor atracción. Todo gira (incluso el viajero en su cuatrimoto) alrededor del convento de San Antonio de Padua, especial por varios motivos: tiene el segundo atrio más grande del mundo y su superficie (unos 7.800 metros cuadrados) resulta ciertamente impactante. Cuando se piensa en esa preferencia por el espacio al aire libre se descubre que tenía una finalidad evangelizadora.
En cualquier caso, qué bien queda el amarillo intenso del convento entre el cielo, tan azul, y el manto verde del jardín en el que las parejas se van describiendo mutuamente su mundo propio. Por supuesto el señor de la estatua es fray Diego de Landa, obispo que inició la construcción del convento en 1553. Cuando cae el día y afloja el sol, los visitantes estirados sobre el césped despiden la tarde tratando de ralentizar el tiempo y la permeabilidad de la belleza del cielo. Es entonces cuando resulta más asombroso entrar en la plaza vecina, a la que acuden en masa los pájaros que durante el día han evitado el calor. La línea melódica de sus cantos de alegría no resulta lírica, sino más bien estridente, pero igualmente es un espectáculo de esos que uno sabe que guardará en el recuerdo: podrá olvidar la plaza, pero no ese concierto.
02 Un festival de sabores
El restaurante Picheta
Si se ha de elegir un restaurante estratégico, sin duda hay que decantarse por el Picheta, en Mérida, en el mismo corazón de la capital de Yucatán, con una terraza que guarda las mejores vistas de la plaza Grande y la catedral de San Ildefonso. El festival de sabores que poetiza la mesa concentra lo prehispánico, lo colonial y lo actual, y es ideal para descubrir (o volver) la cocina yucateca en su máxima expresión. Por supuesto, uno puede beber cerveza artesanal Ceiba (más yucateco, imposible), en cuya etiqueta se leen estos versos: “Quisiera ser mosquito / y entrar en tu mosquitero / para cantarte, bajito / canciones de Manzanero”, en recuerdo del gran cantante de boleros, cuyo nuevo museo Casa Manzanero, situado en el número 60 del paseo de Montejo, es una visita obligada; una cita con la sensibilidad hecha música y con la conciencia cultural de un yucateco carismático, alegre y solidario.
Tras el paréntesis melódico, atención al taco de cerdo pelón servido en tortilla de maíz azul, con aguacate, cebolla morada, cilantro y salsa habanera. Irresistible. Estamos en un edificio de más de 350 años, en el corazón del centro de Mérida, degustando gastronomía de origen, de evolución (de la tradición) y de autor.
03 Una hacienda
La coqueta Xcanatun
En Yucatán uno se familiariza rápido con conceptos como cenote, banco confidencia o queso de bola, y el concepto hacienda es muy digno de tener en cuenta. Muchas de ellas han sido reconvertidas en restaurantes y hoteles. Eran lugares en los que, en la época de la colonia, los conquistadores se instalaron en grandes terrenos donde se dedicaban principalmente a la agricultura y ganadería. En el siglo XIX muchas de ellas produjeron el henequén, el oro verde con el que se fabricaban las sogas. Hay incontables haciendas, para todos los gustos y de todas las medidas. Un ejemplo de hacienda bien conservada y reconvertida en hotel con muy buen gusto es la Hacienda Xcanatun. Se cree que fue construida alrededor del año 1800 sobre ruinas mayas de la época precolombina. Su arquitectura colonial se ha modernizado de manera armónica y consecuente. Casa de Piedra es el nombre de su restaurante y un punto de referencia en la ciudad de Mérida. La cocina de la chef zacatecana Reyna García se define como regional y espontánea, inesperada y sorprendente. Reinventa la tradición introduciendo contemporaneidad y jugando con pastas o risottos, algo muy atrevido en la cocina mexicana. Un viaje a los orígenes que por supuesto incluye platos míticos yucatecos como la sopa de lima y la cochinita pibil, pero diferentes a los que irremediablemente el viajero probará en otros lugares.
04 Un sitio arqueológico
Riquezas de Uxmal
La mayoría de los viajeros que llegan a Yucatán tienen una primera cita con la arqueología en Chichen Itzá y una segunda en Mayapán. Sin embargo, hay otros sitios arqueológicos a tener en cuenta. Uxmal es el centro religioso más grande de la zona, floreció entre los años que van del 600 al 900 de nuestra era. Evidentemente, la Unesco lo declaró patrimonio mundial. Es ideal para entender la capacidad constructiva de los mayas, conocedores de las estrategias para el abastecimiento y almacenamiento de agua.
La presencia de iguanas caminando cerca de nuestros pies o tostándose al sol sorprende solo al inicio de la visita. La interpretación tradicional del significado de Uxmal es “tres veces construida”, lo que podría deberse a las ocupaciones sucesivas del lugar. También es posible que el vocablo ux (“cosechar”, en el maya yucateco) transmita la idea de las abundantes cosechas propias de la región Puuc, que conserva aquí el asentamiento más representativo de su arquitectura. Las fachadas están decoradas con mascarones de Chaac, el dios de la lluvia, paneles con jeroglíficos y altas cresterías. Entre los edificios más impactantes están la Pirámide del Adivino, la Casa de las Palomas y el Cuadrángulo de las Monjas.
05 Una ciudad
Seductora Valladolid
Esta es una de las ciudades coloniales que mejor mezclan la conservación de la identidad y la del paisaje, estructurada, como es lógico, de manera cuadriculada a partir de su parque de la Mestiza o Zócalo, por lo que es imposible perderse (y cansarse, todo está cerca). En su ayuntamiento conviene prestar atención a los murales del yucateco Manuel Lizama sobre la historia de Valladolid. Más arte popular espera en la vecina Casa de los Venados y en el Museo de San Roque. Pero más interesante aún es la Calza da de los Frailes, una calle que conduce al parque de Sisal y a la iglesia y exconvento de San Bernardino de Siena, primera sede de los franciscanos aquí, un tesoro arquitectónico que con su imponente estructura y su discreto estilo franciscano se ha convertido es un ejemplo de conservación de patrimonio. En la calzada se entiende por qué Valladolid atrae a mochileros sofisticados y a extranjeros sin prisa alguna que se adaptan enseguida al ritmo de la ciudad y sueñan con quedarse. Los estudios creativos, las concept stores y los cafés con wifi y aire de coworking dan una alegría al viajero, pues a nadie le gusta más que le sorprendan.
06 Una comunidad maya
Yaxunah, toda una experiencia
A apenas 30 minutos en coche de Chichen Itzá se encuentra el pueblo de Yaxunah, gestionado como una comunidad maya. La experiencia incluye una inmersión en el mundo del maíz, baños en el cenote de Lol-Ha (sin duda, de los mejores al aire libre) y, por supuesto, la comida: la cochinita pibil cocinada enterrada bajo la tierra, de la manera más auténtica. Se ofrece también la posibilidad de un taller de tejido y artesanía. El objetivo de la comunidad es compartir su cultura y tradiciones y mejorar a un mismo tiempo el entorno del pueblo.
07 Una playa
En una palapa en Celestún
Una opción de playa popular e insuperable por su autenticidad y capacidad de transportación a un mundo más primitivo, tan necesario en nuestro mundo globalizado, es Celestún. Al lado guarda una de las reservas naturales de flamencos más pictóricas del planeta, y sigue siendo inexplorada y hecha de elementos básicos: mar, arena y palapas (esas sombrillas creadas con ramas y troncos). Estamos en una península frente al golfo de México y solo sobra sol. Si se necesita algo más para pasar el día, en La Palapa de la Tía Candi se ofrecen ceviches hechos en casa. Nunca mejor dicho porque salen de la misma casa de Candi. Este tipo de pueblos y de playas (aún vírgenes; así era Tulum hace 20 años) inspiran el deseo de rebelarse contra la fugacidad de los viajes, que, como la vida, pasan más deprisa de lo que debieran.
08 Ocho cenotes semivírgenes
Kikil y Noh Mozón
Los cenotes son un reclamo constante e inevitable en cualquier ruta por Yucatán. Por más que al inicio puedan generar dudas, acaban generando adicción. Los hay cubiertos y los hay al aire libre, también subterráneos y kilométricos. Son tan fotogénicos, ay, que parecen puestos ahí como de encargo, para alargar el momento, pues no son lugares para decisiones precipitadas. Se observan con la mente y con los ojos, y se disfrutan con los cinco sentidos. Aunque hay parques temáticos con ellos como protagonistas como Tsukán o Chichikan, los más atractivos para aventureros e igualmente seguros son los cenotes semivírgenes.
Elegir uno, dos, tres o cuatro es tarea difícil que generará competencia; aun así, cuesta poco reconocer la belleza natural (y a menudo indecente) de cenotes paradisiacos como Kikil, en el municipio de Tizimín, cuyo baño en su manantial de agua dulce entre árboles, senderos, palapas y cantos de pájaros es a todas luces revelador. Si se visita Río Lagartos o San Felipe, Kikil es, claramente, digno de marcar en el mapa. Más cerca de Mérida y para amantes del buceo: Noh Mozón, “gran remolino” en lengua maya. Es un cenote semisecreto y semiabierto con bóveda, con una altura de 9 metros sobre la superficie del agua, un diámetro de 30 metros y 45 metros de profundidad. Como en otros tantos, se desciende mediante escalera de madera que deja en la plataforma desde la que conviene deshacerse del miedo cuanto antes. El cenote Nah Yah, a unos 45 minutos de Mérida, es una obra de arte de la naturaleza, empeñada en trazar en sus aguas azules unos juegos de luces que explican muy bien aquello de que el color es una circunstancia. Ejemplo digno de cenote caverna resulta Aka’ab Che’en, ideal para quienes no se resistan a la mezcla de aguas cristalinas y una bóveda con formaciones naturales de estalactitas, estalagmitas y oolitos. La espiritualidad convertida en agua y viceversa.
Desde el agua, con el pelo kixpol (rebelde), es una buena forma de despedirnos de Yucatán. Ahora que ya nos sabemos casi de memoria el diccionario yucateco, aún con el agradable dolor de las despedidas, es el momento de decir adiós al aire con el clásico autóctono “¡Vaya bien!”.
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