Tesoros de piedra, el Capitán Trueno y un museo del petróleo en el geoparque de Las Loras
Situado en el norte de las provincias de Burgos y Palencia, recorremos los paisajes del que es uno de los espacios protegidos por la Unesco más desconocidos de España
Es tanto el silencio que ni el viento que mueve los árboles se atreve a levantar la voz. La carretera por la que salimos de la localidad burgalesa de Villadiego se aventura en un escenario dormido, con la Peña del Castillo como norte al que marcha directo su asfalto. Poco más que media docena de curvas y un par de rasantes. La ruta no varía su rumbo hasta el pie de los cantiles. Entonces cambia la dirección y se amolda al fondo de la depresión que separa La Ulaña y Los Castillejos.
Estamos en Las Loras, escenario perdido que se extiende al norte de las provincias de Burgos y Palencia (Castilla y León). Tierras que encierran un conjunto de singulares formaciones, cuyo interés hizo que en mayo de 2017 la Unesco otorgase a la comarca el título de geoparque por sus valores geológicos, paisajísticos y naturales. Páginas de piedra escritas durante 250 millones de años, aquí afloran amonites cretácicos y restos de castros de la Edad del Hierro; equinodermos que vivían en el mar que cubría este territorio hace 70 millones de años y monedas de los campamentos romanos.
Los humanos dejaron en sus rocas huellas de sus mitos y sueños desde tiempo inmemorial. De monumentos megalíticos como el menhir de Canto Hito o el dolmen de La Cabaña a uno de los mayores conjuntos de iglesias románicas del mundo. El centro de visitantes del geoparque lo explica todo al detalle. Se encuentra en Villadiego, villa que alberga además cinco pequeños museos. Por su originalidad destaca Fabulantis, centro de interpretación del cómic que tiene como figura principal a Ángel Pardo, el historietista que más tebeos dibujó del Capitán Trueno.
La triste historia del Texas español
En la otra punta del geoparque, Sargentes de la Lora alberga otro museo no menos singular: el Museo del Petróleo. Cuenta la historia del único campo petrolífero que ha existido en España. Comenzó el 6 de junio de 1964, cuando surgió por primera vez petróleo en el pozo de Ayoluengo-1, recordado con un pequeño monumento en el lugar exacto a las afueras del pueblo.
Idoia Prieto, responsable del museo, explica que el sueño del oro negro del llamado Texas español concluyó el 31 de enero de 2017, al clausurarse oficialmente el campo. Declarado Bien de Interés Cultural, media docena de sus caballitos metálicos permanecen definitivamente parados en el paisaje. Enfrente del museo está el restaurante El Oro Negro, donde Begoña Zaldívar reconforta con el fundamento de su cocido loriego.
Una visita hoy por Las Loras da la razón a Jorge Manrique. Paisano de estas tierras palentinas, dejó escrito que “todo tiempo pasado fue mejor”. Algo que se piensa al recorrer el vacío que acosa sus poblaciones. Sin contar a la populosa Aguilar de Campoo, sus otros 15 municipios albergan a 5.000 vecinos. Unos cinco habitantes por kilómetro cuadrado que colocan a la zona en el núcleo duro del despoblamiento ibérico.
Aguilar es punto y aparte. En torno a la industria galletera, la villa acoge una floreciente comunidad de 7.000 almas. Según un estudio de la Fundación Santa María la Real, en la Montaña Palentina, comarca vecina de Las Loras, el último año se ha registrado un cambio en la tendencia, aumentando la población 21 personas. Poca cosa, pero supone el 5% de sus habitantes. Mínimo puñado de emigrantes que son la esperanza al añorado retorno al mundo rural vaciado.
Regreso al mundo rural
En las afueras de Aguilar, sor Anastasia Ndolo es buen ejemplo de tal repoblación. La joven tiene uno de los trabajos más dulces de Las Loras. La keniana lleva tres años en el convento de las Madres Clarisas, donde atiende el torno. Aquí despacha la casi infinita variedad de delicias que se elaboran muros adentro de la clausura. Junto a una caja de dulces de arroz, el cliente le arranca unas palabras sobre el frío castellano, feroz y tan distinto al amable ambiente de las colinas Ngong cercanas a su Nairobi natal.
Por razones menos divinas se asentó hace cinco años Carla Camacho en Aguilar. Desde el surtidor de gasolina donde trabaja, coincide con sor Anastasia en que aquí se está como en el cielo, si se compara con la que está cayendo en su Venezuela natal. Tampoco difiere su opinión sobre los heladores mordiscos que pega el clima palentino.
Con el final de la pandemia cada vez más cerca también se nota cierto aumento de los turistas. Llegan a lugares como la Cueva de los Franceses, en Revilla del Palomar; el paisaje encantado (y protegido) de las Tuerces o el pueblo de Orbaneja, en la provincia de Burgos. Muchos menos visitan las iglesias románicas, patrimonio excepcional donde custodios como Abel de Roba, en Olleros de Pisuerga, son enciclopedias vivientes de los templos que guardan.
Pocos vienen de momento para conocer este fantástico paisaje geológico, donde nieves, hielos y aguaceros prosiguen el trabajo que las fuerzas telúricas iniciaron hace millones de años. Gastan, mellan y derrumban cantiles, peñas y barranqueras sin tregua, para darles esa presencia que sobresalta al viajero, grito de piedra que inquieta los horizontes.
Seis pistas con mucho juego
Centro de visitantes del geoparque de Las Loras. Efectiva interpretación de la historia geológica del lugar, ubicado en la localidad de Villadiego (Burgos), capital del geoparque.
Museo del Petróleo. Historia del llamado Texas español, el único campo petrolífero que ha existido en España, situado en Sargentes de Lora (Burgos).
Monasterio de Santa María. Museo y centro expositivo situado en el antiguo cenobio de Santa María la Real, en Aguilar de Campoo (Palencia). Una recomendable experiencia museística y la mejor librería de arte románico que puede encontrarse.
Cueva de los Franceses. Esta cavidad situada en Revilla de Pomar (Palencia) conserva una fantástica geografía de formaciones calizas. Sobre ella, se encuentra el menhir de Canto Hito.
Alojamiento románico. La Posada Santa María la Real, en Aguilar de Campo, ha convertido las antiguas celdas monacales en habitaciones. Para huéspedes dispuestos a subir y bajar la angosta escalera de las habitaciones dúplex para llegar al altillo donde está la cama y tengan que bajar al baño por la noche. Su restaurante elabora un menú de productos de proximidad con toques contemporáneos.
Turismo rural de aventura. Situado en la última punta de la villa burgalesa de Orbaneja del Castillo, llegar al hotel rural La Puebla es casi una aventura. Igual que reservar habitación en festivo y fin de semana. Desde su terraza se obtienen las mejores vistas de un pueblo amenazado de morir de éxito.
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