Los mil rostros de Los Ángeles
Que es la ciudad del cine lo confirma su nueva atracción turística: el Museo de la Academia. El tráfico y el olor a marihuana también son sus señas de identidad, pero la urbe californiana sorprende además por su variada comida callejera y las zonas naturales perfectas para caminar o recorrer en bicicleta
Los Ángeles siempre ha sido un monumento al cine. Es un destino que hace sonreír a los aficionados al séptimo arte. Un turista atento puede reconocer en la Union Station la comisaría de policía de Blade Runner o escenarios de la película en el Bradbury Building. Otra persona querrá subir al observatorio de Griffith Park para saber si la atmósfera allá en lo alto es en realidad tan romántica como en La La Land. Los hay que reservarán en el Musso & Frank Grill, el restaurante donde comían Chaplin y también los personajes de la última película de Quentin Tarantino, Érase una vez en... Hollywood. Caminar por esta monstruosa urbe californiana —una actividad de las minorías— es también un paseo por varios deja vú de lugares que han sido capturados por las cámaras. Increíblemente, en un sitio como este no existía un museo del cine. Hasta ahora.
El Museo de la Academia de Cine abrió sus puertas en octubre después de varios meses de retraso. El sitio, ubicado en las esquinas de Fairfax y Wilshire en lo que fue una enorme tienda de estilo modernista, se ha convertido en la más reciente atracción turística y escala obligada para todo cinéfilo. Sus 25 dólares de entrada (unos 22 euros) garantizan un paseo por la historia desde un punto de vista nada convencional. El comisariado eligió darle a la industria una nueva narrativa que refleje la diversidad que se negó durante décadas en Hollywood. Una visita es garantía de descubrir a una directora cuyo nombre se ignoraba, el primer productor negro que despuntó o una película largamente olvidada que ha sido apreciada bajo una nueva luz por el equipo de especialistas.
También se puede ver memorabilia, como el traje de astronauta de 2001: una odisea del espacio y el E.T. original, o se desvelan algunos secretos de las películas de animación de Pixar. El complejo fue diseñado por el estudio del premio Pritzker Renzo Piano y cuenta con dos salas de cine de última tecnología que ofrecen programas que incluyen proyecciones de cintas acompañadas por charlas con cineastas oscarizados. Si aún necesitas otro elemento que te convenza para visitarlo, hay que mencionar entonces que a su lado, a tan solo unos pocos metros, está el Museo de Arte del Condado de Los Ángeles (LACMA), el más importante de la ciudad junto con el Getty Center. La pinacoteca está siendo reformada bajo la batuta del arquitecto Peter Zumthor con un astronómico presupuesto de 750 millones de dólares, por lo que solo se exhibe una parte de su colección hasta que muestre su nuevo rostro, algo previsto para 2023. En Pasadena, al noreste de la ciudad, hay otra institución cultural que merece atención. El Norton Simon, nombre del acaudalado empresario de Hunt Foods que compró un financieramente atribulado museo municipal, guarda obras maestras de Degas, Renoir, Gauguin, Cézanne, Rembrandt y Diego Rivera. La estupenda colección amasada a lo largo de 30 años está albergada en una mansión victoriana rediseñada y modernizada por Frank Gehry en 1999. Sus amplios jardines, siempre verdes en esta región de Los Ángeles, también son utilizados como área de exposición con una colección de esculturas, principalmente del artista británico Henry Moore.
El coche es casi indispensable para aventurarse por Los Ángeles. Es al menos útil para emprender una de las mejores experiencias que puede ofrecer: la comida callejera. La enorme mezcla de culturas que existen en su vasta extensión (tiene un área total de unos 1.302 kilómetros cuadrados) hace increíblemente variado los tipos de cocina que hay en restaurantes itinerantes y pop ups. No hay mejor forma de descubrir que experimentar y arriesgar. Gustavo Arellano, columnista de Los Angeles Times, considera que el mejor taco lo ofrece el camión Alebrijes Grill, aparcado en el condado de Santa Ana —en la intersección entre las calles de Main y Cubbon—, a unos 60 kilómetros de la ciudad. Pero no hay necesidad de irse lejos para comer buena comida mexicana.
La populosa zona de South Central es el sitio para confirmar que existe Oaxacalifornia, un territorio imaginario construido por la inmigración mexicana del Estado de Oaxaca en California (que compone el 25% de la población en Los Ángeles). El chef zapoteco Alfonso Martínez ofrece unas tlayudas únicas con morcilla orgánica y mezcales tradicionales que han sido celebradas por la prensa local y por la clientela que se da cita únicamente la tarde de los viernes en el 4318 S Main St, que en verdad se convierte en un pedazo de México al otro lado de la frontera. Otra joya que hay que perseguir hasta encontrar es la de Tastyfood626 (hay que estar atento a su cuenta de Instagram), cuya más reciente aparición fue en un callejón inhóspito de San Gabriel, al este de la ciudad. Sus cocineros, Amber y Waldo, dejaron satisfechos a un reducido número de comensales con un menú de aires japoneses con sake, donburi y helados. Y hasta hace poco había uno más que parece haber encontrado una vida sedentaria después de años de nomadismo: el food truck Yess Aquatic, una cocina experimental con mariscos que ofrecerá en su nueva etapa un menú fijo por 125 dólares (sin bebidas) en un sitio por definir en el distrito de las artes, cerca del Downtown.
“Quiero hacer lo que los lugareños hacen”. Esta suele ser una de las frases más repetidas por los visitantes. Esto aquí puede tener muchos significados. Entre ellos, soportar el inhumano tráfico en hora punta en la autopista 10 con dirección a Santa Mónica. También estar dispuesto al sacrificio de ver un partido de los Dodgers, el equipo más querido de la ciudad con perdón de los Lakers de LeBron James. El béisbol es el único deporte capaz de parar la ciudad, aunque no es una actividad que encuentre demasiados fanáticos en Europa.
Otra obsesión local es huir a la menor oportunidad del mar de asfalto donde navegan millones de vidas anónimas todos los días. A los angelinos les gusta recorrer las zonas naturales circundantes en busca de algo de verde y una maravillosa vista. No importa si el plan es un ascenso al pequeño punto de observación que hay en Baldwin Hills, cerca del barrio de Culver City, en el centro geográfico de la urbe, o el más popular ascenso al parque Griffith, una de las actividades más recurridas. El senderismo está entre sus planes predilectos y es una de las propuestas más socorridas para una primera cita.
Otra forma de descubrir lomas y montañas es en bicicleta. Existen decenas de rutas con diferentes niveles de dificultad. Hay caminos urbanos, exclusivos para ciclistas y más transitados, o angostos senderos con pronunciadas bajadas para los aficionados a la velocidad de la bici de montaña. El sendero de Ballona Creek, de dificultad moderada y de 10,8 kilómetros de largo, es un buen paseo para ser testigo de la transformación de Los Ángeles. Hay que tomarlo en Culver City para desembocar en Marina del Rey, ya en la playa, donde se puede continuar rumbo al sur hacia la legendaria playa de Redondo o hacia el norte en dirección a Santa Mónica.
Para quienes busquen paisajes que roben el aliento la mejor opción es subir por Westridge, un sendero moderado pero corto, muy cerca de Pacific Palisades, en el parque estatal de Topanga, que premia el ascenso con una maravillosa vista sobre el Pacífico. Es muy recomendable para los atardeceres. Otro itinerario más largo es el de Sullivan Canyon, más transitado por ciclistas a lo largo de sus 15 kilómetros de longitud.
Los Ángeles puede sorprender con joyas ocultas. Puede ser un árbol tropical en flor que descubres en una vuelta equivocada del GPS. O una nutrida bandada de loros que vuelan ruidosamente en lo que considerabas el barrio más urbano del centro. Quizá es tu primer avistamiento de una celebridad, quien salió a comprar un café. Lo que ha dejado de sorprender aquí es el casi omnipresente olor a marihuana que hay en el aire. California cumplió recientemente 25 años desde que votó por legalizar su uso médico. Esa fue la caída del primer dominó en lo que han sido décadas de profunda transformación en la política de drogas estadounidense. Su uso terapéutico es legal en 36 Estados. En otros 20 el cannabis se vende a cualquier adulto para fines recreativos. En California, el Estado más poblado del país (viven 39,51 millones de personas), también se ha convertido en una industria multimillonaria que ha atraído la inversión de fondos de capital y ha provocado un bum de boutiques. La marihuana ha dejado de ser marginal para formar parte del mainstream. Basta con ver los personajes que han entrado en el negocio, entre ellos la empresaria Martha Stewart, quien representaba a la hogareña ama de casa estadounidense y hoy tiene su línea de productos de cannabidiol (o CBD).
No hay mejor forma de palpar el sentido de normalidad de esta nueva cultura que poner un pie en una de estas tiendas. En los barrios ricos, al menos, el producto se muestra sobre mesas y aparadores que hacen recordar las tiendas donde Apple y Samsung exponen sus últimos adelantos tecnológicos. En MedMen, que tiene siete locales repartidos por la ciudad, uno de ellos a pocos metros del aeropuerto, ofrecen cerveza con THC y una amplia gama de chucherías y comestibles con marihuana, todo exhibido en elegantes muebles de madera. La sucursal en Abbot Kinney, cerca de la playa de Venice, abre sus puertas desde las ocho de la mañana (mucho antes que la mayoría de comercios) y es una de las más visitadas. Otro dispensario, el Sweet Flower, en el concurrido y señorial barrio de Westwood, convive en la misma calle que el Hammer Museum. La tienda tiene grandes ventanales que permiten la entrada de la brillante luz californiana y hacen de la compra una experiencia transparente. Además de material para el suministro de porros y vapeadores, tiene un área dedicada a productos de belleza y cuidado personal.
La experiencia es menos amable en los barrios más al este, que tienen mayores problemas de seguridad y donde los dispensarios son un caramelo para los delincuentes. En algunas de estas tiendas, guardias privados fuertemente armados vigilando la puerta amargan una experiencia que se ha convertido en algo tan cotidiano como lo es para el turista visitar el Paseo de la Fama y el Teatro Chino de Hollywood.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.