Rascafría, a los pies de Peñalara
De marcha al techo de la sierra de Guadarrama y sus lagunas glaciares, visita al monasterio de El Paular acompañados de un monje o un vespertino paseo a caballo por los pinares del valle del Lozoya
En el valle del Lozoya, al pie de la montaña más alta de la sierra de Guadarrama (Peñalara, 2.428 metros), el termómetro nunca sube mucho. Por algo la capital del valle se llama Rascafría. El truco para no pasar frío aquí —en invierno— es sencillo: no parar en todo el día.
08.30 Pastel montañero
Aunque está rodeada de montañas, a Rascafría se llega cómodamente sin subir ni bajar ningún puerto por la autovía A-1, desviándose en el kilómetro 69 por la M-604 para remontar el valle del Lozoya, tan verde que no parece el norte de Madrid, sino el de España. Al pasar por el pueblo de Lozoya, parada obligada en el Horno de Lozoya donde Amador hace pan con masa madre, harina de cereales ecológicos y el calor de la leña de encina. También enseña a hacerlo en cursos de un día. A los senderistas les recomienda su pastel de montaña de chocolate y naranja. Avanzamos por la M-604 hasta el puerto de Cotos, donde Rascafría linda con La Granja de Segovia. En el mismo límite veremos uno de los cotos o mojones de granito que mandó colocar Carlos III en 1761 para acotar los bosques reales y que dan nombre al puerto. En el centro de visitantes informan de las sendas que llevan a la cima de Peñalara y a las lagunas glaciares que salpican su ladera. La laguna Grande es una excursión fácil de dos horas y media (ida y vuelta). Más lejana y alta queda la laguna de los Pájaros (cinco horas). Y en invierno nada como una ruta de raquetas de nieve con Montnature.
11.00 Claustro gótico
A esta hora comienzan las visitas al principal monumento de Rascafría, el monasterio de Santa María de El Paular (1), fundado en 1390, que siempre fue un imán de turistas pero más desde que en 2011 recuperó los 54 grandes lienzos de Vicente Carducho que decoran su claustro gótico. La visita puede ser guiada por un monje o por libre, pero siempre con reserva previa.
13.00 Cuatro tesoros naturales
A tiro de piedra del monasterio, sobre el joven Lozoya, se halla el puente del Perdón (2). En la Edad Media, los condenados a muerte en este valle podían solicitar, al cruzar el río camino de la horca, que un tribunal de ultimísima instancia revisase su caso y obtenían el perdón. O no. A eso debe su nombre este elegante puente barroco del siglo XVIII. Al lado, en otro centro de visitantes del parque nacional de la Sierra de Guadarrama nos darán indicaciones para descubrir cuatro tesoros. Pegado al puente está el Arboreto Giner de los Ríos (3), que contiene con 300 especies de hoja caduca originarias de diversas zonas del planeta. A continuación, el Bosque de Finlandia (4), un rincón del Lozoya acondicionado con una sauna y con un muelle de madera como los que usan en el país nórdico para cocerse al vapor y luego meterse en agua fría. Y poco más allá, las ruinas del molino de los Batanes (5), donde se fabricó el papel de la primera edición de El Quijote. Para descubrir el cuarto tesoro, las cascadas del Purgatorio, y ver cómo vuela en ellas el Aguilón, afluente del Lozoya ya hay que dar un buen paseo de unas dos horas.
14.00 Croquetas king size
Tapas, platos de cuchara, carnes de la sierra de Guadarrama y postres que resucitarían a un muerto (así dice la carta) son las cuatro patas de El Pilón (6), un restaurante de montaje moderno, con colores atrevidos y barriles de petróleo como mesas de picoteo. Si preferimos un ambiente más sencillo, iremos a Conchi (7). Sus croquetas son como pelotas de tenis. Otro restaurante apetecible es La Fanega de Roque (8), que ha conservado el horno de leña de la panadería que había antes aquí para asar corderos y cochinillos.
15.30 Milagro chocolatero
Si los postres de El Pilón resucitarían a Lázaro, los chocolates de San Lázaro (9) lo devolverían a la tumba (porque están de muerte). En este obrador familiar hacen productos de primera calidad con pasta y manteca de cacao, sin colorantes ni conservantes, a la vista del público, detrás de una cristalera.
17.00 En bici, a pie o cabalgando
Con las pilas recién recargadas, saldremos a cabalgar con Hípica Las Suertes (+34 692 35 79 84) o con Caballos del Valle. También es buena idea contemplar con el penúltimo sol los chopos inmensos del valle, paseando o pedaleando por el carril bici peatonal de dos kilómetros que arranca a la salida de Rascafría, frente a la oficina de turismo (10) (+34 918 69 18 04), y que enseguida pasa por delante del aserradero de la Sociedad Belga de los Pinares de El Paular (11). Si queremos comprar madera de un bosque histórico, precioso y sostenible, esta arboleda de pinos silvestres en la cabecera del valle del Lozoya brinda la ocasión.
21.00 La cena, con chimenea
Con la paliza que llevamos podríamos quedarnos dormidos de pie, apoyados en el tilo de la plaza de España (12) de Rascafría. Aquí hubo otro árbol viejísimo, un olmo de tres siglos, en cuyo tronco hueco se escondía el bandolero Tuerto Pirón y que el peso de la nieve tronchó en enero de 2000. “Mientras existan tocones, / le van a coger al Tuerto… / ¡Por los cojones!”. Eso decían. Roncar donde lo hacía el último bandido de la sierra de Guadarrama sería muy romántico, pero mucho más cómodas son las camas de los hotelitos rurales El Rincón de Rascafría (13) y Posada El Campanario (14), que están a dos minutos del árbol de marras. Antes podemos cenar en el restaurante más mono del lugar, Caldea (15), una antigua cochera de autobuses bien decorada con objetos que los comensales pueden comprar. Y tiene chimenea, que en Rascafría nunca es decorativa. Hacen los típicos judiones y carnes de la sierra, pero también platos tan suyos y tan trabajados como el roble de boletus con micuit o el bacalao sous vide con pimientos asados.
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