Noguera de la Sierpe, máxima tranquilidad en plena sierra de Cazorla

En 1982 se hablaba más de Naranjito que de ecología y preservación del medio ambiente. Cierto es que Félix Rodríguez de la Fuente, fallecido dos años antes en Alaska, ya nos había enamorado con sus documentales sobre el hombre y la Tierra. Ese mismo año del Mundial de Fútbol organizado por España, Roberto Hartasánchez fundaba en Asturias el Fondo para la Protección de los Animales Salvajes (Fapas) y, en la sierra de Cazorla, José Manuel Ledesma y Lucía Franco creaban el hotel ecológico Noguera de la Sierpe con la intención de desarrollar un turismo de naturaleza inédito hasta la fecha. La finca familiar estuvo antaño dedicada a la cría de caballos, a la vez que daba cobijo a un pabellón de caza. Posteriormente, incorporaron al negocio el complejo residencial Los Enebros y la Hacienda Santa Ana, en Carmona (Sevilla), adonde fue trasladada la yeguada.

El hotel, con cinco hectáreas a la orilla del Guadalquivir en el corazón del parque natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas, en Jaén, augura unas vacaciones suficientemente oxigenantes en estos tiempos de distanciamiento social. Las instalaciones se conservan tal cual, sobre todo el pabellón original, convertido en un museo apetecible para los amantes de la taxidermia. Un lago privado ofrece tranquilos paseos y deliciosas excursiones en kayak o en patín de pedales. La figura en bronce de un muflón, especie valiosa de este parque, señala el embarcadero. Con temperaturas veraniegas, la piscina, azulísima, anima a un buen chapuzón.

No hay que irse muy lejos para acceder a las habitaciones, que se alinean en un viejo edificio de dos plantas engastado en la vegetación, con baranda corrida, y en otra hilera de casitas de más reciente factura. Su aspecto guarda la memoria de su pasado cinegético, no siempre a gusto de conservacionistas. El mobiliario es viejuno, con remordimiento. Los colchones, muy trillados. Más aliviadas en el plano decorativo las habitaciones normales que los bungalós. La mitad de ellas, con chimenea.

Sin duda, lo más celebrado aquí es el equipo de profesionales que atiende el restaurante. Detalles ornamentales aparte, se come razonablemente bien y para todos los paladares. Los niños disfrutan los que más. De ahí se van directos a la barbacoa o al puente tibetano que comunica con la piscifactoría del río Borosa.