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Sandía frente al mar de China

La actriz Marta Belenguer recuerda su emocionante e improvisado viaje por Vietnam

La actriz Marta Belenguer.
La actriz Marta Belenguer.Sergio Parra

Este otoño es particularmente emocionante para la actriz Marta Belenguer, pues vuelve a subirse al escenario con la célebre obra El método Grönholm, recién estrenada en el teatro Cofidis Alcázar de Madrid. Aquí nos recuerda otra experiencia también emocionante: su viaje a Vietnam en el año 2000.

¿Se preparó el viaje a conciencia?

Mentalmente, sí, porque Vietnam era mi destino soñado. Pero desde España solamente compramos los billetes de avión: la ida a Ciudad Ho Chi Minh, la antigua Saigón, y la vuelta desde Hanói, en el norte.

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Entonces, fue un poco a la aventura.

Algo así, porque entonces no había móviles como los de ahora. Cuando veíamos un locutorio entrábamos a mandar un e-mail a nuestra familia y poco más. Llevábamos la guía Lonely Planet por si acaso, pero sobre todo improvisábamos.

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¿Iban con maleta o con mochila?

A ese viaje nos llevamos la mochila con ropa para seis días. Al llegar a una ciudad enseguida íbamos a la lavandería.

¿Qué ciudad le gustó más?

Me quedo con Hanói. Me pareció más auténtica y tradicional. La gente iba en bici y la ciudad estaba llena de templos preciosos. Ho Chi Minh, en cambio, tenía muchísimo tráfico de motos y coches y muchas tiendas de tecnología.

Para alejarse del bullicio urbano, ¿fueron a la costa?

Sí, a las playas de Hue y Nha Trang. De esta última tengo un recuerdo especial: estábamos en una playa semivacía, porque la gente allí va temprano al mar para evitar el exceso de sol, y, de repente, apareció un elefante. Un chico lo guiaba y paseaban por la orilla.

Tras la calma playera, ¿hicieron alguna excursión?

Hicimos trekking por los islotes de roca de la bahía de Halong, en el mar de China. El archipiélago tiene unos 2.000 y es patrimonio mundial. Subimos seis viajeros con un guía nativo. Todos íbamos muy preparados con nuestras botas y él, en cambio, calzaba chanclas. Al llegar a lo alto de la roca, con unas vistas bellísimas, el señor sacó de su enorme mochila dos sandías y las abrió para que nos las comiéramos.

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