Doce playas españolas para un chapuzón otoñal
El mes de octubre es un aliado del 'playeo' mediterráneo, un momento perfecto para disfrutar de la calidez de sus aguas. De Girona a Cádiz, una selección de arenales peninsulares que así lo demuestran
Quien habla de nostalgia, de luces amarillentas que inclinan a la melancolía, olvida que el recién estrenado otoño no solo es aliado de los árboles: también de las playas. No hay más que reparar en la calidez de las aguas mediterráneas para dar aún por abierta la temporada playera en las costas peninsulares, con permiso de la covid. Son muchos los bañistas que aguardan, mirando el calendario, la llegada del veranillo de san Miguel, en torno al 29 de septiembre, seguido del puente del Pilar (del 9 al 12 de octubre). Un otoño que los meteorólogos anuncian más cálido y seco de lo habitual y cuya escasa afluencia se traducirá en mayores garantías sanitarias. Aquí van 12 arenales donde disfrutar junto al Mediterráneo del llamado veroño.
1. La Alcaidesa
La Línea de la Concepción / San Roque (Cádiz)
En esta costa gaditana el Mediterráneo se fusiona con el Atlántico aportando un grávido ecosistema en el que uno no se cansa de pisar arena. Sus dimensiones compiten con la transparencia vítrea del agua, así como con la persistencia hipnótica del peñón de Gibraltar. Para llegar hasta La Alcaidesa (con más de urbe que de urbanización) conviene ayudarse del navegador: en la calle de la Villa Real se enlaza con el paseo marítimo y, después, la bajada a pie. Al lado está el campo de golf; y es que todo aquel que sueña con patear mirando el mar viene a estos hoyos. Los vecinos acuden cuando sopla el levantichón, viento de Levante calmado que empuja el agua más caliente sin que su transparencia resulte comprometida.
El restaurante DBlanco, abierto todo el año, sirve pescado al espeto tan rico que incita a volver; a lo cual hay que añadir la opción senderista de doblar el saliente de Punta Mala y recalar delante del faro de Punta Carbonera (San Roque): dos kilómetros de agreste paseo terapéutico.
2. Peñón del Cuervo
Málaga capital
Qué tiempos en los que esta playa del confín oriental de la capital malagueña, por poligonera, se reservaba para festivales de música y poco más. De este relieve accidentado, declarado parque marítimo terrestre, brota un diente rocoso de aire increíblemente expresivo, formación dotada con vértice geodésico desde la que se zambulle la chavalería y los buceadores observan la vida submarina.
Quitapellejos, sede del festival Dreambeach, es conocida por su nombre tradicional, Palomares
El aparcamiento comunica con la Senda Litoral en un punto intermedio entre el arenal y el Candado Beach Club (952 20 63 46), donde se puede comer en la terraza o llevarse la comida. Al Peñón del Cuervo nos lleva un paseo enlosado con barandilla de madera y algunas palmeras que mitigan las arideces, e incluso un reloj de sol. Curioso cómo la arena y la gravilla se estiran de forma picuda como queriendo tocar el roquedo, en tanto que desde la parte trasera y elevada llega el aroma de las barbacoas del merendero.
3. Las Cañas
Sorvilán (Granada)
El oriente de la Costa Tropical es quizá el tramo menos conocido del litoral mediterráneo español. Allí reina con luz propia la playa de La Rijana (en Castell de Ferro), que sufre un alto nivel de ocupación. Como alternativa salvaje, naturista y de complicado acceso está el arenal de El Ruso (Albuñol). Y, muy cómodos, los 750 metros sin urbanizar de la playa de Las Cañas, separada de las casas de Melicena por una rambla delante de la que se forma una suerte de bahía. En efecto, la toponimia alude a la proliferación de cañaverales. Aunque es mayoritariamente de gravilla, existen zonas de arena para extender la toalla; aquí, buceadores y pescadores son visitantes asiduos.
En La Mamola, como el restaurante Onteniente (958 82 96 50) cierra por vacaciones en octubre, cabe sustituirlo por Casa Patricio (958 82 96 32). Para pernoctar, el alojamiento rural La Ventera, en el municipio de Gualchos-Castell de Ferro.
4. Quitapellejos
Cuevas del Almanzora (Almería)
Quitapellejos está inscrita a sangre y fuego en la memoria juvenil por el festival de música electrónica Dreambeach, cuyos escenarios y campamento se levantan en este playazo desde 2013 (aunque este verano la pandemia obligó a cancelar el evento). Los más talluditos la conocen por su nombre tradicional, Palomares, situada en el foco de atención mediática en 1966 a raíz del choque de aviones y posterior caída de cuatro bombas nucleares.
Quitapellejos, extensión de las playas naturistas de Vera, ofrece un escenario abierto en el que proyectar la vista, buscar la sombra en la pinada o caminar hasta la desembocadura del río Almanzora, pisando arena oscura (en especial cuando sopla el levante) y gravilla. Al entrar al mar, la presencia de escalones es variable. Pasar por aquí y no comer croquetas y paella es un pecado que puede evitarse en el restaurante Akua Palomares (621 21 08 54), muy grato para el público inglés.
5. La Losa
El Portús (Cartagena)
Su poder de convocatoria obedece al clima privilegiado que se disfruta en el espacio natural de la Sierra de La Muela, Cabo Tiñoso y Roldán, enclavado al oeste de Cartagena. Lo que fue en tiempos la playa de El Portús son ahora sectores independientes por la regresión marina (seis metros los últimos años). Uno de ellos es el del caserío; a su lado, La Losa o Rambla de El Portús, a los pies del monte de la Casilla, y a la que se desciende tomando la pista que baja justo antes de embocar el campin naturista.
El firme combina piedrecillas y arena gruesa; el agua es profunda. Y de índole árido y descarnado son los acantilados que se expanden hasta el cabo Tiñoso. La Losa se ventila por el aire que se entuba en la riera, un levante que actúa como si de viento norte se tratase. Los hay que, equipados con gafas de buceo, se dejan caer en el escalón de entrada al mar para recrearse en la posidonia y las especies a las que sirve como hábitat natural. Al cabo Tiñoso, un portento de la costa murciana, se acercan los aventureros marinos de Portuskayak.
6. El Portet
Teulada-Moraira (Alicante)
El litoral que une el cabo de San Antonio y el peñón de Ifach se hace abrupto y, finalmente, se desarma domesticado en caletas de arena dorada. Entre ellas, El Portet (el puertito, en castellano), apoyada en el Cap d’Or, cuya torre almenara se puede coronar a pie. Nos hallamos en una cala de arena alejada de la carretera general, profundamente seductora por su recoleta disposición y que debe su atractivo a la claridad verdiazul de sus aguas. Este antiguo fondeadero de naves berberiscas recrea la ilusión de una piscina en la que las personas responsables controlan fácilmente el zambullir, tanto de las criaturas como de la abuela: no se pierde pie hasta 20 metros mar adentro. Su delgada línea de arena fue rellenada hace un par de años como para defenderla de la presión urbanística.
La paella María Elena, con extra de verduritas de la huerta, sigue siendo un must del restaurante El Portet.
7. Carregador
Alcossebre-Alcalà (Castellón)
De entre los valores de Alcossebre destaca ante todo su urbanismo limitado a tres alturas, lo que regala excelentes vistas al Mediterráneo, y también hacia la cercana sierra de Irta, pulmón costero de la provincia de Castellón.
Carregador (cargador, en castellano) alude a la zona portuaria que tuvo Alcossebre. Si usamos el aparcamiento Roquer Martí, nos plantaremos en el extremo sur de la playa, más tranquilo. La borrasca Gloria dio buena cuenta en enero de muchas de las pasarelas voladas de este sendero azul; por contra, cómo se agradece esta amplitud, lo mismo que la presencia de dunas, chaparras en altura pero elevadísimas en importancia ecológica. Después podremos doblar la punta rocosa del Carregador y llegar hasta el final de la playa de La Romana y ascender así al mirador. El restaurante Can Roig, con nueva gerencia, abre como mínimo hasta las fiestas del Pilar (del 9 al 12 de octubre).
8. Mareny de Sant Llorenç
Cullera (Valencia)
Encontrar tramos de la costa levantina sin bloques de apartamentos entraña ya serias dificultades. Uno de ellos está en el parque natural de la Albufera de Valencia. Para disfrutar del Mareny de Sant Llorenç se puede entrar por la urbanización Mareny Blau, en Sueca, y aparcar en La Ralla del Terme, que separa los municipios de Sueca y Cullera. Así accederemos a un arenal ajeno al bullir turístico, anchuroso y que en dos kilómetros nos deja en un magnífico reducto de tradición nudista. Arena dorada, cordones dunares, espacios casi infinitos y, lo mejor, bajísima afluencia.
La pequeña cala Treumal, entre Lloret de Mar y Blanes, se asemeja a un escenario menorquín
Aquí ningún restaurante guarda las esencias arroceras como Casa Rocher, con un menú fin de semana por 25 euros (bebidas aparte). Cerrado del 19 al 26 de octubre.
9. Tamarit
Tarragona capital
Esta playa atractiva deslinda los términos municipales de Tarragona y Altafulla. Además del vistoso castillo de Tamarit, alcanza condición significativa el pequeño delta del río Gaià, que indirectamente ha impedido que se construya en la zona. Sin edificios molestos por tanto, repararemos en el dique con baliza que emerge a 150 metros de la orilla (alcanzable fácilmente), convirtiendo este trozo de mar en toda una piscina de la Costa Dorada. El aparcamiento de la estación de tren Altafulla-Tamarit queda a 300 metros del acceso oriental a la playa y quita de problemas, como también los arroces mayestáticos del restaurante Voramar Cal Vitali (977 65 06 30), distante poco más de un kilómetro. Imprescindible reservar.
10. Rifà
Mont-roig del Camp (Tarragona)
Buscar arenales de quietud arcádica en zonas semiurbanas de la provincia de Tarragona es una de esas tareas que transforman al viajero en detective. Rifà, sin ir más lejos. Saliendo de la N-340 en Torre del Sol y rebasada la vía del tren, hay que seguir recto para estacionar en el amplio —y siembre abierto— aparcamiento del bar Mistral Beach (local cerrado actualmente). Así tomamos contacto con Rifà, de una abundancia de arena que seduce también por su resplandor. En el bar Maykao Playa (abierto hasta mediados de octubre; 619 09 81 32) podremos reservar mesa o comprar comida para llevar. Y también fijarnos en su pino silvestre, tres veces centenario. Después queda pasear 1,3 kilómetros hasta dar con el arenal que usufructúa el campin Playa y Fiesta, operativo durante todo el mes de octubre. Hay un silencio de parque natural en estos 800 metros de arena vigorizante que despeja la mente. De justicia es avisar del escalón de entrada al mar y de su fondo pedregoso.
11. Remolar
Viladecans (Barcelona)
El aeropuerto de Barcelona se emplazó en la llanura aluvial que forma el delta del río Llobregat, uno de cuyos espacios naturales, el del Remolar-Filipinas, conserva la playa que nos ocupa. De ahí que estemos inmersos en los terrenos que un día fueron de AENA, y en los que sigue rigiendo la prohibición de construir. De la C-31 se sale hacia Les Filipines, y aparcamos en la playa de la Murtra. Tras andar unos dos kilómetros, nos colocamos entre el mar y las marismas de Filipinas, cruzando la desembocadura de una riera detrás de la cual se eleva una torre mirador, de escalera en espiral. Todo ello tan cerca de la conurbación barcelonesa y a la vez ajena al bullicio. En el Remolar sobra arena fina y distancias de seguridad como para una legión de bañistas; soledades que invitan a tomar el sol a puro cuerpo. Les Marines, en Gavà, es un restaurante conocido por los productos de la huerta de proximidad.
12. Cala Treumal
Lloret de Mar / Blanes (Girona)
“En las redes sociales dije que pertenecía a Menorca. Y coló”. El bañista alude a una cala casi desconocida de la Costa Brava, verdeada por la montaña del jardín botánico Pinya de Rosa, que marca la diferencia con sus 600 variedades de chumberas y cactus pasacanas columnares de seis metros de alto. Un roquedo independiza Treumal de la aledaña playa de Santa Cristina, tesoro playero de Lloret de Mar, si bien en el chiringuito informan que solo la cuarta parte de esta cala es blanense (para probar sus ricas paellas hay que darse prisa, pues cierran la temporada este domingo, 27 de septiembre). Del aparcamiento (8 euros) hay que descender unos 400 metros a pie; si está cerrado por temporada, podemos usar el parking de Santa Cristina y pasar por la orilla (salvo temporal). Treumal, con solo 100 metros de largo, es una epifanía de las costas gerundenses por la anchura de la arena, sus aguas cristalinas, alguna barca y la punta des Canó, islote tan amigo de la fotogenia.
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