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Mujeres

La aventura hacia lo prohibido de Alexandra David-Neel

Viajera indomable, fue la primera extranjera que entró en Lhasa, capital del Tíbet, tras recorrer 2.000 kilómetros a pie por el Himalaya

Alexandra David-Neel, en su casa de Digne-les-Bains (Francia) en 1968.
Alexandra David-Neel, en su casa de Digne-les-Bains (Francia) en 1968. alamy
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Fue una mujer libre. Feminista, anarquista, valiente. Librepensadora, mística, espiritual. Rompedora. Alexandra David-Neel (1868-1969) fue la primera occidental en ser recibida por el Dalái Lama durante su exilio en la India y en entrar en el Tíbet cuando era un lugar prohibido a extranjeros. Nacida en París en una familia acomodada, su padre, un masón que dirigía una publicación republicana, influyó en sus ideas anarquistas y libertarias. Coincidía con él mucho más que con su madre, que intentaba atraerla hacia una vida tranquila, católica y acorde para una mujer joven de finales del siglo XIX.

Tenía oído y una bonita voz, así que gracias a la música hizo sus primeros viajes: sus estudios de canto lírico la llevaron de gira por Grecia, Túnez y algunos países más hasta que llegó a Indochina como primera soprano de la ópera de Hanói. Fue durante una estancia en Túnez cuando conoció a Philippe Neel, que trabajaba para el Gobierno francés en un proyecto de construcción ferroviaria. Se casaron en el país en 1904, aunque ella nunca lo vio claro. No estaba hecha para la rutina ni la vida acomodada, así que interpretando el papel de esposa perfecta cayó en una depresión a sus 36 años. Pero ya le había dado tiempo de sorprender con su primer libro, un pequeño ensayo anarquista-feminista llamado Elogio a la vida (Pour la vie, 1898) Toda una declaración de principios. “Que cada cual siga enteramente, siempre y en cualquier parte, el impulso de su naturaleza, ya sea esta limitada o genial. Solo entonces el hombre sabrá lo que es vivir, en lugar de despreciar la vida sin haberla vivido jamás”, escribió.

Alcanzó la capital del Tíbet disfrazada de mendiga, con la piel teñida con ceniza y usando pelo de yak

En 1910 el Ministerio de Instrucción Pública le encomendó una misión en la India. Acordaron que viajaría 18 meses. Embarcó en Marsella y paró en Ceilán (hoy Sri Lanka) antes de llegar al país asiático. Philippe la despedía sin saber que el viaje duraría en realidad 14 años. Eso sí, durante ese tiempo seguiría su amistad y se escribirían cartas hasta la muerte de él, en 1941. De sus vivencias en la India, debatiendo con sabios brahmanes o ricos marajás —hablaba pali, hindi y sánscrito— y participando en ceremonias a las que pocos extranjeros eran invitados, escribiría La India en que viví, en el que reniega del sistema de castas.

Cerca de Madrás se enteró de que el decimotercer Dalái Lama había huido de su país, entonces sublevado contra China, y residía en el Himalaya. Y a partir de ese momento no paró hasta encontrarse con él. Algo que consiguió en 1912. “Ser recibida por él no era fácil, ya que se negaba obstinadamente a conceder audiencias a mujeres extranjeras. Sin embargo, había conseguido cartas de presentación de altas personalidades del mundo budista. Debieron de intrigarle, porque inmediatamente dijo que tendría mucho gusto en hablar conmigo. A su alrededor encontré una corte extraña de eclesiásticos vestidos de sarga granate oscuro, raso amarillo y brocado de oro, que contaban historias fantásticas y hablaban de un país de cuento de hadas. Aunque al escucharles tuviera en cuenta la exageración oriental, instintivamente presentí que detrás de las lejanas cumbres nevadas existía un país distinto a todos, inmediatamente se apoderó de mí el deseo de llegar hasta él”, escribió sobre el encuentro y su incipiente ambición de alcanzar el Tíbet en Viaje a Lhasa (1927).

Uno de los trajes de la exploradora y escritora expuesto en su casa museo en Francia.
Uno de los trajes de la exploradora y escritora expuesto en su casa museo en Francia.François-Xavier Emery

A su llegada a Nepal en 1912, el marajá le obsequió con elefantes para recorrer el país y así llegó a Sikkim, donde conoció a Yongden. Él 14 años, ella 46. Primero le contrató como criado, luego fue su discípulo y después de la aventura por el Tíbet se convirtió en su hijo adoptivo. Comenzaron a viajar por las cumbres con la intención de llegar a la ciudad soñada, Lhasa, entonces tomada por funcionarios británicos que hacían de ella un lugar cerrado a los extranjeros. Probaron entonces Japón, Corea, Pekín y vuelta al Tíbet. Allí vivió dos años y medio en el monasterio de Kumbum, en la región de Amdo, donde fue nombrada lama. “Viví en una caverna a 4.000 metros de altitud, medité, conocí la verdadera naturaleza de los elementos y me hice yogui. Cómo había cambiado mi vida, ahora mi casa era de piedra, no poseía nada y vivía de la caridad de los otros monjes”, escribió en una de las misivas a Philippe. Durante ese tiempo, los monjes le permitieron acceder a documentos vetados a los occidentales y la bautizaron como Lámpara de Sabiduría.

Lhasa seguía estando en su punto de mira. Intentaba llegar una y otra vez, pero la arrestaban y la devolvían a la India. Así que urdió un plan. Cargaron una pequeña pistola, monedas de plata y algo de comida. Se disfrazaron de mendigos y empezaron a peregrinar montañas arriba. “Les dijimos a todos que íbamos en busca de hierbas medicinales. Yongden se hizo pasar por hijo mío. Me teñí la piel con ceniza de cacao, usé pelo de yak que teñí con tinta china negra, como si fuera la viuda de un lama brujo. Decidimos viajar de noche y descansar de día. Viajar como fantasmas, invisibles a los ojos de los demás. Alguna vez tuvimos que hervir agua y echar un trozo de cuero de nuestras botas para alimentarnos”, relata en Viaje a Lhasa. Cuando finalmente llegaron a la ciudad, una tormenta de arena les ayudó a pasar inadvertidos. Esqueléticos, demacrados y vestidos de mendigos, una mujer les ofreció alojamiento. Lo habían conseguido, tras cuatro meses y 2.000 kilómetros a pie por el Himalaya. Era 1924 y se convirtió en la primera mujer occidental en entrar a la capital del Tíbet.

Regresaría a Europa convertida en una heroína. Apareció en la portada del Times como la mujer sobre el techo del mundo. Fue medalla de honor de la Sociedad Geográfica de París y legión de honor. La única persona acreditada para hablar del Tíbet y de budismo. Compró un terreno y construyó su primera casa en Digne-les-Bains, una pequeña localidad al pie de los Alpes franceses, a la que llamó Samten Dzong (fortaleza de meditación). Fue su refugio para escribir más de 20 libros sobre sus aventuras, dar charlas, recibir a personalidades y seguir leyendo textos budistas. Hoy la casa se puede visitar y se ha construido un museo aledaño. Un magnífico recorrido por la vida de Alexandra David-Neel que incluye fotos, vestimenta y parte de su equipaje. Además de ver su habitación, biblioteca y la mesa donde se sentaba a escribir probablemente pensando siempre en viajar. A los 67 años se sacó el carné de conducir y organizó un nuevo viaje en el Transiberiano a China, que recorrió durante 10 años. A los 100 renovó el pasaporte. “Por si acaso”, aseguró. Murió a los 101 años en Samten Dzong, pero las cenizas de esta viajera incansable se esparcieron junto a las de Yongden, fallecido 14 años antes, por el río Ganges.

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