Lugano, 24 horas en la Suiza mediterránea
Pasear entre la arquitectura de Mario Botta, probar exquisitos quesos artesanos y descubrir las mejores tabernas donde picar entre horas. Vida a la italiana en el cantón de Tesino
Lugano es la capital económica de la Suiza italiana, en el cantón de Tesino, y lo primero que sorprende al llegar, más allá de que todo el mundo hable italiano, es que aquí se vive alla italiana. La ciudad se extiende bajo los montes Brè y Sant Salvatore y frente al lago de Lugano —también llamado Ceresio—, todo ello de postal, por lo que convendrá habituarse a los paseos al borde del agua, a los funiculares y a los miradores. En cualquiera de ellos se tarda poco en entender que no es un lugar para pasar un día, sino años, porque mezcla como ninguna otra ciudad clima y comida mediterráneos y organización suiza.
10.00 Tarta en un antiguo convento
Una jornada que empiece en el Grand Café Al Porto (1) está predestinada a que fluya. Abierto desde 1803 es imprescindible por sus tartas. La presencia de artistas, políticos, hombres de letras y de esa burguesía atraída por lo que hoy llamamos life style, capaz de empalmar el desayuno con el aperitivo, lo han convertido en un clásico. En el primer piso se halla el famoso Cenacolo Fiorentino, refectorio de un antiguo convento reconvertido en salón. Por su aura secreta no es extraño que aquí tuvieran lugar reuniones de la Operación Sunrise en 1945. A pocos pasos está Vanini (2), que sirve chocolate suizo desde 1871 y cuyos panetones se compran como si no hubiera más remedio. Para constatar cómo esta región protege a sus productores conviene entrar en Gabbani (3). Sus artículos llevan en su envoltorio los colores de Tesino (rojo y azul), y hay que probar el queso Alpe Piora del valle Maggie, de leche de vacas que viven a 2.000 metros de altura, y el Sbrinz, una obra de arte que recuerda al mejor parmeggiano.
12.00 Estación multicolor
Habituarse a pasear por el centro histórico no cuesta. Omnipresente el Ayuntamiento (4), de 1845, que organiza tours gastronómicos para conocer la ciudad a partir de sus mejores productos y restaurantes. La Via Nassa (nassa significa red de pesca y remite a su origen como pueblo de pescadores) es una calle porticada con tiendas de lujo; comercios históricos, como la papelería Fuchs & Reposo (5); edificios determinantes, como el Vanini, del arquitecto Chiattone, y el bar Bernasconi (6), ideal para quien guste de picar delicias, como la polenta frita y el queso del Alpe Airlo, con un vino espumante. En Lugano, Arquitectura es una carrera con prestigio; Mario Botta fundó la academia de Mendrisio y por la ciudad se descubren edificios suyos, como el centro Cinco Continentes o el palacio Ransila 1, junto a la estación de autobuses del Corso Enrico Pestalozzi (La Pensilina). Es una de sus mejores obras: una marquesina de carpintería metálica revestida con paneles traslúcidos que hacen variar su color según la luz del día. Por la noche, también cambia de tono para marcar las estaciones: lila en invierno, blanco en verano, azul en primavera y rosa en otoño.
13.00 Museo y parque
La Via Nassa concluye en LAC (7) (Lugano Arte e Cultura), un vibrante centro cultural inscrito en un edificio de Ivano Gianola. Según los autóctonos, el museo que ha devuelto el arte a la ciudad, ausente desde la magnífica colección que se exhibió en Villa Favorita (antaño propiedad del barón y la baronesa Thyssen) hasta principios de la década de 1990. En LAC interactúan disciplinas artísticas y la construcción apuesta por el diálogo interior-exterior; las vistas desde la segunda planta son las más requeridas. Situado junto al lago, el paseo por la orilla está pensado para ir de aquí para allá. Siguiendo por el muelle se llega al parque Ciani (8), una referencia de la ciudad con dos edificios a tener en cuenta. La Villa Ciani, mito de la belle époque impulsado por los hermanos Ciani (importantes en el desarrollo económico y educativo de Lugano), en cuyas cuadras se refugiaron en tiempo de guerra gente como Carlo Cataneo, Mazzini o el gran Ugo Foscolo. Y por otro lado, la Biblioteca Cantonale, de Rino Tami, es un ejemplo de racionalismo y testimonio de su adhesión al movimiento moderno.
14.00 Del mercado a la mesa
En el Quartiere Maghetti, junto a la iglesia de San Roque, a esta hora ya recogen las últimas paradas del mercado. Pero se puede ir a MaGrott-Il Grotto Urbano (9) (Quartiere Maghetti, 10) y pedir un taglieri di affetati ticinese (tabla de embutidos). Aunque la mejor opción será La Tinèra (10) (Via dei Gorini, 2), popular taberna en la que el vino se bebe en tazzine (tazones). Mientras se da cuenta de sus abundantes platos, se puede explorar la relación de los alrededores de Lugano con la literatura y caer en la cuenta de que Alfonsina Storni nació en la vecina localidad de Capriasca. No obstante, el habitante más célebre de la zona será siempre Hermann Hesse.
16.00 En casa de Hesse
Es momento, pues, de coger el autobús 346 para llegar a Montagnola (11) y visitar la Casa Museo de Hermann Hesse, junto a la Casa Camuzzi, el que fue el primer hogar del escritor. Aquí llegó en 1919 y aquí falleció en 1962. El espacio, acogedor, explica muy bien la vida de Hesse en la región de Tesino y la cantidad de amigos artistas con los que se relacionó. Aquí se dedicó a pintar, a pasear y, sobre todo, a escribir obras que lo catapultarían al Nobel en 1946. Su amistad inquebrantable con Hugo Ball y Emmy Hennings (vecinos ambos, y enterrados en el miso cementerio) o con Thomas Mann (“no te mueras antes, por favor”, se escribían) están presentes en las fotografías y en las cartas.
19.00 Un momento inolvidable
De vuelta a Lugano esperan dos visitas: la instalación Neural Rope, de Alex Dorici y Luca Maria Gambardella, en el Tunnel di Besso (12), y la del Bottegone del Vino (13) (Via Massimiliano Magatti, 3), una institución local. Si ese día tiene la suerte de leer en la pizarra “risotto al azafrán”, deshágase de todo lo que lleve encima y tome asiento; está a punto de vivir un momento inolvidable. Pida un merlot Rovio y espere. Cuando se prueba este plato se entiende que lo más importante de un rissotto es “mantecare benne”. Se sentirá tan bien consigo mismo que probablemente sabrá por qué el poeta Paul Claudel dijo que quien admira siempre tiene razón. Se puede terminar con un Braulio, un licor de hierbas de los que hacen cambiar el punto de vista de casi todo.
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