Ramón Roca, lector fiel y viajero incansable
Hoy el número 1.000 del suplemento ‘El Viajero’ se sumará a su colección de muchos años
Ramón Roca llamó hace unos meses a la Redacción porque le faltaban unos números de El Viajero en su colección. Vive en Vic (Barcelona), tiene 71 años y ha visitado gran parte del mundo inspirado en buena medida por este suplemento. Siempre con su mujer, Marta, y solos. Hace casi dos décadas este sastre jubilado de la sexta y última generación de un negocio familiar cayó en las redes de las reseñas que escribía el crítico de hoteles Fernando Gallardo y cuando vio la luz este suplemento se convirtió en uno de sus más fieles lectores. Hoy conseguirá el número 1.000 para encuadernarlo junto a otros anteriores en volúmenes con unas cubiertas duras color granate que esperan ser indexados para poder ocupar un lugar destacado en su casa.
El parador de Aiguablava es uno de sus favoritos, y le gustan las zonas de El Bierzo, Os Ancares y el Baix Empordà
Una de las primeras reseñas que probó de Gallardo fue el hotel Montiboli en Villajoyosa. Le encantó. Por eso siempre que han podido han ido a alguno de los establecimientos recomendados por él en las páginas de este suplemento. Ramón y Marta comparten su pasión por los viajes y, mutuamente, se han ido modelando. Desde que se casaron en 1970 y viajaron a Ceuta, Tetuán y Tánger, no han dejado de cultivar su espíritu de trotamundos. Cuatro décadas que han dado para mucho. Desde Tailandia y China a Perú, Bolivia y Ecuador, pasando por prácticamente toda Europa, Egipto, Kenia, Canadá, Estados Unidos, Islandia y un sinfín de destinos.“El Viajero me ha aportado muchos conocimientos de países y viajes, la idea de un destino siempre ha salido de sus páginas, pero no he copiado el viaje, lo he montado a nuestra medida”, explica Ramón Roca, que asegura que es “igualmente feliz durmiendo en la tienda de un camping que en el Ritz”. “Yo no”, interviene Marta.
El equipaje, ligero
La pareja ha viajado siempre que ha podido una o dos veces al año. En enero o febrero, cuando había poco trabajo en la sastrería, hacían una salida corta, lo que para ellos es un destino que en avión estuviera a menos de tres horas. En agosto, cuando cerraban el negocio, hacían “el viaje largo”. El equipaje, siempre ligero, “una pequeña maleta cada uno”. Ramón Roca no sabría elegir el viaje más romántico. Marta no duda ni un segundo: “Estocolmo, el sol de medianoche”. Recuerda cómo, el día de su santo, el 29 de julio, tuvo “el regalo” de contemplar el sol posándose sobre el mar, pero no desaparecía, volvía a subir. “Allí tomas conciencia de cómo están alineados la Tierra y el Sol”, asegura. Ambos coinciden en que es complicado elegir una de sus aventuras viajeras porque “es muy difícil comparar países, cada lugar es diferente, todos tienen su belleza”.
Coinciden en que su mejor viaje fue Tanzania. “Por lo diferente, por los animales, por el paisaje, por la gente…”, detalla Ramón, que, sin embargo, también lo considera su peor experiencia. Una semana antes de volar hasta allí tuvieron que empezar a tomar la profilaxis para la malaria. Ramón atravesó 300 kilómetros de pista forestal del parque natural del Serengeti mareado y vomitando. Además, de regreso, el tratamiento debía seguir otras siete semanas, y recuerda que lo intentó dejar. “Pero el médico me dijo que me prefería mareado que con malaria”, recuerda. Como más exótico, al unísono destacan Bali, la isla indonesia. Han viajado a miles de kilómetros, pero también han recorrido cada lugar de España, en especial Cataluña. Se han alojado en la red de Paradores, por ejemplo en el de Bayona (Pontevedra) y el de Aiguablava en Begur (Girona), sus preferidos. De lugares, destacan el Bierzo y Os Ancares de León y Lugo, y la Costa Brava del Baix Empordà. Su antiviaje, un crucero.
Ramón Roca también es aficionado a coleccionar tarjetas de restaurantes, otras de sus debilidades, y las guarda en un repleto tarjetero. Nunca han sido partidarios de comprar recuerdos, “y mucho menos el típico imán de nevera”, aseguran. Sí adquirieron alguna joya en Tailandia,“porque valía la pena por el precio”, y desde que son abuelos han traído algún detalle para sus nietos.
“Del concepto de El Viajero me gusta todo”, asegura este amable y elegante sastre jubilado. “Porque siempre aprendes cosas”, dice, “si ya has estado allí, porque lo reconoces y te gusta volverlo a ver, y si no, porque siempre hemos tenido espíritu viajero y hace ilusión ver un sitio nuevo donde poder ir, aunque ya no vayamos”.
La edad no les permitirá ya hacer grandes viajes al mismo ritmo que en el pasado, pero podrán revivirlos repasando sus archivos y las páginas de los números de El Viajero. En la carpeta de cada excursión conserva desde mapas a folletos, posavasos, facturas e incluso billetes, como los que compraron para subir a las torres gemelas de Nueva York. Uno de los viajes de su vida que más les impactó fue el paseo en un ballenero en la península Valdés, en la Patagonia argentina, que fue reconvertido por Greenpeace en un barco para concienciar de la necesidad de proteger a estos mamíferos marinos. “Te acerca a pocos metros de ellas para ver cómo amamantan a sus crías”, detalla. Tampoco falta en su recuerdo el espectáculo del sol de medianoche en Cabo Norte, otro de los momentos especiales en 40 años de viajes. Desde El Viajero esperamos seguir inspirando sus nuevas aventuras. Muchas gracias a los dos por seguirnos.
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