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Fuera de ruta

En ruta por los Cárpatos termales

De los balnearios de aires modernistas de Truskavets a Lviv, la capital de la región de Galitzia, viaje a la Galicia de Ucrania

El centro histórico de la ciudad de Lviv, al oeste de Ucrania.
El centro histórico de la ciudad de Lviv, al oeste de Ucrania. Artur Synenko (Alamy)

Al pie de los verdes Cárpatos, en plena Galicia de Ucrania —o Galitzia—, Truskavets mantiene alto el pabellón de balneario con toque austrohúngaro. El rito es empuñar un artefacto para beber agua salutífera. Es un pequeño botijo de cerámica, llamado poielka, con un largo pitorro que se mete en la boca. Las aguas termales de Truskavets se tienen por curativas para un amplio espectro de dolencias. Cientos de personas se agolpan cada día ante los grifos de un edificio de altos techos. Hay que apretar un botón en una pared de azulejos blancos. Y la sorpresa es que algunas aguas de beber salen a 30 o 40 grados de temperatura. Encima tienen un olor y sabor azufrado, cuando no un cierto dejo oleaginoso.

A estas aguas se les llama naftusia, palabra que indica un ligero rastro de petróleo o nafta. No hay otras iguales en el mundo, pregonan aquí. Aparte de tener también aguas que contienen algo de cera o de sal (como las de Karlsbad en Alemania). Muchos oligoelementos que hacen las delicias de los adictos de este sanatorio, por usar el término en boga durante la URSS para esta clase de establecimientos.

javier belloso

A un centenar de kilómetros de Lviv, capital de la Galicia de Ucrania, Truskavets señala el principio de unos Cárpatos forrados de bosques. Más al sur se extiende la Zacarpathia, o Transcarpatia, donde se juntan cinco naciones: Ucrania, Polonia, Hungría, Rumania y Eslovaquia. Un territorio salpicado de spas y, en invierno, de pistas de esquí. Las fuentes de aguas minerales más famosas de Truskavets tienen nombre de mujer. Se llaman Marija, Barbara, Yuzia… Sofía es la que brota a más temperatura, aunque, gracias al pequeño botijo, nadie se abrasa los labios.

Las fuentes tienen nombres de mujer. Se llaman Marija, Barbara, Yuzia… Sofía es la que brota a más temperatura

Bastantes casas de Truskavets, construidas en madera, con amplios balcones, se inspiran en el aire del modernismo. Como balneario, Truskavets se fundó en 1907 y le tocaron los últimos años dorados del imperio austrohúngaro. El centro urbano parece una foto en color sepia del Tirol, solo falta que aparezca el archiduque. Pero al margen de lujos y polcas, el antiguo reino de Galitzia y Lodomeria, añadiendo acaso el ducado de Volhynia, hoy en Ucrania, pasaba por ser la zona más remota y deprimida del imperio austrohúngaro.

Se cree que el nombre de Truskavets viene de truskawka, fresas en polaco. Lo que sí es cierto es que hay una gran cantidad de frambuesas, que venden las agricultoras apostadas en los paseos. También ofrecen paquetes de setas blancas de Úzhgorod. Al lado mismo de las fuentes termales se extienden hayedos con árboles de más de 20 metros de altura. No es raro ver ardillas y pájaros carpinteros.

Lo mejor es que se vuelve a disfrutar en paz de la naturaleza en la Galicia de Ucrania, una región que, al igual que su contraparte polaca, sufrió los avatares políticos y bélicos del siglo XX. Los judíos de la zona fueron víctimas de masivos pogrom (exterminios) por parte de los nazis. No puede haber un recordatorio más sencillo e impactante que la placa que han puesto en una acera del cercano municipio de Drogóbich. Indica el sitio donde un agente de la Gestapo asesinó al escritor Bruno Schulz en 1942. Schulz, judío de Ucrania que escribía en polaco, nunca quiso abandonar su pueblo, donde trabajó pintando murales y escribiendo relatos de altura como La calle de los cocodrilos.

Cosecha de sal

Ahora Drogóbich se enorgullece de Schulz igual que de sus paisanos el literato Ivan Franko y Yuri Kotermak, maestro de Copérnico y rector de la Universidad de Bolonia. A este se le dedica una monumental estatua de bronce en el centro. Mientras, en las afueras, la fábrica de sal sigue funcionando como hace siglos. Calientan con madera de abeto y haya unos estanques donde se evapora el agua hasta poderse recoger a paletadas la cosecha de sal. La sal de Galitzia, que llegó a emular al oro en valor, sustentó un gran comercio entre el oriente y el occidente de Europa.

Guía

Eso y más hicieron grande a Lviv —Livov, en ruso; Lemberg, en alemán, o Leópolis—, la capital del rey León (por Lev, el hijo de Danilo). Lviv, capital de la Galicia de Ucrania, rivaliza con Cracovia, capital de la Galicia polaca, en distinción y tono cultural. Tiene hasta cuatro catedrales y no hay día sin un concierto de algún tipo de música. Pero Lviv explota también su punto irónico. Su gran Teatro de Ópera, semillero de grandes artistas, aloja un restaurante en su sótano donde se oye la corriente del río enterrado de la ciudad. Merced a unos altavoces escondidos.

Y frente al ayuntamiento de Lviv se alza un antiguo edificio en cuya primera planta se esconde, aunque poco, el restaurante Masonic. Se anuncia como el más caro de la ciudad. Parece una broma que abra la puerta un hombre disfrazado de mendigo y que te ofrezca una sopa y unas patatas que tiene en la lumbre. Superado ese momento, el comensal entra en un comedor de nobles maderas con ventanales que llevan la escuadra y el compás. Tras comer y beber, pasan una factura astronómica, pero con truco: todos los precios llevan un cero de más. Se quita el cero y ya se ha comido a niveles accesibles.

Luis Pancorbo es autor de Al sur del Mar Rojo. Viajes y azares por Yibuti, Somalilandia y Eritrea (Almuzara).

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