Donde hasta el caviar es naranja
La capital ucrania se prepara para albergar cinco partidos de la Eurocopa de 2012. Su interesante historia, con la 'revolución naranja' de 2004, se une a monumentos como el monasterio de Lavra
La distancia a un lugar no tiene por qué estar marcada por kilómetros. En nuestra cabeza algunas ciudades parecen más cerca que otras. Es el caso de Kiev. El año que viene, será una de las sedes de la Eurocopa (en su estadio olímpico se jugará la final), que comparte con otras ciudades ucranias y de Polonia. Para un viajero español, Kiev se siente tan cercana que es posible irse al aeropuerto sin pasaporte y tener que volver a casa corriendo a buscarlo para no perder el vuelo.
09.00 En cirílico
Tras un viaje algo largo por las escalas (solo hay un vuelo diario directo a Kiev desde Madrid) llegamos a la capital del segundo país más grande de Europa. Si sentíamos a Ucrania como algo cercano, llegar y observar todos los carteles en cirílico te transporta, en un segundo, a miles de kilómetros; por eso es conveniente hacerse con un mapa en dos idiomas o llevar un smartphone con aplicaciones de mapas. Una vez pasado el trance de negociar con un taxista dibujando números en el aire -estábamos avisados de que no hay taxímetros y todo se negocia-, conseguimos que nos lleven por 250 grivnas, unos 25 euros, al hotel Riviera (1) (Sagaydachnogo St. 15), justo enfrente del inmenso río Dniéper, que abarca desde Rusia hasta el mar Negro.
10.00 Una calle, un museo
Nos tienta coger un precioso teleférico que une este barrio de Podol con la zona centro, pero preferimos dar un rodeo y conocer el que comparan con el Montmartre parisino. Comenzamos el ascenso a la colina por el museo de la calle (2) (2 euros la entrada), que trata de eso, de recoger la historia de la calle Andriivsky Uzviv a través de sus habitantes desde hace 400 años. Pintoresco, bizarro y sorprendente. Sorteamos algunas tiendas del animado mercadillo de fin de semana, donde compramos algunos recuerdos de la época soviética (curiosas y accesibles las antigüedades), y llegamos a la imponente iglesia de San Andrés (3), que únicamente podemos ver por fuera porque la están reformando.
12.00 Vistas desde el campanario
El centro de Kiev (2,8 millones de habitantes) es paseable, si el frío lo permite, y meterse en el metro es una aventura, ya que las señales están en ucranio. Por eso, nos vamos andando hacia la joya de la ciudad situada en la plaza de Bogdan Khmelnitsky: la catedral de Santa Sofía (4), un complejo verde y blanco de más de mil años coronado por 10 cúpulas doradas y cuyo interior nos deslumbra por su cúpula central (entrada, 2 euros). Si el día lo permite, subir a su campanario ofrece las mejores vistas de la ciudad y permite observar la catedral de Mikhailovsky (5), que está justo enfrente y cuyo color azul sorprende entre el gris predominante.
Tras la vista de esta catedral, cogemos un taxi para llegar al monasterio de Lavra (6) (entrada, 2,5 euros, a los que hay que sumar otros 10 por la guía turística que nos hablará en inglés si nos queremos enterar de algo). Este lugar, patrimonio mundial de la Unesco, es uno de los centros mundiales del cristianismo ortodoxo, y su recinto, de cerca de 30 hectáreas, reúne una catedral, numerosas iglesias, museos (muy interesante el de miniaturas), una antigua imprenta y su parte más visitada: una red de estrechísimos túneles que hace las veces de necrópolis de varios santos ortodoxos. Aun sin embalsamar, están perfectamente conservados. Y visibles.
15.00 El heroico pasado, esculpido
Comemos algo justo al lado del Lavra en uno de los puestos callejeros de comida (muchos en las múltiples galerías bajo tierra, donde el frío no se percibe tanto) y nos acercamos al Museo de la Madre Patria. Bajando desde el Lavra, utilizamos como guía una estatua gigantesca de 100 metros de altura. A pesar de la niebla, se ve a lo lejos. Una leve música militar acompaña el camino en el que atravesamos el callejón de las Ciudades Heroicas - G, un espacio esculpido en alto relieve donde se narra la participación del pueblo ucranio en la II Guerra Mundial. El negro de la escultura, así como la magnitud de los retratados, sobrecoge. No hace falta una sola línea para entender lo que expresan. Narran cuatro años de guerra con el sufrimiento, la lucha y la unidad de una nación para hacer mucho más comprensible el increíble museo que descansa bajo los pies de la descomunal estatua. Una inolvidable lección de historia por un euro.
17.00 Las huevas de salmón
Ya somos unos fieras en el arte de regatear taxis y nos dirigimos al centro neurálgico de la ciudad, la plaza de la Independencia (8), conocidísima por ser el epicentro de la revolución naranja de 2004 que consiguió que se repitieran unas elecciones que se demostraron fraudulentas. Hay mucha vida en esta plaza que se cruza con la arteria principal de Kiev, la calle Khreschatyk (9), que concentra las mejores tiendas, restaurantes y hoteles de la ciudad. Tras la foto de rigor del Monumento a la Independencia (se desligaron de la URSS en 1991), hacemos una parada para entrar en el mercado central (10) y comprar algo del caviar naranja que tanto recomiendan (mucho marketing hay ahí, son huevas de salmón), y subimos al barrio más elegante de la ciudad, Lypsky, donde llaman la atención la Casa de las Quimeras (11) y el Banco Nacional (12). Kiev está llena de contrastes en sus construcciones, en la propia gente (es normal ver a mujeres con la tradicional blusa con bordados y a otras con trajes de firma) o sus automóviles, donde conviven con inusitada normalidad los americanos Hummer y los soviéticos Lada. El sueño de la presencia de una importante clase media todavía no es una firme realidad.
20.00 Calor nocturno
Conviene arreglarse para la noche. Aunque haya cinco centímetros de nieve, hay que salir con un buen atuendo si no queremos desentonar. Kiev es una ciudad con mucha vida nocturna y buenos restaurantes. Entre los de comida autóctona destacan el Lipsky Osobniak (13) (Lyps'ka St. 15; unos 45 euros por persona) o el Stare Zaporizhzhe (14) (27 Sahaydachnoho St.; 40 euros), aunque si quiere ver a la élite de la ciudad debe ir a Steffano's (15) (4 Vladimirskaya St.; unos 50 euros), que cuenta con seis ambientes diferentes, algunos junto al acuario, los más demandados. Otras opciones más asequibles son El Oliva (25 Sagaydachnogo St.; 20 euros), un restaurante italiano de ambiente recogido cuyo personal habla inglés, y Mypakami, una cadena de comida japonesa extendida por el centro de la ciudad.
La sociedad ucrania es muy de hacerse ver. Lo mismo en los clubes. Se han puesto de moda los multiespacios como Arena (16) (2 Basseynaya St.) o Decadence Bar (17) (16 Shota Rustaveli), donde se paga unos 25 euros por entrar y donde la zona más transitada no es ni la barra ni la pista, sino los asientos donde ver y ser visto.
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