Posada La Sacristía, recuerdos de un patio moruno

Tarifa es la meca europea del viento y medio mundo lo sabe. Por eso aterrizan a miles los fanáticos del neopreno en busca de la cresta más alabeada y el surco mejor labrado sobre los que deslizar sus tablas. Unos anhelan plegar velas en los hoteles que jalonan el litoral en primera línea de mar, otros se recogen en las posadas tradicionales del casco histórico tarifeño, a resguardo del oleaje y de un castillo que Guzmán el Bueno hizo legendario en tiempos de la Reconquista. Al fondo del callejón de San Donato, que conduce en subida a la plaza del Ayuntamiento, se encuentra uno de tales hospedajes solariegos en funcionamiento, como cantina mora, desde 1670.

Algo vieja se ha quedado la posada, es verdad, pese a las exhibiciones de arte antiguo que ofrece de cuando en cuando. Hay una cierta dejadez en el ambiente, aunque el personal es cumplidor en la acogida y solícito con el equipaje del recién llegado. Alguien extrañará más simpatía y empatía en el trato. En un alojamiento tan pequeño, el registro de entrada no debería demorarse tanto.

Las habitaciones son diminutas, incómodas con tanto mueble dentro de ellas, oscuras en su hermetismo claustral. Igual que los cuartos de baño, decorados con bonitas teselas. A ver quién no sale de costado tras darse una buena ducha. Tampoco las camas provocan gratas emociones, salvo cuando el cansancio se vuelve misericorde. El edredón de entretiempo es demasiado caluroso, y no se ofrecen otras opciones más ligeras, ni siquiera sábanas independientes. Lo bueno de una noche en ellas es que apenas se dejan sentir los ruidos de la calle, que aumentan en decibelios conforme se va acercando el fin de semana.

Ciertos rincones hacen gala de un buen tono en sus detalles ornamentales. No en vano sus propietarios son los interioristas Miguel Arregui y Bosco Herrero, con la inestimable ayuda del estilista neoyorquino Joe Peguero. Pero de esto ya hace un tiempo.

Queda el frescor inmanente del patio, el sitio ideal para desayunar, protegido del exterior por una bóveda bien acristalada. Lo esencial del autoservicio y la frugalidad de sus elaboraciones no quitan duende al momento previo del baño de olas que medio mundo busca en Tarifa.