Sevilla y los colores de Murillo
Este año se cumple el IV centenario del nacimiento del artista sevillano y la ciudad organiza rutas para admirar sus pinturas y seguir sus pasos, que incluyen terrazas y tapeo
Sevilla se prepara para agasajar a uno de sus más ilustres hijos, Bartolomé Esteban Murillo, cuando se cumplen 400 años de su nacimiento. Pero ¿a qué Murillo se celebra? ¿Al pintor estandarte del nacionalcatolicismo, al que sedujo a Europa con la belleza mundana de sus Inmaculadas o al gran artista que introdujo el naturalismo en el Barroco y, con los pies en el suelo, reflejó con dignidad la cruda realidad de su tiempo?
Lo que se han propuesto los investigadores, historiadores del arte y comisarios convocados por el Ayuntamiento de Sevilla es reconstruir la imagen de Murillo, un artista que ha sido malinterpretado, banalizado y tergiversado hasta la saciedad. El pintor, cuya biografía es en buena parte inventada, nació a finales de diciembre de 1617 —no se sabe el día pero sí que fue bautizado el 1 de enero de 1618 en la iglesia de la Magdalena—, realizó alrededor de un millar de lienzos —de los que han llegado hasta nosotros 425— y murió el 3 de abril de 1682 en Sevilla de una apoplejía, aunque su leyenda dice que falleció en Cádiz al caerse de un andamio cuando pintaba un gran óleo, Desposorios místicos de santa Catalina (de 441 por 315 centímetros) en el convento de los Capuchinos.
Se dice que Velázquez introdujo a Murillo en la corte de Felipe IV, pero de su encuentro no hay ninguna certeza
La celebración ya ha comenzado, tendrá su punto más alto en diciembre, y se prolongará durante 2018. Los actos incluyen exposiciones, un simposio, publicaciones, conciertos y hasta la reproducción de una gran fiesta barroca en la calle. Y luego está la huella de Murillo, que sigue muy presente en la ciudad. En algunos casos, sus lienzos pueden admirarse en el mismo lugar para el que fueron concebidos. Muchos otros, expoliados por las tropas de Napoleón en 1810, han acabado repartidos por diversos museos del mundo. De forma que el saqueo, paradójicamente, convirtió a Murillo en un artista internacional en el siglo XIX.
El Ayuntamiento, que organiza la celebración junto con el Ministerio de Cultura, ha diseñado itinerarios de Murillo por la ciudad que se incorporarán de forma permanente a su oferta cultural. Enrique Valdivieso, catedrático de Historia del Arte, investigador y autor de una treintena de libros, entre ellos Murillo. Catálogo razonado de pinturas (2010), es el encargado de guiar a los visitantes por los caminos del pintor.
La catedral, el hospital de la Caridad, la iglesia de Santa María la Blanca, el palacio arzobispal y el hospital de los Venerables son los lugares en los que las pinturas de Murillo se pueden contemplar in situ. A estos hay que añadir uno de sus más importantes ciclos, el de los Capuchinos, que conserva el Museo de Bellas Artes. No habrá que esperar a diciembre para admirar la pincelada suelta de Murillo, ya que la catedral exhibe de forma permanente algunos de sus principales obras, como La visión de san Antonio de Padua o La Inmaculada de la sala capitular. Aun así, la iglesia se ha sumado a la celebración y el 8 de diciembre inaugurará la muestra Murillo en la catedral, que incluirá también La Virgen del Rosario, que se encuentra habitualmente en el vecino palacio arzobispal.
“Queremos que la gente conozca los espacios para los que Murillo pintó cuadros y, en los casos en los que estas obras salieron —la mayoría robadas durante la invasión francesa, cuando se perdieron más de 50 de sus lienzos—, con copias o reproducciones fotográficas”, comenta Valdivieso, quien ha supervisado la ejecución de las réplicas de Santa María la Blanca que expolió el mariscal Soult y acabaron en el Museo del Prado. Juan Luis Coto y Fernando García están copiando El sueño del patricio y El patricio Juan y su esposa ante el papa Liberio, como antes hicieron en 2008 con cuatro lienzos de la serie Obras de misericordia, que pueden verse colgados donde estuvieron los originales, en la iglesia del hospital de la Caridad.
Una mirada dulce
“En un periodo en el que Sevilla sufría grandes calamidades y penurias, pues la peste de 1649 acabó con la mitad de la población de la ciudad, que pasó de 120.000 a 60.000 personas, el pueblo vio en las Vírgenes de Murillo una mirada dulce y compasiva que le reconfortaba por su sufrimiento”, comenta Valdivieso, quien describe al pintor como el creador de “una belleza perfecta en toda su corporeidad virginal y, al mismo tiempo, humana y espléndida”.
Debe de ser esa parte más terrenal la que vieron los franceses en las portentosas imágenes de sus Inmaculadas. “Las Vírgenes de Murillo, prototipo de mujer andaluza, se convirtieron en un mito erótico en Francia. Incluso la moderna George Sand le escribe celosa a su amante, Próspero Merimée, reprochándole que estuviese enamorado de la Inmaculada de Murillo”, comenta el artista Pedro G. Romero, quien, junto al historiador del arte Luis M. Montiel, es el comisario de la muestra Aplicación Murillo: materialismo, charitas y populismo, que se abrirá en junio de 2018.
“En su Estética, Hegel habla de Murillo como del primer artista moderno por sus cuadros de los niños mendigos, a los que dice que el artista aporta dignidad al pintarlos tan despreocupados como los dioses del Olimpo”, comentan Montiel y Romero.
El conjunto que Murillo realizó en plena madurez para la iglesia del convento de los Capuchinos de Sevilla, entre 1666 y 1670, puede admirarse siempre casi completo en el Museo de Bellas Artes (16 pinturas). Y la gran novedad es que la obra El jubileo de la Porciúncula, que pertenece al Wallraf-Richartz Museum de Colonia, ocupará el lugar preferente en el altar de la iglesia del museo, hoy sala de exposiciones, a partir del 28 de noviembre.
“El conjunto está considerado como una de las obras cumbre del artista. Murillo se revela como un auténtico maestro pintando alla prima [sin boceto premio], con mucha soltura. No usa el dibujo de contorno apretado, es el momento de las texturas, de la variedad en la pincelada, con una pintura ya muy vaporosa que augura el rococó”, explica Valme Muñoz, directora del Museo de Bellas Artes de Sevilla.
“Estamos restaurando la Porciúncula en la sala de la iglesia, a la vista del público a través de una ventana, y hemos conseguido el préstamo de la obra por 10 años, lo que brinda una oportunidad única de reunir uno de los ciclos pictóricos más significativos del Barroco español”, explica Muñoz.
“Lo peor que le ha ocurrido a Murillo es que el nacionalcatolicismo lo utilizó políticamente porque su pintura es muy directa y llega a las clases populares, y eso ha ido en menoscabo de su producción”, afirma Benito Navarrete, historiador del arte y comisario de la muestra Murillo y su estela en Sevilla, que se abrirá en el Espacio Santa Clara el próximo 5 de diciembre, en la que se analizará la repercusión de los modelos murillescos en discípulos e imitadores.
Guía
- Ayuntamiento de Sevilla.
- Oficina de turismo de Sevilla.
- Año Murillo.
- Museo de Bellas Artes de Sevilla (Plaza del Museo, 9).
- Museo Casa Murillo (Santa Teresa, 8).
Como anticipo, la Fundación Focus organizó en el hospital de los Venerables a principios de año Velázquez. Murillo. Sevilla, una muestra que fue comisariada por Gabriele Finaldi, actual director de la National Gallery de Londres y antes director adjunto del Museo del Prado. Se dice que Velázquez introdujo en la corte de Felipe IV a su paisano, 18 años más joven, pero de su encuentro no hay ninguna certeza. “Las fuentes dan por hecho que Velázquez y Murillo tuvieron una relación de cordial amistad. Documentalmente solo nos consta que Murillo hizo un viaje a Madrid en 1658. Personalmente, no dudo de que se conocieran en esta ocasión, siendo Murillo el pintor más famoso de Sevilla y Velázquez el de España, y lo más probable es que se admiraran”, afirma Finaldi. Y añade: “Lo más probable es que se conocieran desde antes de esa visita. Velázquez adquirió obras de arte para la colección real cuando viajó a Italia por encargo de Felipe IV. Pero no consta que el rey tuviera ninguna obra de Murillo”.
“Realmente Antonio Palomino [coetáneo de Murillo y autor de su biografía dentro del tratado El Parnaso español, pintoresco y laureado] dice haber oído que Carlos II al ver una Inmaculada de Murillo en Madrid quiso que fuese el pintor a servirle, y el artista, que vivía en Sevilla, se excusó diciendo que era ya muy mayor. Pero tampoco lo da por una información del todo cierta”, añade Finaldi.
Así que después de tanto análisis, aunque su vida siga siendo un misterio, nadie se atreverá a decir: “¿Murillo?, Sí, el de las estampitas de la comunión y las cajas de membrillo”.
Homenaje delicioso
Aunque se sabe muy poco de las costumbres y la vida cotidiana de Murillo, existe un fuerte vínculo entre su obra y la comida. Esos niños harapientos repartiéndose uvas y melón, la vendedora de frutas o la empanadilla que se zampan dos muchachos ante la vigilante mirada de su perro hacen pensar que al pintor le gustaba la buena mesa. Alternar los paseos por Sevilla en busca del rastro del artista con paradas en algunas de sus tabernas y restaurantes es también una excelente manera de rendirle homenaje.
Para comenzar el día
Para sentirse un parroquiano más, una opción puede ser un desayuno de los más tradicionales en la confitería La Campana (Sierpes, 1), un elegante local abierto desde 1885 con deliciosos dulces de hojaldre y crema, y con una terraza para disfrutarlos al aire libre. Otra opción es degustar los montaítos o las tostadas con aceite y tomate de Los Claveles (plaza de los Terceros, 15), un bar fundado en 1841. Una posibilidad más sofisticada es probar la bollería francesa que elaboran diariamente en La Crème de la Crème (Regina, 1), un luminoso local junto a Metrosol Parasol, la estructura del arquitecto Jürgen Mayer denominada popularmente Las Setas.
Reconfortante aperitivo
Las bodegas y tabernas antiguas, las de verdad, no las franquicias decoradas con cachivaches viejos, constituyen uno de los grandes atractivos de Sevilla. No hay que perderse una buena copa de vino en Casa Morales (García de Vinuesa, 11), entre antiguas tinajas de barro y en una barra desgastada por más de 150 años de uso, o en Casa Román (plaza de los Venerables, 1), que ubicada en el corazón del barrio de Santa Cruz es un clásico para degustar finas lonchas de jamón ibérico. Para confraternizar con los sevillanos, nada mejor que acudir a La Antigua Bodeguita (plaza del Salvador, 6), donde sus cañas se pueden disfrutar en un magnífico escenario: las escalinatas de la iglesia del Salvador.
Almuerzo con solera
Los viajeros primerizos tienen que pasar en algún momento por El Rinconcillo (Gerona, 40; +34 954 22 31 83), la taberna más antigua de Sevilla, abierta desde 1670 como bien explica la leyenda de un azulejo en su interior. Siguiendo la costumbre, los clientes habituales bromean con los recién llegados apostándose una copa si adivinan dónde está la errata en la inscripción. Además de un bar con solera y coloristas azulejos, el local tiene un restaurante en el primer piso con una cocina muy tradicional. Otro clásico, pero ya del siglo XX, es el restaurante Casa Robles (Álvarez Quintero, 58; 954 21 31 50), donde hay que probar los arroces caldosos (es famoso el de rabo de toro), o su carta de pescados y mariscos. Eslava (Eslava, 3; +34 954 90 65 68), con su concurrida barra y un coqueto restaurante, es también parada obligatoria. En el bar cuesta trabajo decidirse ante su sorprendente y suculenta lista de tapas, y en el restaurante se saborean productos de primera cocinados con mimo. Otra opción es Tradevo Centro (Cuesta del Rosario, 15; +34 854 80 74 24), un amplio espacio acristalado que se ha convertido en uno de los gastrobares con mayor tirón por su creativa oferta.
Relajada cena
La zona de la Alameda de Hércules es una buena opción para rematar la jornada gastronómica. Alta cocina en pequeñas porciones y una sabia selección de vinos andaluces es lo que ofrece La Fábrica de Besana Tapas (Correduría, 1; +34 954 37 62 00) en un atractivo espacio con mesas en el exterior. Maquila (Delgado, 4; +34 955 18 23 20) es fábrica de cerveza y restaurante, con porciones algo más generosas que una tapa y muy imaginativas combinaciones. Sin salir de la Alameda se encuentra La Mata (Mata, 24; +34 954 37 05 86), con una carta mediterránea en la que destacan algunos platos marroquíes como la pastela de pollo y un cuidado servicio. Otra posibilidad, en el castizo barrio de Triana, es visitar María Trifulca (Betis, s/n; +34 681 20 04 00), un nuevo restaurante sobre el río Guadalquivir que ocupa la que fue la última estación marítima de la ciudad y que ofrece cocina sevillana revisitada, además de una maravillosa vista de Sevilla junto al famoso puente de Triana.
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