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Londres desde la bici

Diez kilómetros de placentero paseo ciclista por el Regent’s Canal, del mercado de Candem al Victoria Park

Andrés Barba
Ciclistas junto a Regent's Canal, en Londres.
Ciclistas junto a Regent's Canal, en Londres. James Roy (Getty)

Lo bueno de algunos mundos paralelos es que en ellos se puede ir en bicicleta. Para entrar en la dimensión casi desconocida para el turista —pero totalmente integrada en la vida real— de los canales de Londres, basta situarse en Candem Station con una tarjeta de crédito y un saldo de dos libras, las que cuesta alquilar durante 24 horas una de las bicicletas del Banco Santander que están por toda la ciudad. Es difícil imaginar un programa más económico. Desde el mercado de Candem Lock se desciende directamente hasta el Regent’s Canal y desde allí se toma el paseo que —­salvo un breve fragmento a la altura de Islington— puede recorrerse hasta el Victoria Park en un trayecto de unos diez kilómetros.

Cruzar la descomunal ciudad de Londres con la sensación de estar dando un paseo campestre es una realidad muy cierta gracias a varias felices coincidencias. La primera de todas fue la rapidez con la que se aprobó en 1812 una ley que permitió unir con fines comerciales el Grand Junction Canal con el río Támesis; la segunda, que ese proyecto estuviera relacionado con el del príncipe regente (más tarde rey George IV) de remodelar la zona norte de la ciudad. A principios del siglo XX ya existía el canal, pero su uso comercial no tardó en quedar obsoleto: el transporte del carbón y el comercio con las Midland comenzó a hacerse por tren y carretera, y el canal se cerró definitivamente como ruta comercial y se nacionalizó en 1948. Desde entonces —y aunque desde el punto de vista técnico su única utilidad sea en la actualidad la de refrigerar los cables de alta tensión que transportan la energía de buena parte del suministro eléctrico de la ciudad—, el Regent’s Canal ha acabado cumpliendo una función muy distinta de la que previó para él John Nash cuando lo diseñó en 1911: la de convertirse en una de las vías alternativas al transporte público más importantes en la todopoderosa Londres.

Tal vez todo se deba a una cuestión muy sencilla: el canal hace que veamos la ciudad desde un lugar ­inédito —dos metros por debajo de los peatones—, junto al agua y a una velocidad de paseo, rodeados de vegetación y en un silencio a ratos casi inquietante en una ciudad como Londres. Casanova comentó una vez que, para saber si de verdad le gustaba una mujer, se agachaba ligeramente e intentaba mirarla desde 30 centímetros más abajo. Impertinente o no, el comentario contiene una verdad poderosa y reformulada en mil ocasiones: la de que al final todo es una mera cuestión de perspectiva.

Terraza del restaurante Filling Station, a orillas de Regent's Canal, en Londres.
Terraza del restaurante Filling Station, a orillas de Regent's Canal, en Londres.ED REEVE (Getty)

Cisnes, patos y casas barco

La primera impresión al pedalear junto a las aguas del Regent’s Canal desde Candem en dirección hacia el este es esa condición bipolar de la ciudad: de lo industrial a lo casi rústico, del pueblo a la metrópolis y de nuevo al pueblo o a la ruina industrial. El Candem Lock Market, con sus falsos puentes venecianos, se va haciendo cada vez más urbano e industrial, para entrar, poco a poco, en el idílico Islington. Y a medida que se va acostumbrando la mirada a ese nuevo Londres, se van perfilando con más claridad sus habitantes; los elegantes cisnes sospechosamente monógamos, los patos y las palomas en su encarnizada y sempiterna guerra por los restos del sándwich, los cuarentones urbanos tratando de rebajar las pintas de más…

En una larga hilera perfectamente organizada, y como en una cabalgata inmóvil, se suceden durante kilómetros cientos de narrowboats, unas barcazas alargadas que fueron diseñadas originalmente para transportar mercancías a lo largo del canal y que hoy funcionan como viviendas alternativas para muchos jóvenes que desisten del prohibitivo mercado inmobiliario inglés. Si es cierto el cliché de que se puede conocer a alguien con solo echar un vistazo a su armario, no lo es menos que se pueden aventurar muchas cosas con solo mirar la decoración y la pintura de esas barcazas. Muchas de ellas se han convertido también en prósperos negocios, como el célebre The Lighterman. ¿Quién iba a decir que una de las mejores librerías de segunda mano de Londres ya no estaba en Charing Cross, sino flotando sobre las tranquilas aguas del Regent’s Canal? Pues allí está.

Desde Islington hasta el impecable Victoria Park, el canal pasa constantemente junto a numerosos jardines y parques: Rosemary Gardens, Shoreditch Park, Haggerston Park, London Fields… Y sin perder en ningún momento su condición de ajeno a la velocidad del resto de la ciudad, a veces hasta se convierte en un viaje en el tiempo, como cuando transcurre junto a los restos de descomunales construcciones industriales que aún hoy siguen en pie a la altura de Mile End. Al pasar junto a ellos, todo parece convertirse en el escenario de una novela de Alan Sillitoe y la bicicleta se tiñe de ese mismo ­aire herrumbrado que se respira cada vez que se pasa bajo los puentes. H. G.Wells comentó en cierta ocasión que cada vez que veía a un adulto en bicicleta recuperaba la esperanza en el futuro de la raza humana. Tal vez un paseo por el Regent’s Canal no sea al fin y al cabo la más desaconsejable de las terapias.

Andrés Barba es autor de En presencia de un payaso (Anagrama, 2014).

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