Alfombras de tres dedos de grosor
Abu Dabi deslumbra y desconcierta. De los hoteles de lujo al circuito de fórmula 1 o el parque temático de Ferrari. Y de la playa a un jardín abierto hasta bien entrada la noche. Un día en la capital de los Emiratos Árabes Unidos
Podría ser una novela de Steinbeck: un pescador regresa a primera hora de la mañana con cuatro carpas al mugriento puerto de la ciudad pesquera de Abu Dabi, es el año de 1950. Las casas de los ricos se distinguen de las de los pobres solo porque las primeras son de adobe y las segundas están cubiertas por hojas de palma. No sabe aún —eso ocurrirá por primera vez en 1958 bajo el auspicio del jeque Zayed— que bajo ese páramo desierto se esconden el 9% de las reservas mundiales de petróleo y el 5% de las de gas natural. Hoy Abu Dabi es uno de los centros financieros más importantes del mundo, con un millón de habitantes, decenas de rascacielos, cientos de multinacionales, cuatro campos de golf en mitad del desierto, proyectos y hoteles faraónicos en cada esquina y una gran ciudad de la cultura proyectada para la isla de Saadiyat (1) que albergará a partir de 2017 nuevas sedes del Museo del Louvre y el Guggenheim a cargo de arquitectos y estudios de arquitectura tan relevantes como Jean Nouvel (el primero) y Frank O. Gehry (el segundo), además de otros proyectos firmados por Norman Foster, Zaha Hadid o Tadao Ando. Una bullente Babel por la que fluyen ríos de oro negro (y dorado) en la que Oriente y Occidente hacen el enésimo intento de darse la mano.
10.00 Primera visita, el Marina Mall
Para que se manifieste el inconfundible skyline de Abu Dabi hay que situarse en el complejo del Marina Mall. Donde el pescador de nuestra historia no pudo ver más que dos dunas, hoy se alzan las cinco Etihad Towers (2) como cinco descomunales plumas estilográficas. Tal vez baste ese perfil para dar cuenta de la importancia de una ciudad que es a la vez capital, sede del Gobierno de Emiratos Árabes y residencia de la familia real emiratí. Pero si la afilada presencia de las torres puede ser un mensaje de lo más elocuente, también lo es, junto a ellas, la suavizada silueta del hotel Emirates Palace (3).
10.30 ¿Hotel o casa del sultán?
En Abu Dabi los hoteles son como los palacios y catedrales de nuestras ciudades y el Emirates Palace es la meca oficial del lujo. El hotel se visita como la casa del sultán, con la boca abierta: piscinas internas, palmeras doradas, cúpulas deslumbrantes… El Emirates Palace es silencioso: la inmensa superficie está cubierta de una alfombra de tres dedos de espesor. Avisa desde el primer minuto que esta es una ciudad de contrastes el taxista paquistaní, que lleva trabajando 12 horas sin descanso por 150 dirhams (unos 30 euros) y que forma parte de la multitud de indios, bengalíes y paquistaníes que acuden a diario desde los asentamientos cercanos hasta la ciudad para trabajar en sus servicios y construcciones. Relata entusiasmado que la suite presidencial cuesta 15.000 euros la noche. Todo es un contraste en realidad: del calor tórrido a los gélidos aires acondicionados, las mujeres cubiertas con velo pero con zapatos de tacón y bolsos de Armani o Louis Vuitton… ¿Quién trata de parecerse a quién en el mundo del superlujo? ¿Intenta Oriente corroborar la idea apastichada que Occidente tiene de él, o es Occidente como el niño al que le relatan una simple fábula oriental ante la que se rinde, por ingenuidad, pero sobre todo por codicia?
11.30 La playa de la Corniche y Lulu Island
El agua es de un fascinante azul turquesa en la playa de la Corniche (4), y Lulu Island, que está frente a ella, le da un engañoso aire tropical a esta esquina del Golfo. A los mojitos, evidentemente, se les ha perdido el alcohol en algún punto del camino, pero el agua (como la nieve) tiene la maravillosa cualidad de convertir a todo el mundo en niño.
12.30 Belleza futurista
De camino hacia Yas Island (la isla artificial en la que se encuentra el Ferrari World 5, parque temático cuya estructura roja recuerda, a modo de chasis, las sinuosas líneas de los deportivos de la legendaria marca automovilística, y el parque acuático 6 de la ciudad), las refinerías de Abu Dabi dejan muy claro que hay ciertas cosas que no tienen por qué embellecerse. Pero el circuito de fórmula 1 de Abu Dabi (7) ideado por Hermann Tilke es de una belleza futurista y cautivadora. En noviembre, durante la carrera oficial de Abu Dabi, la avalancha es tal que los precios de algunos hoteles pueden llegar a decuplicarse. Se puede comer mirando al circuito, a precios prohibitivos, evidentemente, lo mejor de la gastronomía de cualquier lugar del mundo. Otra mentira con aire de encantamiento oriental: la de que se puede encontrar allí cualquier cosa. Pero se acepta con gusto.
18.30 Columnas de mármol blanco
Es bueno esperar a última hora de la tarde (y no ir en viernes, el único día festivo del mundo árabe) para visitar la impresionante mezquita (8) que Abu Dabi decidió construir en honor de su gran jeque Zayed, fallecido en 2004. Sobre una plataforma sobre el nivel del mar (la única manera de hacer el monumento visible desde gran parte de la ciudad) se alza esta enorme mezquita, una de las más grandes del mundo y desde luego también de las más majestuosas, recubierta en su totalidad de mármol blanco repujado con adornos florales. Ostenta algunos honores curiosos, como el de poseer en su interior la alfombra más grande del mundo. La gran mezquita es un lugar de veneración, sin duda, pero también una demostración fehaciente de poder y solvencia económica, el sitio donde se invierte lo que se es y lo que se desea proyectar sobre la mirada del otro, el eterno juego dialéctico que hay establecido entre Oriente y Occidente en Abu Dabi.
20.30 Conciertos en Al Mushrif
Cuando comienza a refrescar el calor de la jornada, los habitantes de la ciudad comienzan a dejarse ver a plena luz. Las motos de agua zumban de un lado a otro de los canales entre las islas y las familias se animan a dar un paseo por alguno de los parques. De entre todos ellos, el de Al Mushrif (9) tiene algo de particularmente agradable aparte del frescor: que es el elegido de los locales. Suele haber conciertos y lugares de encuentro, y, sobre todo, puede darse un agradable paseo a pie, algo que en una ciudad en la que el 99% de los transportes se hace en coche puede llegar a ser un verdadero alivio. Abierto hasta bien entrada la noche y con una mullida alfombra (esta vez de césped), uno puede tener allí tumbado una breve fantasía oriental, no demasiado lúbrica, eso sí, porque, “por respeto a las tradiciones locales”, se nos avisa en la puerta de que “está estrictamente prohibida cualquier muestra de afecto en público”. Con luna creciente hay que marcharse con las novias a otra parte, al menos en esta fascinante y contradictoria Abu Dabi.
Andrés Barba es autor de En presencia de un payaso (Anagrama, 2014).
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