Orquesta de nenúfares en Giverny
Los jardines esta localidad, a una hora de París, lucen estas semanas los colores que pintó Monet. Paisajes de un pintor horticultor que contribuyó a cambiar la historia del arte. Más la imprescindible visita a su casa y su museo
La primavera es la estación más generosa con Giverny. Enciende el paisaje arriba y abajo, hace fluir el caudal del Sena con parsimonia e ilumina el pueblo para construir un emporio natural y condenadamente bucólico. Giverny estará siempre ligado al impresionismo y, sobre todo, a Monet, el hombre que en 1874 presentó el cuadro Impresión, sol naciente y cambió la historia de la pintura. Su investigación había comenzado en su juventud como estudioso de la jardinería, “cuando era infeliz”, según dijo más tarde, “quizás le deba a las flores el haberme convertido en pintor”.
En 1873 tuvo un destacable jardín en su casa de Argenteuil, y en 1890, con dinero propio y otras cantidades que pidió prestadas a sus galeristas, compró Giverny, una propiedad a unos 50 kilómetros al noreste de París (lo que hace que esta sea una escapada fácil y luminosa). Hasta seis jardineros llegaron a trabajar con él en la plantación y el cuidado de 70 especies de árboles y flores, y allí vivió hasta su muerte, en 1926 (había nacido en París en 1840). En este proceso, la compra de una propiedad adyacente le facilitó la construcción de un estanque a imitación del jardín acuático de nenúfares que había visto en la Exposición Universal de París de 1889. Un estanque que ahora visitamos sobrecogidos pero también despreocupados en este bonito día, amantes del arte tratando de captar el lirismo, la atmósfera pastoral de un enclave del que Monet se sirvió para sus experimentaciones cromáticas una y otra vez.
10.00 Cuatro kilómetros en bici
Para llegar a Giverny (www.normandie-giverny.fr) desde París basta con acercarse a la estación de Saint-Lazare y tomar un tren de línea que va a Normandía, región idolatrada por los impresionistas. En poco más de una hora se llega a Vernon. Desde aquí hay dos opciones: tomar el autobús conectado con el tren o alquilar una bicicleta en el bar L’Arrivée de Giverny (1), a 14 euros el día, y recorrer los cuatro kilómetros de distancia disfrutando de un camino natural entre el verde del campo y el azul del cielo.
11.00 El hotel de los pintores
Giverny es un pueblo de 500 habitantes, idílico por la tranquilidad que transmite y por su ubicación privilegiada. Tiene una calle principal en la que está casi todo y que, obviamente, se llama Claude Monet. Es imposible perderse. Hay casi tantas galerías de arte como jardines. Ejemplo de conservación, no tiene ni un edificio que no dialogue con el paisaje. Enseguida resulta familiar. A ello contribuye el primer reclamo: el Ancien Hôtel Baudy (2) (www.restaurantbaudy.com; Rue Claude Monet, 81), una invitación al buen gusto. Es obligado un café en la terraza.
La fachada, con sus grandes ventanales y su piedra en tonos ocres, habla de historia. Seducidos por la cocina de Madame Baudy, Monet y su segunda mujer, Alice Hoschedé, se hicieron asiduos. Aquí ponían a prueba su capacidad gourmande. En poco tiempo, el hotel se convirtió en fonda de los colegas de Monet: Renoir, Cézanne, Rodin… En estos salones donde todavía cruje la madera del suelo, él y su íntimo amigo Georges Clemenceau pasaron largas horas conversando. También fue el hotel de los pintores americanos que vivían en París y que, al saber que Monet residía en Giverny, desembarcaban cada fin de semana: Sargent, Robinson, Butler o Watson.
12.00 Crepes salados en la terraza
En la misma calle principal se halla el Musée des Impressionnismes (3), que hasta el 3 de julio acoge la espléndida exposición Caillebotte, pintor y jardinero para rendir homenaje a Gustave Caillebotte, buen amigo de Monet, ambos ávidos horticultores que se escribían contándose sus particulares hallazgos en la construcción de viveros o en la hibridación de las plantas. Venerador de las dalias, las margaritas, los animales, los huertos, y mecenas de otros, Caillebotte (1848-1894) pasó desapercibido hasta que el centenario de su muerte lo restituyó como figura clave del grupo impresionista. Evocando su pasión vegetal se han reunido más de 80 obras. Para comer hay opciones como el mismo Hôtel Baudy (más caro) o el Terra Café (4) (vegetariano). Eso sí, la mejor terraza es la de La Musardière (5), carta francesa y estupenda lista de crepes salados elaborados con harina de trigo sarraceno.
14.00 El paraíso de las flores
Un tique a 18 euros permite visitar el Musée des Impressionnismes y la Casa y los jardines de Claude Monet (6), la estrella de Giverny. La recreación es deslumbrante. El viajero entra en sus salones y habitaciones para instalarse en la vida cotidiana de Monet y su familia. En todas las salas se admiran grabados japoneses originales, debilidad de Monet. El jardín es excesivo y a la vez minucioso. Dice Umberto Pasti que “un jardín se parece a quien lo ha concebido, refleja sus aspiraciones, sus habilidades y sus locuras. Un jardín no es un cuadro, está vivo, es un cuerpo que se transforma cada día. Sus alegrías y sus penas son las del amor”. Alegrías y penas vivió Monet en este jardín tan próspero y feliz, un espacio deslumbrante que nació como oasis de intimidad y como laberinto para la utopía en una Europa que se desbocaba en su proceso de industrialización (el auge de las sociedades de horticultura en el siglo XIX coincidía con la llegada de nuevas especies de Asia y América y la exploración de los híbridos).
Más allá se accede al estanque de nenúfares (7) y a los dos puentes japoneses: los que tanto pintó para captar la luz precisa (solo en 1899 creó 12 cuadros de un puente con los nenúfares flotando, y en 1909, cuando expuso 48 de sus paisajes acuáticos, un crítico dijo: “No más tierra, no más cielo, un ahora sin límites”). “Tardé en entender mis nenúfares”, escribió Monet. “Los cultivaba sin pensar en pintarlos, un paisaje no te cautiva en un día, pero de repente tuve la revelación de las maravillas del estanque y desde entonces no tuve más modelo”.
17.00 Sorpresa románica
Monumento histórico desde 2009, la iglesia de Sainte-Radegonde (8) casi pasa desapercibida entre tanta belleza natural. Su construcción se inició en el siglo XI y se alargó hasta el XVI, y destila en su ábside semicircular la fuerza del románico. Poco más arriba se halla el cementerio (9), donde está enterrado Monet junto a Alice y su hijo Jean. Georges Clemenceau estuvo presente en el entierro, el 5 de diciembre de 1926. Al retirar la tela negra que cubría el féretro, dijo: “Nada negro sobre Monet”.
19.00 Pedaleando al atardecer
Es hora de volver a Vernon. Sigue siendo un acierto pedalear con la tenue luz del atardecer, percibiendo el leve frescor del aire. Dejamos atrás el jardín de Giverny y su estanque, “vasto universo reflejado en un espejo de nenúfares como supernovas”, según escribió el crítico de arte Jonathan Jones sobre el Tríptico de los agapantos. Nos hemos escapado por un rato del mundo real para rememorar a Monet en su búsqueda de síntesis cromáticas, en su rapsodia de lilas persas, peonías, rosas, alhelíes, dalias y geranios. Un artista que resumió su vida así: “Aparte de como pintor y como jardinero, no soy bueno en nada”.
Use Lahoz es autor de la novela 'La estación perdida' (Alfaguara).
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