Capiteles de clorofila en Palencia
En el mágico claustro de San Andrés de Arroyo triunfan los motivos vegetales. Una ruta por el románico rural
Cada vez me gusta más España, aunque detesto su marca. Ratifico mi opinión en un viaje entre Palencia y Santander siguiendo la ruta de la montaña y el románico palentinos. Por la A-67 dejamos atrás la desviación a Frómista y Carrión de los Condes, que por sí solos merecen una visita demorada, y tomamos la salida 80 hacia Herrera y Cervera de Pisuerga. La carretera P-227 está jalonada por esas señales que colocan a un ciervo saltarín dentro de un triángulo rojo. Nuestra amiga Concha nos había advertido: “No vayáis muy temprano. Se os puede cruzar un jabalí”. No pasa nada y atravesamos brevísimos pueblos como Villabermudo. A un lado y otro, sembrados y amapolas, intuición del río por la masa verde, apelotonada, de los árboles, paisajes que podrían formar parte de una pintura del Renacimiento y, cada vez más presente, la montaña y sus escondidas joyas del románico. Amatistas dentro de la piedra.
Según Wikipedia, Moarves de Ojeda tiene 31 habitantes, pero Santos, el hombre que guarda la llave de San Juan Bautista, nos dice que serán entre nueve y 15. En el interior del templo se conserva una pila bautismal, un San Juan y dos vírgenes románicas: los lugareños sacaban a la intemperie a la Virgen del Nublo para amortiguar las tormentas.
En invierno dicen la misa en un cuartito situado en el extremo opuesto al altar, el único espacio que puede calentarse bien. Lo más sobresaliente de la iglesia de Moarves es su pórtico de Jesús rodeado de los doce apóstoles: las figuras de piedra anaranjada se organizan en un friso, hierático y detallista, sobre las arquivoltas ajedrezadas del arco de acceso al templo. El friso está protegido por un alero de madera. A poca distancia de Moarves encontramos el desvío hacia San Andrés del Arroyo. Más verdor. Más espesura. Parece que fuéramos al encuentro del Amado, pero lo que encontramos es una abadía cisterciense muy bien conservada por una congregación de 18 monjas, pulquérrimas y diligentes, que en cuanto te descuidas te venden un dulce.
Guía
Información
Comer y dormir
» Turismo de Palencia (www.palenciaturismo.es).
» Centro de Estudios del Románico (www.santamarialareal.org).
» Aguilar de Campoo (www.aguilardecampoo.com/turismo).
» Abadía de San Andrés (www.sanandresdearroyo.es).
» Hotel Valentín (www.hotelvalentin.com).
» Restaurante El Barón (www.restaurantebaron.com)
Las eficaces gestoras cobran tres euros por abrir el claustro. Nos lo muestra una hermana, un poco sorda, que nos va señalando sus peculiaridades: los contrafuertes de castillos y leones; los capiteles con motivos vegetales, propios del Cister, concebidos así para no distraer de la oración con los relatos y horrores de otros capiteles; en una esquina, el maravilloso capitel trepanado con el fuste recorrido por figuras geométricas y flores; la sala capitular con el sepulcro de doña Mencía, la fundadora, y una imagen de San Andrés atribuida a la escuela del Maestro Mateo; el arco de dientes de sierra que da acceso al coro; las hebras irregulares de la celosía de la fuente románica con influencia árabe; la fuente central, mudéjar, un lavatorio para las abluciones, que fue traída por Pedro I El cruel. La monja nos enseña la peculiar perspectiva del claustro entre los fustes dobles de sus capiteles: luz, regularidad vacilante, sensación diáfana en la estrechez. Los palentinos traen aquí a sus parientes foráneos. Cuando entramos, acaba de salir una multitudinaria excursión de la Universidad Popular de Palencia. El claustro es motivo de orgullo.
Otra localidad merecedora de una visita larga es Aguilar de Campoo. Aquí está la fundación Santa María La Real Centro de Estudios del Románico, impulsada por Peridis, y el convento de Santa María La Real, que alberga entre sus muros, entre otras cosas, un instituto. Chechu, uno de sus profesores, nos habla del respeto de los estudiantes, que son conscientes de estar habitando un monumento vivo. No hay que perderse el castillo; la ermita de Santa Cecilia con su estilizada torre; y su extensa plaza Mayor donde destaca la colegiata de San Miguel y son admirables las fachadas con solanas y galerías corridas de vidrieras blancas. Aguilar es un catálogo arquitectónico que abarca desde el medievo hasta la arquitectura industrial, pasando por algunas muestras relevantes de modernismo. Tanto en Valentín, que también es hotel, como en El Barón, se come espléndidamente: puerros con vinagreta, morcilla, rodaballo al horno.
El pueblo huele a galletas y en la ribera del Pisuerga hay bares y terrazas para tapear y tomar un vino. Pero para disfrutar de Aguilar de Campoo hay que desviarse de la P-227, donde nos esperan Santa Ifigenia y San Pelayo. La Dehesa de Montejo, con sus plataformas y bulbos pétreos, enmarca el camino hacia Cervera de Pisuerga y su parador. Las vistas sobrecogen: pantano de Ruesga, pico de Almonga, collado del Brezal, valle de Tosande, el Espiguete y el Curavacas con sus 2.525 metros de altitud. Un empleado del establecimiento me comenta que él ha subido a todos los picos. El lugar también es un gozo para los senderistas. Después de un paseo —o de una cerveza en la terraza disfrutando de las vistas—, recomendamos degustar la menestra palentina y la ternera de Cervera. Tierna y sabrosa.
Hacia Potes la carretera se parece a una cuerda metida en un bolsillo, pero es obligada la parada en la Colegiata de San Salvador de Cantamuda, que se distingue por su juego de volúmenes, la elevada espadaña, el equilibrio geométrico entre líneas curvas y rectas. Otro día iremos más allá, hacia el norte, y nos detendremos en las bellezas de Cabezón de Liébana, Frama, en el apabullante paisaje del parque nacional de Picos de Europa, en el Deva salmonero que va pespunteando una vía que no puede ser ni más hermosa ni más amena.
Marta Sanz es autora de la novela Farándula, premio Herralde 2015
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