Verde Azores
Un destino portugués a 1.566 kilómetros de Lisboa. Volcanes, lagos termales y cetáceos a la vista. Ecoturismo en nueve islas
Está todo lleno! ¡Está todo sucio!”. La açoriana Margarida se disculpa ante el turista por, a su juicio, el estado lamentable en que se encuentra su tierra. “¡Esto es un infierno!”. Dígame, buena señora, dónde hay que pecar para no salir de este infierno de hortensias azules, de cráteres verdes, de piscinas naturales y aguas termales, de laberintos de piedra negra, iglesias de basalto y cal, delfines amarillos y panes de azúcar y sal. No hay destino más natural en Europa, según la red de destinos verdes Green Destinations. No hay infierno más verde ni más limpio que estas nueve islas del Atlántico a medio camino entre Europa y América: las Azores.
El avión low cost descarga en Ponta Delgada, la capital de San Miguel, la isla más grande y más poblada del archipiélago. El Açoriano Oriental, el periódico más antiguo de Portugal (1835), cuenta que el turismo ha aumentado un 20% y que los restaurantes triplican los ingresos desde el inicio, en marzo, de vuelos baratos.
Jorge no ve aglomeración alguna. Es el dueño de Cantinho do Cais, uno de esos restaurantes donde jamás entraría un turista. Está en medio de una carretera de Sao Bras y es vulgar en su estética, con sus mesas publicitarias, como si los vecinos quisieran guardar el secreto de Cristina. De sus fogones sale pan de sertá recién hecho a la cazuela, que no en horno, con sal y azúcar; y luego una sopa de pescado deliciosa y una abrotea inolvidable, como si fuera ventresca de atún de la cabeza a la cola, rematados con exquisitas queijadas de leite hechas al momento, y una factura por debajo de una ración de palomitas de cine.
El Cantinho queda cerca de la playa de Santa Bárbara, la mejor de la costa norte de la isla, de arena negra y fina, bajo un acantilado donde se esconde el Eco Beach Resort, un ejemplo de que se puede construir con gusto y en armonía con la naturaleza. Costeando se llega a la villa de Rabo de Peixe (cola de pez). Tan sugerente nombre esconde, realmente, la comunidad más pobre de toda la Unión Europea. Su barrio pesquero cuenta con un puerto con instalaciones que ya quisiera más de un pueblo japonés.
Pero que no se asusten los miquelenses, porque su futuro no será de sol y playa, o al menos no solo eso. Es imprescindible también el chubasquero y buen calzado para andar de arriba abajo. Si hay nubes, nada como Caloura, en el sur, para coger el mejor microclima de la isla. Con cielo raso hay que correr hasta el mirador de Sete Cidades y su imponente visión sobre lagos de diferentes colores, y enfilar alguna de las rutas de senderismo que bordean lagunas y volcanes dormidos.
Los caminos, más que forestales, son florales. Cuesta creer que cuando llegaron los primeros portugueses, en 1427, aquí hubiera poco; ni un indígena ni un animal, más allá de algún murciélago, dicen, pero tampoco nada de la flora que ha convertido hoy al archipiélago en un jardín de colores. Cuando el escritor Raul Brandao visitó el archipiélago en 1924, identificó cada isla con un color. San Jorge, castaña, por la luz que reflejan sus rocas; Terceira, lila, por las glicineas; Santa María, amarilla, por su vegetación en verano; Graciosa, blanca, por sus rocas; Flores, rosa, por sus azaleas; Corvo, la más lejana y solitaria, un punto negro bañado de lava, la negra. San Miguel es la isla verde.
Es irresistible bajar al Lago do Fogo, en el centro de San Miguel, para bañarse en sus aguas mansas y templadas. Pero no se puede dejar la isla sin sufrir sus desfiladeros de sube y baja, y llegar a las Furnas, donde, haga frío o calor, nieble o solee, hay que zambullirse en las aguas termales y chocolatosas de Terra Nostra, de día o de noche, entre la bruma vaporosa y gigantescas araucarias que nos hacen sentirnos únicos. Después de eso ya podemos cambiar de isla.
Llegada a Pico
“A medida que el barco se acerca, la isla del Pico”, escribe Brandao, “me parece un puro torrezno. Es una imagen gris que me da miedo”. Brandao tuvo un mal día, porque desde el avión Pico es luz y claridad, pero, es cierto, aquí predomina el color ceniciento, aunque entre su lava negra destaca el verde de sus viñas, encorsetadas en muros negros, laberínticos, corralito dentro de otro corralito con la vid en el centro del laberinto, origen de un vino blanco exquisito. Las casas son de piedra basáltica negra, con una pincelada en rojo en puertas y ventanas, lo que da señorío a cualquier humilde casita.
Los italianos Fabio y Federica cayeron enamorados de la isla hace unos años. Abandonaron sus trabajos en Microsoft y crearon Alma Do Pico, unas cabañas que miran por un lado al monte que da nombre a la isla, el más alto de Portugal, y por el otro al mar. Federica es feliz y Fabio cocina un tiramisú de cuento.
Antes que ellos llegó Serge. Pronto cumplirá 30 años en Pico. Se instaló en Lajes, sobre las cenizas de la primera industria del pueblo, la caza de ballenas. Hoy dirige Espaço Talassa, para observarlas, y crea decenas de empleos, como el de Zé y Marcelo. De nueve a cinco, se turnan en la torre de Queimada, levantada en los años treinta para avistar ballenas. La torre cerró cuando se acabó la caza de ballenas en 1984, y la reabrió el emprendedor francés con el mismo fin pero distinto objetivo. Hoy hay en la isla más vigías de ballenas que en tiempos de su caza. Los prismáticos de Zé dominan 80 kilómetros en un radio de 200 grados. Ellos guían por radio a los barcos con sus turistas, advierten de delfines, ballenas y cachalotes, pues por estas aguas pasa un tercio de todas las especies de cetáceos.
Hortensias en Faial
Desde Madalena sale el ferry hacia la marina de Horta, en la isla de Faial. Este puerto es el preferido por los veleros, de camino a una u otra orilla del Atlántico. Primero fue para descansar y reparar el barco; y después se convirtió en escenario de un ritual aventurero. El lobo marino echa mano de sprays y pinta en el suelo del muelle, con más o menos gracia, su mensaje para la posteridad; luego, si el estómago lo pide, se pasa por el bar de Peter, que ni se llama así ni hay ningún Peter. El dueño se llama José Henrique y su bar Café Sport, que existe de 1918. Lo de Peter comienza cuando un oficial británico con saudade le pidió al dueño del bar, José, permiso para llamarle Peter, pues su cara le recordaba a la de su hijo, que había dejado en Inglaterra. Y como Peter se quedó.
Si en Pico los campos se cercaban con piedras volcánicas, en Faial se separan con racimos de hortensias. No debe haber lugar en el mundo donde los pastos de las vacas se delimiten con tanto primor. En Faial, el riesgo es colisionar con una hortensia. La autoridad debería plantar señales de tráfico, con un capullo en el centro, advirtiendo del peligro, pues en Faial las hortensias se cruzan en las carreteras, saltan del campo para comerse el asfalto, y tienen que ser cercenadas a hoz y cuchillo, como una plaga caída del cielo. Finalmente, la señora miquelense va a tener razón. Azores es un infierno, aunque verde, y con plagas celestiales, en forma de hortensias depredadoras; porque sí, en las Azores, la belleza es endémica.
Imprescindibles
1. Saborear las cracas
2. Bañarse en la laguna termal de Terra Nostra
3. Visitar el Santuario de la Esperanza
4. Caminar entre los cráteres de Sete Cidades
5. Observar cachalotes
6. Nadar en piscinas naturales
7. Pasear por el volcán de Capelinhos
8. Conducir por la carretera del Nordeste
9. Beber el único té europeo
Las lapas a la parrilla son una curiosidad. El cavaco, como una langosta de delicioso toque dulzón, es un capricho. Pero las cracas son una experiencia singular. Es un crustáceo que vive en colonias y se disfraza de roca. Parecen y pesan como rocas, pero en sus orificios se esconde un manjar de sabores confusos, entre cangrejo, percebe y caracol. Exquisito. Hay que extraer la carne con paciencia para no quedarse sin nada. Es un crustáceo abundante en cualquier mar, pero como hay más piedra que chicha, y cuesta arrancarlo, raramente llega a las mesas de los restaurantes. En Azores, sí. Muy recomendable el Cais 20, en San Miguel.
Seis euros dan acceso, en San Miguel, a un lago de aguas termales, ferrosas, de café con leche, que tiñen bañadores, piel y pelo. Una sensación única entre árboles gigantescos. El jardín de 12 hectáreas, de 1775, es único en el mundo.
Un monumento singular en Ponta Delgada (San Miguel), con sus paneles de azulejos del siglo XVIII, la imagen del Cristo, revestido de joyas acumuladas desde hace tres siglos, y su capilla de coro bajo.
Si no hay nubes en las alturas, hay que salir inmediatamente hacia el mirador de Vista del Rey, en San Miguel. Su caldera volcánica alberga dos grandes lagos, uno verde y otro azul, según la luz. El sendero se sigue entre paredes de hortensias.
En 1987 se dejaron de cazar ballenas en Azores. Dos años después, Serge Viallelle y Alexandra Telles crearon Espaço Talassa, en Lajes de Pico, el mejor centro de observación de cetáceos del archipiélago, donde, además, se aprende, se come y se duerme bien.
El origen volcánico, con su placas de lava hasta el mar, facilitó la creación de piscinas naturales que, además, al escudarse entre las rocas tienen el agua más templada.
En 1957 comenzó la erupción de un volcán submarino en Faial, que añadió 2,4 kilómetros a la isla pero también llenó de lava los campos, lo que obligó a una masiva emigración de los vecinos. No perderse el centro de interpretación: parquesnaturais.azores.gov.pt
Tan tortuosa como sobrecogedora, la ruta conduce a la parte más olvidada de la isla de San Miguel, de Nordeste a Povoaçao, una locura de exuberantes desfiladeros y cascadas de una belleza inacabable.
En las lomas de Gorreana (San Miguel) crecen las únicas plantaciones de té de Europa. Una curiosidad, con buenas vistas y visita didáctica a la fábrica.
Guía
Información
- Localización. En medio del Atlántico, a unos 1.500 kilómetros de Lisboa y 3.380 de Nueva York, el archipiélago de las Azores lo componen nueve islas: el grupo oriental (Santa María y San Miguel); el central (Terceira, Pico, Graciosa, San Jorge y Faial) y el occidental (Flores y Corvo).
- Cómo llegar. Hay vuelos directos a San Miguel y Terceira desde Madrid, Barcelona y Canarias, aunque las mejores conexiones, por variedad y precio, son desde Lisboa. Dependiendo de la antelación de la compra y el mes, los precios pueden bascular entre los 45 euros y los 500 ida y vuelta. Entre islas a veces es más práctico el barco.
- Oficinas de turismo. En cada isla hay centros de información que proporcionan mapas, guías y trayectos para rutas a pie según tiempo y dificultad. Todo gratis. Para un viaje literario, el clásico 'As ilhas desconhecidas', de Raul Brandao (1926).
- Cómo moverse. Indispensable alquilar coche si se quiere disfrutar de las islas.
- Dónde hospedarse. La red de casas azorianas es un buen recurso, y económico, pero como es habitual en el turismo rural hay que acertar (www.casasacorianas.com). En la Ribeira Grande de San Miguel destaca Casa das Calhetas (www.casadascalhetas.com), 90 euros la habitación doble con desayuno. Si hay que darse un capricho, en las Furnas, Terra Nostra Garden Hotel (www.bensaude.pt).
- Cómo vestir. Importantísimo. Se dice que en un día en las Azores se conocen las cuatro estaciones del año; quizás, en verano, solo sean tres. Es muy recomendable llevar a mano jersey, chubasquero, zapatillas para andar, bañador y toalla.
- El clima. Muy cambiante en un día, pero también según la situación geográfica (norte o sur) y la altura. Subir 200 metros puede significar pasar de bañarse con cielo raso a conducir entre una espesa niebla. En invierno la media es de 13 grados de temperatura y en verano de 23.
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