Pequeño capricho

El mundo en un hotel se entiende cuando se quiere expresar el glamour de siete habitaciones con letra capital: Nueva York, París, Tokio, Estocolmo, Bali, Nairobi, Siena. Falta precisar lo minúsculo de este orbe turístico, no solamente dada su escasa capacidad de alojamiento, sino también por las estrecheces con que uno se desenvuelve dentro, en los escuetos espacios del vestíbulo-recepción-comedor, en la angosta escalera que conduce a los habitáculos del sótano y en la reducida capacidad de maniobra que permiten sus dormitorios. Es, como su propio título hace ver, un petit hotel de texturas familiares y caseras en un emplazamiento privilegiado de Santander, a pocos metros de las playas y el casino del Sardinero.

Michele Lamarucciola y Pilar Álvarez se conjuraron con la literatura de viajes para sacarle partido al reducido edificio e imponer en sus apretados bandullos un ambiente estiloso, casi extraído de un muestrario de decoración, en tonos neutros y mucho guiño de rotulista. El comedor de desayunos aprovecha un recodo junto a la entrada, decorado esencialmente con la cartografía de las habitaciones y su localización geográfica UTM. Ese grafismo cobra nuevo protagonismo en los rellanos de las escaleras para indicar hacia dónde debe dirigirse el huésped tras cumplimentar el registro, afortunadamente rápido cuando Michele Lamarucciola está avisado de la llegada.

Apenas hay lugar para dejar las maletas en las habitaciones de abajo. Siena y Nairobi huelen bien, pese a su claustrofóbico emplazamiento. Entra luz natural a través de sus cortinajes, mientras el suelo de madera y una alfombra mullida absorben bien los ruidos y la humedad. Lástima que el extractor del baño rompa esa regla con su frenético estruendo. Tampoco el desabrigo de las camas aporta la comodidad esperada, aunque es fácilmente subsanable con la ayuda de una manta. Otra ausencia es esa botella de agua prescrita por todos los médicos para un despertar salutífero.

A ras de calle, Bali suma a su buen gusto ornamental el olor de la madera de teca, referente indispensable de la isla en el mobiliario. Estocolmo, en la misma planta, cumple con el catecismo escandinavo del mobiliario funcional. Arriba, con vistas y algo más de espacio, se localizan las tres restantes piezas. Tokio, minimalista. New York, cosmopolita. Y la más romántica, un punto cursilona, con muebles estilo Luis XV… París.

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