Los blancos acantilados de Dover
Junto a la ciudad inglesa, uno de los puertos más ajetreados de Europa, se asienta uno de los símbolos de Reino Unido
“Habrá azulejos sobre los acantilados blancos de Dovermañana, solo espera y veráshabrá amor y risay paz incluso despuésmañana, cuando el mundo sea libre."
Así entonaba la cantante británica Vera Lynn en 1941. Con esta canción, los acantilados de Dover se convertían en un alegato a la paz, en un bandera de aquellos soldados que participaron en la II Guerra Mundial y que volvían a casa.
La vista que contemplaron los que lucharon en el conflicto no dista mucho de la que se puede observar ahora si se alcanza Inglaterra a bordo de un crucero desde el Canal de la Mancha. Desafiantes, los acantilados se alzan como una muralla blanca de más de 100 metros de altura, cubriendo una distancia de casi 8 kilómetros por la costa del condado de Kent. Su componente geológico, la creta, otorga ese color característico a esta pared caliza que es hoy una de las principales atracciones para el visitante que desea pasar un día al aire libre en el sureste inglés.
La National Trust británica se encarga de la conservación de este icónico tramo de litoral y ofrece diversas rutas de senderismo que permiten recorrer, además, el pasado histórico de uno de los puntos estratégicos en la defensa del Reino Unido.
El centro de visitantes, reminiscencia de la antigua prisión de Langdon que cerró sus puertas en 1896, es el punto de partida habitual para pasear por estos acantilados; hay varias rutas de diferente duración, según el tiempo del que se disponga. Hay quien simplemente se sienta a respirar el aire fresco mientras contempla la atareada rutina de la costa de Dover, que alberga el segundo puerto de cruceros más concurrido del país.
Muchas familias acuden con los más pequeños para disfrutar del panorama y hacer un pic-nic frente al mar, mientras que otros visitantes dan un paseo hasta el mirador, una de las rutas más cortas, para tomar fotografías y contemplar una vista que supera los 30 kilómetros de distancia cuando el día está despejado.
Con algo más de tiempo existe la posibilidad de cabalgar sobre la ondulada superficie de los acantilados por el camino que lleva al faro de South Foreland, otra insignia histórica. A algo menos de una hora desde el centro de visitantes, este faro victoriano construido en 1843 se convirtió en el primero en funcionar mediante electricidad en todo el mundo, dejando en desuso las viejas lámparas de aceite. El South Foreland, que alertaba de las peligrosas Goodwin Sands, un enorme banco de arena situado paralelo a la costa, dejó de alumbrar el Canal de la Mancha en 1988 y se abrió al público dos años más tarde para acoger visitas guiadas por poco más de 6 euros. Conviene, eso sí, revisar antes los horarios, pues varían durante todo el año.
Las viviendas de los fareros acogen hoy el salón de té de la señora Knott y una casita que puede ser alquilada. La familia Knott guardó el faro durante cinco generaciones y su residencia es ahora un establecimiento coqueto donde se puede tomar el tradicional cream tea acompañado de bollitos caseros con nata y mermelada; la mejor manera de reponer fuerzas en un lugar que nos devuelve a los años 50 y donde destacan la gramola con música de época, el croché y la vajilla de porcelana como señas de identidad.
Además de ser el primer faro eléctrico, la leyenda histórica de South Foreland incluye también la recepción de la primera conexión telegráfica internacional, realizada por el ingeniero italiano Guillermo Marconi desde la localidad francesa de Wimereux, el 27 de marzo de 1899.
Si el tiempo acompaña, este agradable sendero para pasear permite familiarizarse con la flora y fauna de la zona. A mitad de recorrido se encuentra la bahía de Fan, que deja ver durante la marea baja el armazón del navío SS Falcon, incendiado en 1926. En esa misma bahía se desarrolla un proyecto arqueológico que ofrecerá al visitante un viaje a los vestigios de las dos guerras mundiales, y que incluye los restos de unos enormes espejos acústicos, voluminosas estructuras de cemento que potenciaban la recepción del sonido provocado por la aviación alemana durante la guerra y permitía, en aquellos tiempos previos a la invención del radar, prevenir los ataques aéreos.
Los acantilados de Dover marcaron el frente de batalla en territorio británico durante los dos conflictos mundiales y en sus entrañas existe una red de túneles que llegan hasta el refugio de la bahía de Fan. Construido entre 1940 y 1941, el búnker protegía del fuego enemigo a los soldados apostados en la cima. La National Trust prevé abrir los túneles en 2015 y otorgar otra excusa para visitar el emblemático paraje.
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