Una catedral para Mary Pickford

Con 47 años, el diseñador estadounidense y cofundador de la cadena de hoteles Ace, Alex Calderwood, falleció el pasado mes de noviembre en plena construcción de su último proyecto en Los Ángeles. Tan solo unos meses después de este episodio tan inesperado como inquietante para el futuro de la firma, se inaugura el Ace Hotel Downtown sobre un edificio histórico del South Broadway, rodeado de hitos arquitectónicos donde se han rodado algunas de las películas más taquilleras de la historia de Hollywood.

La anterior propietaria fue la productora cinematográfica United Artists, que inauguró aquí un teatro en 1927. Otra parte del edificio lo ocupaban las oficinas centrales de Texaco.

El arquitecto que proyectó el teatro, C. Howard Crane, se había inspirado en la catedral de Segovia, que era el monumento histórico favorito de la entonces influyente actriz Mary Pickford. Los retratos de Douglas Fairbanks y Charlie Chaplin decoraban el proscenio del teatro, encajado en el patio del inmueble. Fue este pastiche gótico el que sedujo a Calderwood y le motivó para aprovechar el edificio y convertirlo en un hotel escenográfico.

La fachada del nuevo hotel tiene algo de Metrópolis, la película cumbre de Fritz Lang. Sus interiores todavía destilan los fotogramas del cine mudo, y algo de los sueños de Rudolph Schindler, las visiones de Le Corbusier y los andares cimbreantes de Gloria Swanson.

Un programa de conciertos, estrenos cinematográficos y proyecciones especiales encuentra su expresión más glamurosa en estos espacios. El interiorista Román Alonso, de origen venezolano, descubrió en ellos, bajo su piel gótica, un paisaje brutalista de hormigón interesante para despojar al mobiliario de todo ornamento. Las linternas de Noguchi y las sillas de Prouvé se suman a la fiesta minimalista.

Además del teatro —¡1.600 butacas!—, la azotea está inspirada en la piscina tejana de Donald Judd, por quien Calderwood sentía predilección. Lo que buscó en esta obra meticulosa de reconstrucción, señala Alonso, quizá tenía que ver con su propia mitomanía peliculera. Un concepto fabril de las emociones que hoy acoge a irreductibles devotos del séptimo arte.

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