Tenores que cantan a las verduras
Los mercados de Vucciria, Il Capo y Ballarò brindan un espectáculo digno de una ópera. Pero la gran sorpresa espera en Monreale, con su espléndido ‘duomo’. Un día ajetreado en la ciudad siciliana
Barroca, borbónica, bufa, mafiosa, la ciudad de Palermo acoge a todos con generosa hospitalidad y la mirada impasible de una mula. Mientras los turistas siguen el plan y se embadurnan de polvo de estuco y el brillo del oro bizantino, nosotros intentamos escaparnos por la puerta trasera. Pero es imposible. En Palermo todo está relacionado, las calles sospechosas del barrio de Il Capo y la exquisitez embalsamada del palacio Gangi.
9.00 Café en Mondello
El monte Pellegrino da la espalda a la playa de Mondello (1). Palermo empieza aquí siendo balneario y arena, un casino entrando en el mar. Panormos, el antiguo nombre de la ciudad, me dice mi amigo Alessandro, llegado a Palermo a los 40 días de nacer mientras los americanos invadían Sicilia con la ayuda de Lucky Luciano, significa “todo puerto”. Ante unos pani c’a meusa, pan relleno de bazo frito, a los que siguen cannoli rellenos de ricota o quizá un helado, miramos las aguas quietas de la bahía. Y luego entramos en la ciudad por la puerta grande, los jardines de la Favorita (2). Esta zona sobrevivió mejor que Bagheria (3), en el flanco oriental de Palermo, la especulación. Todavía se ven hermosas villas, un arrabal elegante que se desvanece en el retrovisor.
10.30 En carroza
Ya estamos en el meollo, los Quattro Canti (4) de la Via Maqueda esquina a Vittorio Emanuele. Vamos en carroza, turistas como reyes de Palermo. En un grupo de cuatro, la vuelta de una hora y pico en calesa sale a 10 euros por cabeza. Tiene la ventaja de que sorteamos el tráfico egoísta al ritmo de los cascos del caballo y escuchamos las explicaciones descabelladas del cochero sobre los mafiosi, los gatopardos y otras faunas. Los caballos son tan católicos como las beatas y se paran en cualquier pórtico de iglesia. Es mejor entrar en contacto con el clero palermitano desde fuera, trotando.
12.00 Santos lugares
Alessandro ha querido empezar nuestro tour en Mondello, adonde iba con su familia a bañarse aquellos nostálgicos veranos. Y ahora, atravesando el tráfico espeso, llegamos a la explanada desierta donde hay un edificio que parece un espejismo, la Zisa (5). Pertenece a la Regione, mientras el jardín delantero a la Comune, y ambos se ignoran, han construido un muro. Alucinante visita al desnudo palacio árabe. Estamos en África. Y de allí vamos a visitar a la parca en el convento de los Capuchinos (6). Tres euros por ver las sonrisas desencajadas, tantas momias vestidas de carnaval. Cómo se ríen de nosotros esas calaveras. Una voz resuena en las catacumbas diciendo que no hagan fotos, que todos vamos a morir. Una boda está a punto de empezar en la iglesia del convento. Los hombres besan a los hombres dos veces, y a las mujeres, una sola vez.
13.30 Parada y fonda
En la Trattoria Lo Bianco, cercana al teatro Massimo (7), delirio de grandeza siciliana, damos buena cuenta de la caponata con pez espada y unos soberbios penne a la Norma. Un amigo de Alessandro, Francesco, nos acompaña. Hablamos de cómo la Cosa Nostra se ha adaptado a las circunstancias. En el estadio del Palermo, pancartas enormes ruegan: “Mafia, danos trabajo”. Y sus ejecutivos gestionan la crisis con guante blanco, sin manchas visibles de sangre. Tomamos el café en el bar del Hotel delle Palme (8). Aquí se celebraban las cumbres mafiosas en los años cincuenta y sesenta. Auténticos congresos eucarísticos que congregaban la flor y nata americana con los capos de la isla. El mismo Luciano y los legendarios Galante, Vitale, Joe Bananas, todos ellos se besaban tres veces en una suite del primer piso, donde Richard Wagner compuso el mejor acto de Parsifal. Después bajamos la elegante Via Ruggero Settimo.
15.00 Compras
Hay muchas iglesias en Palermo, quizá demasiadas. Giacomo Serpotta trabajó a destajo en sus vívidos estucos femeninos. Vemos los oratorios del Rosario (9) (con pinturas de Van Dyck) y Santa Cita (10); San Cataldo (11), con boda en marcha; los templos de franciscanos y teatinos, sin dejar San Salvatore (12), una iglesia de ópera, con planta oval y palcos, donde vimos otra boda. Los varones de Palermo o se están casando o asistiendo a una boda, o un funeral (que son por la mañana), o sentados en sillas de fórmica en los mercados. Todos dicen que la legendaria Vucciria ya no es lo que fue. Ahora hay que ir a Ballarò (13), y los más osados irán al mercado que se disemina en el barrio de Il Capo. En el primero se pueden encontrar enormes peces con las espadas en alto, tenores que cantan a las carnes y las verduras. Cuidado con el cambio, los tenderos son funámbulos de la aritmética.
17.00 Un helado de pistacho
Dos plazas ineludibles: la Pretoria (14), en la que apenas cabe la enorme fuente, y la Piazza Marina, mucho más grande y ocupada por gigantescos árboles tropicales. En un costado de esta última se encuentra el palacio Steri (15), donde estuvo la Inquisición. Vemos los grafitis que dejaron los prisioneros en los calabozos, pintados con las uñas usando tinta de fango arrebatada al pavimento. Allí tienen un cuadro de Renato Guttuso que representa la Vucciria en sus buenos tiempos. Aunque veloz, una visita al cercano palacio Abatellis (16) y su galería de arte. Luego sorbemos el helado de pistacho de la Gelateria Ilardo (17) sintiendo el aire del mar.
18.00 Mosaicos brillantes
De Mondello a Monreale: dos puntos cardinales de Palermo. Bagheria, donde los nobles hacían sus vacaciones en otro tiempo, para otra ocasión. Al entrar en el duomo de Monreale (18), uno olvida cualquier otro templo cristiano. Representa el eslabón perdido, la alegre fusión de Oriente y Occidente. Mosaicos insuperables. Una explosión de oro e imágenes compuestas como un puzle en la parte superior y una sencilla abstracción mahometana abajo. Y en el ábside, la mirada enorme, interrogadora, del Cristo Pantocrátor. Vemos el claustro a todo correr porque están a punto de cerrar. En Monreale, uno estaría mucho tiempo buscando detalles, contando los trocitos de piedras pegadas con cierto ángulo para que brillen más, mientras olvidas para qué fueron construidos, pues ya no importa.
20.00 Movida palermitana
Pizzeria Italia (19), cerca de la Piazza Verdi. En Palermo dicen que solo hay una pizza verdadera, la napolitana que se hace en Sicilia. Lo demás son variaciones impertinentes. Y aquí es el santuario de la invención culinaria mejor aprovechada del mundo. Ante esas piezas simples y perfectas discutimos sobre la nueva ordenanza antimovida. Tiene la ventaja que la fiesta empieza más pronto que antes. Y así Francesco, el más joven de los tres, nos lleva a Agricantus, la Piazza Sant’Anna y el delirio nocturno de Ballarò. Son más de las tres cuando me dejan en el Hotel des Palmes, donde ya Luciano y Wagner se han ido a dormir.
» José Luis de Juan es autor de la novela Sobre ascuas.
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