¿Dulcinea de Dolcinio?
Los habitantes de Ulcinj, la antigua Dolcinio, una bonita ciudad costera de Montenegro, aseguran que Miguel de Cervantes estuvo allí cautivo y enamorado
"No creo que sea una leyenda: Cervantes estuvo realmente preso aquí durante muchos años. Nos lo enseñaron en el cole”. La recepcionista del hotel parece convencida. Y con ella muchos habitantes de Ulcinj, esta pequeña estación balnearia que es la última del sur de Montenegro antes de llegar a Albania. Hasta el punto de que varios dan hoy el nombre de plaza de Cervantes a lo que es oficialmente la pequeña plaza de los Esclavos, en el corazón de la Stari Grad (Ciudad Vieja en serbio). Y añaden un detalle que consideran definitivo: el escritor habría elegido el nombre de Dulcinea, el personaje del Quijote,en recuerdo de una mujer de la que se enamoró y que vivía en esta ciudad que se llamaba entonces Dolcinio.
¿Leyenda? Es cierto que Ulcinj/Dolcinio, uno de los primeros asentamientos de la costa adriática, un lugar disputado que los turcos arrebataron a la república de Venecia en 1571 para controlarla durante tres siglos, ha sido durante mucho tiempo un gran nido de piratas. Y también un gran centro de comercio de esclavos, africanos sobre todo (sus contados descendientes conforman la única —aunque muy pequeña— comunidad negra de Montenegro). Pero de allí a creer, como gran parte de los 10.000 lugareños, que es allí y no en Argel (o por lo menos no solo en Argel) donde estuvo preso el escritor, hay un margen. Por más que el guardián del pequeño museo lindante con la plaza de los Esclavos enseñe incluso al visitante la celda donde se supone que estuvo detenido el ilustre novelista.
Playas soleadas
Pero ¿qué más da después de todo este enigma? He aquí una buena coartada para visitar lo que es una de las ciudades costeras más agradables de Montenegro. Los turistas que acuden a la zona (serbios, kosovares e italianos en su mayoría) vienen sobre todo en verano para disfrutar de sus playas soleadas, una de las cuales es la más larga del país (con 12 kilómetros). Aquí se instaló también uno de los primeros centros naturistas de Europa, en un paraje solitario cerca de la frontera albanesa.
Pero es casi mejor visitar Ulcinj fuera de la temporada alta: uno puede entonces pasear solo por un apacible casco viejo, que, aunque reducido, es uno de los más bonitos del país. Asentado sobre unas murallas impresionantes que dan la sensación de caer directamente al mar, todo en él, casas y callejuelas empinadas, está hecho de piedra, lo que da una sensación especialmente armoniosa al conjunto. Su centro es la plaza de los Esclavos, decorada con una fuente donde se pueden leer todavía unas inscripciones en turco antiguo. El carácter pintoresco de la Stari Grad ha empezado a atraer hoteles y restaurantes, pero son numerosos los residentes que viven todavía allí, como lo atestiguan las coladas colgadas a la vista en muchas casas, o los gallos que despiertan al visitante de madrugada.
Fuera de la ciudad antigua, la moderna (no tan moderna de hecho: detrás de las tiendas de moda italiana se ven todavía las viejas casas con sus huertos y sus naranjos) atestigua el carácter cosmopolita de la historia de Ulcinj, donde el 70% de la población actual es de origen albanés (la mayor parte de las inscripciones, de hecho, son bilingües). La ortodoxa catedral de San Nicolás coexiste en paz con las mezquitas donde el muecín llama a los fieles. Y también con los testimonios de devociones más recientes y menos religiosas, como la Discoteca Renome o el Night Club Vanilla. El Café Latino está frente a una tienda de objetos de decoración de inspiración islámica.
Mientras, frente al hospital, una estatua dedicada a la Madre Teresa de Calcuta (de origen albanés aunque nacida en la actual Macedonia) y cubierta de flores frescas comparte una esquina con una placa conmemorativa dedicada por los “kosovares agradecidos” a la población de Ulcinj, que les apoyó durante la guerra a finales de los años noventa. En un cerro que domina el malecón se yergue el enorme Monumento a la Libertad: con su estilo masivo típico de la época comunista, parece un ave con las alas desplegadas. Es uno de los pocos recuerdos del régimen anterior: el antiguo bulevar del Mariscal Tito ha dado hoy su nombre a un héroe de la independencia albanesa.
Tras pasear por las calles de una ciudad donde uno tiene la sensación de estar siempre subiendo o bajando por calles empinadas, nada mejor para descansar que sentarse en la Mala Square, frente a la playa y al pie de la Ciudad Vieja, para dejar fluir el atardecer mirando a los ancianos sentados en los bancos de la plaza discutiendo de manera acalorada en serbio o en albanés. Una viejita vestida de blanco y con el velo cubriéndole el pelo, al acercarse a una mezquita, se cruza con unas jóvenes con pantalones ceñidos y cigarrillo en mano. Y el visitante tiene la sensación de que está desfilando ante sus ojos toda la compleja historia de la región, en esta ciudad que parece un pequeño compendio de los Balcanes.
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