Escritura de riesgo en São Paulo
El 'pixação' es un tipo de grafiti que solo se da en la ciudad brasileña
No hay una esquina de São Paulo que se escape de la marca del espray. Ni siquiera las cornisas de los rascacielos de 30 plantas. La metrópoli alberga un lenguaje propio que no se encuentra en ninguna otra pared del mundo, una forma de expresión, nacida en los 80, que se hizo grande en las manos de chavales de la periferia que comenzaron a estampar en los muros lo que nadie quería oír. Lo llaman pixação y no se me ocurre una traducción al español.
Son letras de un solo color, alargadas y puntiagudas, inspiradas, dicen, en las primeras portadas de los discos de heavy metal que, a su vez, copiaban los trazos de los alfabetos bárbaros. Prácticamente no se entiende nada de lo que pone, está escrito de igual a igual, busca llamar la atención de la sociedad pero no comunicarse con ella.
El documental PIXO, que recorre el fenómeno a través de sus protagonistas, contiene una escena en la que un joven reconoce que no sabe leer, pero al mismo tiempo traduce al espectador cada uno de los mensajes pixados en una pared. "Nació como lenguaje de toda una generación de jóvenes de la periferia, abandonados por el Estado, que pensaron que era mejor ser odiados que ignorados. No tienen condiciones de expresarse de otra manera", explica João Wainer, director de la película junto con su hermano Roberto T. Oliveira.
En el vídeo se ve cómo los pixadores consiguen pintar en lugares imposibles y hay algunas imágenes que hacen que te agarres a los brazos de la silla. Los chicos –no hay muchas mujeres en el gremio– se valen de las cañerías que llegan hasta la azotea o de los salientes de las cornisas para trepar al último piso. Cuánto más alto e inaccesible, mejor. La locura de escalar un rascacielos sin nada parecido a un arnés o una red implica también una reivindicación de pertenencia a un grupo. Entre los pixadores hay bandas rivales y marcar el más alto de los edificio aún virgen es una cuestión de agallas, de demostrar quién grita más fuerte, pero también de territorio.
A veces sale mal, la cañería se rompe o la cornisa resbala. Para los pixadores, su causa es lo suficientemente importante como para jugarse la vida.
Es difícil encontrar a un paulistano que hable bien de este fenómeno. Mientras que el grafiti está tan bien visto que hasta las autoridades lo promueven, la pixação es un delito ambiental, de vandalismo y contra el patrimonio público.
No cuenta con muchos simpatizantes, se gastan millones en recuperar fachadas que duran limpias tres días, y la presidenta Dilma Rousseff aprobó una ley en 2011 que impedía la venta de aerosoles a menores de 18 años. El objetivo era minimizar la actividad de los pixadores, pero las fachadas siguen gritando contra la desigualdad. El día a día de esta ciudad de pobres que parece crecer solo para los ricos.
“Hice el documental porque la pixação me parece muy bonita. Podría ser declarado bien inmaterial de la ciudad. Es cuestión de gustos, sí, pero también una cuestión de generosidad, de pararte e intentar entender qué es, qué dice”, dice Wainer.
La última campaña de la marca Puma se ha rodado en São Paulo con los jóvenes de esa periferia abandonada como protagonistas. Quizá consiga que el mensaje acabe llegando a quien, a pesar de verlo todo desde arriba, nunca ha reparado en los gritos de las cornisas.
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