Noche churrigueresca

Bastaría decir que el viejo Las Torres es el único hotel privilegiado en el cuadrilátero de la plaza Mayor salmantina para hacer la vista gorda sobre otras consideraciones... Ningún otro en la ciudad está ahí, tan encima de lo que ocurre en el empedrado, junto a una esquina del lienzo churrigueresco que conforma el frontispicio del Consistorio, obra del arquitecto Andrés García de Quiñones, (1755) según los planos generales diseñados por el propio Churriguera. Su nombre obedece al recuerdo de unas torres que no pudieron construirse en las alas laterales por el temor a que la estructura del monumento no soportara todo ese peso. Y así se quedó la plaza, tal cual la vemos hoy, desmochada de sus atalayas, pero espléndidamente rematada por 96 pináculos de piedra de Villamayor.

El acceso al establecimiento se efectúa por una calle lateral a la plaza. Parece mentira que tan monumental emplazamiento se vea menoscabado por una entrada destartalada, sumida en cierto abandono, sin que nadie se ocupe ni de cuidarla ni de atender a las visitas. A través de un pasillo que mal podríamos llamar zaguán, muy estrecho, se intuye una portezuela a mano derecha. Es empujarla y descubrir otro orbe distinto al imaginado: la legendaria cafetería Las Torres. No pertenece al ámbito de gestión del hotel, pero aunque esté necesitada igualmente de un retoque, vale la pena bajar aquí a desayunar por empaparse de las fotos y recortes de periódicos colgados por las paredes, evocadores de la primera época del negocio, allá por 1946. El salón de desayunos del hotel carece de este valor nostálgico.

Quien viaje en coche puede dejarlo estacionado gratuitamente junto al puente romano, a unos 15 minutos a pie del hotel, o pagar 11,50 euros por una plaza en el garaje concertado Le Mans, a 150 metros de la recepción.

Ascensor arriba se encuentran las habitaciones, en clave contemporánea. Unas dan a oscuros patios interiores, no aptas para claustrofóbicos. Son pequeñas, amalgamadas de muebles, maltratadas por el uso y por un mantenimiento poco exigente, la verdad, que flagela también a los cuartos de baño. Las otras, las que miran a la plaza, tampoco mejoran el desgaste general que sufren los muebles y las paredes, los colchones y las puertas. Pero, qué más da si al abrir el balcón uno queda atrapado súbitamente por la exaltación del estilo churrigueresco que es la plaza Mayor de Salamanca.

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