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Ámsterdam, el fin de semana perfecto

Con el buen tiempo llega la fiesta

Visita a Ámsterdam de un escritor y su hijo universitario. Situaciones un poco embarazosas en los 'coffee shops' y el Barrio Rojo, en una ciudad desbordante de vitalidad

Aunque hayas estado antes en la ciudad (y yo estuve años atrás el día del cumpleaños de la reina, cuando Ámsterdam se convierte en un gran pub atestado y la gente exhibe sus cacharros en las aceras), al principio es difícil orientarse. El trazado de los canales te confunde. Pero a quién le importa perderse en una ciudad tan acogedora. El Barrio Rojo es inevitable la primera noche. El río de gente te lleva, una vez que has entrado en uno de los coffee shops, también de rigor. Si es embarazoso el nostálgico humo verde que te envuelve en los coffee shops al lado de tu hijo, que finge inocencia, no digamos las mujeres expuestas en las vitrinas. Pero para eso están los viajes de estudios. El Barrio Rojo se encuentra en obras. Hay un debate abierto sobre qué hacer con él, si ha de abandonarse in aeternum al comercio del sexo el corazón de la venerable ciudad. Yo creo que está bien así, dice mi hijo.

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Un punto detectivesco

El flujo de gente discurre dando tumbos por esas calles que desprenden un erotismo frío mientras el chico toma una foto atrevida de una joven semidesnuda que se dispone a cerrar la cortina en el primer piso. Entonces vemos unos grumos rojos en el suelo. Una mujer dice que han apuñalado a alguien. El reguero de sangre sobre el asfalto se detiene delante de un sórdido sex shop. Si la víctima ha muerto tras recorrer una veintena de metros, nadie lo diría. La fiesta roja sigue, tras las vitrinas las chicas se mueven con ávida languidez. Dos curtidos policías a caballo patrullan los muelles, entre camellos, turistas y borrachos.

En la Herrengracht, nuestra habitación con vistas al canal de los señores parece el camarote de un barco. El hotel es estrecho y vertical, y su dueño, un gato gris enorme que ocupa el mostrador de la recepción. Yo hubiera preferido dormir en una barcaza en el Amstel, pero mi hijo, a quien le encantan los gatos, prefiere tierra firme, si puede llamarse así a estos vetustos edificios que lamen el aguachirle. En la Herrengasse se siente la noche de Ámsterdam como una noche de otro tiempo, de la época de Rembrandt digamos, cuando pintó su Ronda nocturna. El día siguiente tenemos una cita con ella en el Rijksmuseum. Pero antes vamos a ver en el Barrio Judío las dos sinagogas; una de ellas, la Nieuwe, sobrevivió a la ocupación nazi casi intacta.

El Rijks sigue su remodelación, que durará hasta 2013, un proyecto colosal de los arquitectos andaluces Antonio Cruz y Antonio Ortiz. Es una lástima que gran parte del museo esté cerrado, aunque así uno puede concentrarse en las obras maestras que se exhiben en el ala Philips. Vermeer, Frans Hals, Jan Steen, Jacob van Ruisdael, Rembrandt: retratos admirables, tempestuosas marinas y la perfección de la naturaleza muerta. Sin menospreciar la Ronda nocturna, de Rembrandt, prefiero De Staalmeesters, los seis personajes que en una sala iluminada por una ventana alta examinan muestras de telas. El maestro pintó este cuadro a los 56 años, cuando ya andaba de capa caída, y adoptó un minimalismo dramático que convierte la escena en hipnótica.

Si el Jordaan es un barrio ideal para el espíritu bohemio, el Van Gogh es un museo modélico. Su organización temática y espacial, con la última aportación arquitectónica debida a Kisho Kurokawa, un ala elíptica medio subterránea, despierta en el visitante una variedad de sensaciones estéticas y el estímulo por saber más de ese mundo obsesivo y alucinante. El arte enérgico de Van Gogh fascina a los ojos jóvenes. Padre e hijo salimos a la explanada frente al Concertgebouw para tomarnos un respiro. Luego volvemos a los canales (es hora ya de alquilar un bote) recalando primero en el Leidseplein. Allí todo el mundo parece estar en el trance de un viaje de estudios, colgados al lugar atravesado por tranvías locos como si el tiempo no existiera. Mi hijo toma nota del maravilloso enclave juvenil de la plaza, del hotel Americano y el antiguo teatro, así como de las discotecas Paradiso y Melkweg. Algún día habrá de volver al Leidseplein. Porque sin duda volverá a Ámsterdam, quizá cuando la ciudad entera se vuelve loca, un 30 de abril.

» José Luis de Juan es autor de la novela 'Sobre ascuas' (Destino).

El <i>coffeeshop</i> Smokey, en Ámsterdam.
El coffeeshop Smokey, en Ámsterdam.JOSÉ LUIS DE JUAN
Un magneto del Barrio Rojo de Ámsterdam en un semáforo.
Un magneto del Barrio Rojo de Ámsterdam en un semáforo.W. EVERS

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