De ‘La flor de mi secreto’ a ‘Dolor y gloria’: cómo Almodóvar borró esa España moderna que él mismo ayudó a crear
Hace 25 años Almodóvar sorprendió con un melodrama en el que esa España vibrante que él tan bien había descrito en los ochenta se resquebrajaba. Un espíritu que ha mantenido hasta sus películas más recientes, donde la calle ya no es ni amable, ni fresca, ni colorista
En 1995, en pleno crepúsculo del felipismo, Pedro Almodóvar (que acaba de proyectar La voz humana en Venecia) desconcertó a su público con un melodrama doméstico y frívolo sobre la crisis. Se llamaba La flor de mi secreto. A pesar de que la trama y los ingredientes eran claramente almodovarianos, la película sorprendió por su tono. Un cambio evidente en el estado de ánimo del director.
El protagonista de 'Dolor y gloria' vive aún más aislado que la de 'La flor de mi secreto'. La única vez que pisa la calle ve una pelea entre dos inmigrantes armados en un barrio pobre de Madrid. Parece una proyección subjetiva de alguien que lleva tiempo retirado de un mundo que lo aterroriza
La flor de mi secreto venía precedida por Kika, una película esquizoide que ya reflejaba el cambio operado en España tras el 92 y el sensacionalismo atroz de la televisión suscitado por el espectáculo en torno al caso Alcasser y la llegada de las televisiones privadas. Kika fue un paso intermedio hacia nuevo estado de ánimo que se asentó en Almodóvar con La flor de mi secreto. Se había anunciado que la protagonista de la película sería Ana Belén, musa de la Transición, pero algo después la estrella fue sustituida por Marisa Paredes. Una vez estrenada la peli a nadie le cupo duda de que había sido una decisión acertada: Paredes estaba inmensa.
El idilio entre España y el gobierno del PSOE que se había producido tras la Transición agonizaba. El paro, la corrupción, la trama de los GAL y algunas de sus consecuencias, como la esperpéntica huida de Roldán o el “váyase, señor González” caldearon el ambiente en las calles hasta el punto de que se hablaba de un caldo de cultivo ideal para un golpe de estado. Toda esa crispación estaba bastante reflejada en la película: una manifestación de sanitarios que coreaban “ahora la gripe la va a curar Felipe”, un trabajador de las rotativas de El País haciendo un juego de palabras sobre un país que no funciona, pintadas contra el PSOE en las calles…
"Bastante realidad tenemos cada una en nuestra casa. La realidad es para la televisión y los periódicos. Y mira: por culpa de tanta realidad el país está a punto de estallar. ¡La realidad debería estar prohibida!", exclamaba una editora de novela rosa interpretada por la magnífica Gloria Muñoz. Se lo dice a Leo, la protagonista de la película, una escritora cuyos libros son todo un fenómeno social.
Leo es una mujer madura en crisis general: su matrimonio está kaput, es incapaz de seguir escribiendo novela rosa pero está obligada a hacerlo por un contrato millonario y su estabilidad emocional hace tiempo que entró en el territorio de lo patológico. A su alrededor todo el mundo la acusa de vivir de espaldas a la realidad, pero sus editores le exigen que lo haga a través de un contrato que la ata a "escenarios de amor y lujo, finales felices y ausencia absoluta de conciencia social".
Pedro Almodóvar, que había sido uno de los agentes principales a la hora de apuntalar la narración de la Transición desde la cultura, mostrando y contruyendo a la vez una nueva España y una larga lista de fenómenos de la modernidad, habló explícitamente en 'La flor de mi secreto' del desmoronamiento de aquella utopía
A pesar de que Leo es rica, vive en un pisazo en el casco histórico y tiene un trabajo magnífico, está a punto de volverse loca. Digamos que es una mujer bastante intensa, casada con un teniente coronel de la OTAN que prefiere la guerra de Bosnia a vivir con ella. Y ella no puede soportar la ausencia de su marido, al que, cosas del melodrama, sigue amando con pasión insoportable.
Un fatídico día sus editores amenazan con denunciarla si no sigue escribiendo las novelas rosas que el público espera, pero ella se declara incapaz de hacerlo. Y a esto se suma que su marido la abandona. Se lleva tal berrinche que decide suicidarse. Se toma media caja de pastillas y se tiende en la cama matrimonial, sobre cuyo cabecero cuelga un mapa político de España y una foto de su marido uniformado estrechando la mano del rey Juan Carlos I, también muso de la Transición. Pero de repente el contestador automático reproduce la voz de su madre, y ella reacciona a tiempo de vomitar las pastillas. No ha tenido tiempo de recuperarse cuando su mejor amiga le confiesa que está liada con su marido y le echa la bronca por no haberse dado cuenta ella sola.
La vida de esta mujer, repleta de problemas del primer mundo, se relata sin embargo con tal derroche de imaginación, inspiración, ritmo e inteligencia que estalla en pura épica del melodrama, cobrando solita importancia y pertinencia. Leo se pasa la película sufriendo por su propia crisis con una intensidad olímpica, sin comprender por qué ese furor iracundo de las calles de Madrid y de un país también en crisis sigue adelante sin prestar atención a su duelo. Este estupor que todos hemos experimentado cuando nuestra vida se tambalea pero el mundo sigue rugiendo como si nada es uno de los temas de la película. Pero hay muchos más.
Cuando amaina la tormenta y Leo toca fondo tras el intento de suicidio, decide retirarse al pueblo con su madre. Una poesía sobre la aldea que recita la anciana nos sirve de túnel del tiempo para abandonar el paisaje abigarrado y ensordecedor de Madrid y entregarnos a la horizontalidad rural. Resulta que Leo no nació rica y sofisticada. Leo viene del pueblo, donde aprendió a escribir contestando las cartas de las vecinas analfabetas. Este prurito autobiográfico de Almodóvar, la historia del matrimonio rural cuyos hijos son ya habitantes de la ciudad y han conseguido infiltrarse en una sociedad burguesa, forma parte de la utopía de la Transición Española, que ya se resquebrajaban en 1995 y que a día de hoy parece cada vez más improbable. Pedro Almodóvar, hijo de campesinos, es ejemplo vivo de ello, aunque el éxito que él ha conseguido en su trabajo sea más que extraordinario.
Este prurito autobiográfico de Almodóvar, la historia del matrimonio rural cuyos hijos son ya habitantes de la ciudad y han conseguido infiltrarse en una sociedad burguesa, forma parte de la utopía de la Transición Española, que ya se resquebrajaban en 1995 y que a día de hoy parece cada vez más improbable
Chus Lampreave y Rossy de Palma interpretan primorosamente a la madre y la hermana de Leo. Señoras de origen rural emigradas a la ciudad que soportan las vicisitudes de la precariedad. Ellas no pueden permitirse el lujo de volverse locas o separarse del marido, porque rozan la pobreza y viven demasiado apretadas en un piso obrero de una ciudad dormitorio madrileña. La naturalidad con la que Almodóvar consigue mezclar ambos mundos es perfecta. Qué bien funcionan las peleas entre madre e hija a la hora de romper el tono y lubricar el ritmo de la película, qué eficaz es la alternancia entre el lujoso melodrama, los paisajes desconchados de los pueblos de España y los alicatados de los barrios obreros.
Pedro Almodóvar, que había sido uno de los agentes principales a la hora de apuntalar la narración de la Transición desde la cultura, mostrando y contruyendo a la vez una nueva España en la que había modelos posmodernas, abogadas feministas y mujeres maduras solteras que viven en áticos sofisticados, directores de cine que usan las drogas recreativamente y viven inagotable aventuras dramáticas, transexuales que engendran hijos y forman familias y un largo etcétera de fenómenos de la modernidad, hablaba ya explícitamente del desmoronamiento de aquella utopía.
Hay otro asunto que llama más la atención hoy que en 1995. Parece que la trama literaria de la película contiene una fantasía escapista de Almodóvar: Leo es una popularísima escritora que ha tenido el acierto de proteger su rostro y su intimidad tras un pseudónimo. No me parece extraño pensar a día de hoy que Almodóvar fantasee con haber hecho lo mismo. Pero no queda ahí la cosa. Gracias a ese anonimato, cuando sus editores rechazan el intento de Leo por escribir otro tipo de literatura, ella se puede permitir el lujo de publicar en el suplemento literario de EL PAÍS una columna criticándose ferozmente a sí misma sin que nadie sepa que crítica y artista son la misma persona. Y aún hay más: a Leo le sale un negro espontáneo que sigue escribiendo por ella (y sin consultarlo con ella) las novelas que el mercado le exige. ¿Sueña Almodóvar con que un negro le haga las películas que el público espera de Almodóvar mientras él se puede dedicar a hacer sin que nadie se entere las películas que le dé la gana? Es decir, ¿está Almodóvar agotado de arrastrar su fama, su nombre, la exigencia de su público o la responsabilidad del negocio familiar?
Dolor y gloria (2019), la última película del director, cuenta también la historia de un popular artista en crisis que vive completamente aislado de la realidad por varios problemas de salud que configuran cierta clase de depresión dolorida. Se trata en esta ocasión de un director de cine de éxito internacional que utiliza la droga para viajar al pasado y reconciliarse consigo mismo. Un artista que de nuevo se retrata en contraste con su madre y su origen rural, que estrena una obra de teatro sin que nadie sepa que la ha escrito él. Si atendemos a las dos películas como dos versiones de la misma historia, podríamos colegir que en estos veinticinco años Almodóvar se ha cubierto de cierta tristeza y se ha despojado de artificios y camuflaje, pero, ¿qué nos dice la comparación sobre el retrato que hace Almodóvar del contexto político actual?
Es una pregunta complicada de responder, porque el protagonista de Dolor y gloria vive aún más aislado que Leo. La única vez que pisa la calle da lugar a una secuencia algo irreal en la que presencia una pelea entre dos inmigrantes armados en un barrio pobre de Madrid. Parece una proyección subjetiva de un personaje que lleva mucho tiempo retirado de un mundo que lo aterroriza. No hay retrato en Dolor y gloria del momento el actual en las calles, aunque el nivel de crispación y la profundidad de la crisis en 2020 hacen que 1995 parezca un pequeño contratiempo pasajero. Tal vez Almodóvar haya tirado la toalla a la hora de comprender el mundo, lo que de alguna manera representa un aspecto importante de este momento histórico, en el que resulta tan complicado asimilar el torrente constante de cambios y acontecimientos.
Dice el filósofo coreano Byung-Chul Han que la depresión es una enfermedad narcisista, un exceso del Yo que deviene en enfermedad. Tal vez un mundo que ya no entendemos nos mantiene presos en nosotros mismos y eso nos tiene profundamente deprimidos. Tal vez Almodóvar no puede evitar reflejar el momento histórico aunque haya dejado de observar el mundo exterior. O tal vez yo me estoy pasando de listo a la hora de psicoanalizar una película. Veía todas las películas de Almodóvar el día de su estreno, en primera sesión. Vi La flor de mi secreto el 22 de septiembre de 1995 en un multisalas de provincias. Yo era un estudiante de primero de ingeniería, también de origen rural. Vibré con aquel corazón de rosas rosas del cartel de Juan Gatti. Vibré con la melodía que Alberto Iglesias había compuesto para los títulos de crédito. Vibré durante toda la película y salí del cine flotando, deseando volver a verla. Aún me sé de memoria muchos de los diálogos. Si alguien le hubiese dicho a mi yo de 1995 que veinticinco años después iba a escribir un artículo sobre La flor de mi secreto para EL PAÍS se habría vuelto loco, aunque ninguna de las predicciones que hubiese podido hacer acerca de España o de sí mismo en 2020 habrían resultado muy acertadas.
Weldon Penderton es autor de Salvemos la Jarapa y parte del podcast literario (y también editorial) Niños Gratis, que no ha dedicado un programa a Almodóvar, sino dos.
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