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Blogs / Cultura
Del tirador a la ciudad
Coordinado por Anatxu Zabalbeascoa

Asunción vista desde arriba

El edificio más alto de Paraguay trata, paradójicamente, de aparecer y desaparecer a la vez

Anatxu Zabalbeascoa
Exterior de la Torre Icono en Asunción (Paraguay).
Exterior de la Torre Icono en Asunción (Paraguay).Carlos Jiménez/ Estarq

Desde 2012, la avenida Costanera, que recibe el tráfico que llega del aeropuerto y alcanza el centro de Asunción, bordea la bahía de la ciudad y circunvala tres de sus barrios al acercarse al casco histórico. Curiosamente, lo que a lo lejos anuncia ese centro de trazado colonial son dos contrastes: una torre ligera y roja, clavada en el paisaje, y una manta habitacional, un asentamiento de autoconstrucción conocido como La Chacarita.

La columna que marca el paisaje, con un trazo vertical de 140 metros de altura, se llama Torre Icono pero, paradójicamente, trata de aparecer y desaparecer a la vez. Es decir: se ve de lejos más porque es roja que porque es alta. Uno se fija en ella porque es a la vez elegante y drástica, una paradoja visual a la vez desdibujada, inmaterial y sobresaliente. Ese es su principal atributo: el contraste y el despiste. Al contrario de la mayoría de los edificios en altura que ha firmado su autor, el arquitecto Carlos. A. Jiménez y su estudio Estarq, –torres residenciales más convencionales con terrazas en voladizo para atrapar y huir del sol– este rascacielos es una torre ligera, casi una escultura habitable. El edificio es también una afirmación de respeto, una obra minimalista y drástica a la vez, una osada propuesta que lleva directamente de la escasez al futuro.

El manto, casi a los pies de la torre, La Chacarita, es el barrio de autoconstrucción más emblemático de la ciudad. Uno de los vecindarios con más sabor –y problemas– de Asunción. Un lugar que la última Bienal de Arquitectura Iberoamericana tuvo la valentía de designar como escenario de la muestra para, así, dar a conocer cómo vive una gran parte de la población en Latinoamérica. Y en el mundo. Se pudo ver entonces que la escasez –y la necesidad urgente de mejorar alcantarillado y saneamientos– no está reñida con la calidad espacial, vecinal, la escala humana y el espacio público compartido. La cercanía al centro y la facilidad con la que la mayoría de habitantes se trasladan a su puesto de trabajo –caminando– es un indicativo de futuro. La necesidad de confiar en la autoconstrucción y el desamparo de la alegalidad son, por el contrario, cuestiones del pasado que deben ser resueltas sin recurrir a la solución drástica e inujsta del desalojo generalizado. De cómo el centro histórico de Asunción gestione su pobreza, su ingenio, su historia, su verdad y su densidad depende, en gran parte, su futuro. Más allá de la rentabilidad económica y la justicia social las ciudades tienen una historia que deben dejar aflorar para no dejar de ser.

Pero las ciudades también tienen un futuro con el que deben aprender a convivir. Y el futuro pasa también por la convivencia con las torre. De la de Carlos Jiménez, drástica y tímida lo primero que se ve es el color rojo, como ocurre con el Museo de Arte que Lina Bo Bardi erigió en Sao Paulo (1987). Y lo segundo que llama la atención es su ligereza. Aunque se terminó hace casi tres lustros –antes de que se ideara la avenida Costanera a la que ahora saluda–, el rascacielos todavía está escasamente habitado. Parece en construcción. Pero está acabado. Esa desmaterialización se debe a que las aristas del prisma están liberadas por las terrazas. Hay contacto, y ventilación, entre la bahía y la frondosidad de las palmeras y los lapachos que el centro no puede perder. Pero son los planos rojos los que confieren al edificio su drástica imagen.

Su altura, 140 metros, duplica la del skyline de la ciudad. Pero frente a los inmuebles anchos y compactos que abigarran el urbanismo, esta torre lo subraya, lo anuncia con su estructura ligera y coloreada. Más que un icono, su ligereza la convierte en el antiicono.

El interior también habla de un futuro arraigado. Como en muchas viviendas paraguayas, la cocina y el salón ocupan un mismo espacio en la planta libre de un loft. Jiménez explica que el edificio –él no habla de rascacielos– aprovecha las mejores vistas de la ciudad: el río y el horizonte verde, sin hacer sombra a sus vecinos.

Y tiene razón. Por eso Jiménez, que es profesor de proyectos en la Universidad Nacional de Asunción y preside el Colegio de Arquitectos de su país, cita para concluir a la escritora Isak Dinesen: “El mundo ha sido hecho para ser visto desde arriba”. Su torre Icono lo hace posible. No es un icono, es un faro.

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