El dilema de Pedro Sánchez
El problema principal es la composición de la coalición de Gobierno y algunos de sus apoyos, fuerzas vistas como peligrosas en los círculos de poder europeo
El prestigioso instituto de sondeos Metroscopia difundió este pasado fin de semana los resultados de una significativa encuesta: el 92% de los españoles desea un gran pacto entre las fuerzas políticas y sociales para solucionar la gravísima crisis que atravesamos, aunque un 79% cree improbable que ello suceda. Son cifras demasiado rotundas para que nuestros representantes políticos las menosprecien. Muestran cómo los ciudadanos van en una dirección y, a la vez, intuyen que los partidos políticos escogerán la contraria.
Así las cosas, parece haber consenso general en que la solución pasa por un amplio acuerdo dentro la Unión Europea, y aún más allá, como bien razonaba el alto representante para la política exterior europea Josep Borrell en su gran artículo de ayer en este periódico. “Estamos entrando en una fase de convergencia en la que la Unión es el escenario central”, decía y, tras admitir algo tan grave como que “nos enfrentamos a una recesión mundial”, proponía “un sistema europeo de gestión de la crisis y una estrategia común para hacer frente al coronavirus”. Sin duda, el artículo de un estadista.
Pero antes de llegar a este acuerdo europeo debemos alcanzar un gran pacto nacional: las medidas que nos esperan, en las que se debe buscar la colaboración de todos, o de la más amplia mayoría posible, han de consensuarse antes en casa para después acudir a Bruselas y a Frácfort, para negociarlas.
¿Estamos políticamente preparados para ello? Me temo que no, como opinan los españoles en sus respuestas a Metroscopia. El problema principal es la composición de la coalición de Gobierno y algunos de sus apoyos. Pedro Sánchez no tendrá ninguna influencia en la UE si va de la mano de quienes le sostienen en el Congreso, tanto populistas como independentistas, dos fuerzas políticas marginales, y vistas como peligrosas, en los círculos de poder europeo. España, además, hace años que no puede presumir. En la época de relativa prosperidad posterior a 2015 disminuyó notablemente el paro pero apenas nada la deuda pública que pronto estará otra vez por las nubes. Si España quiere ayudas debe inspirar mucha confianza y un presidente acompañado de tales socios no es buena tarjeta de presentación.
Ahí está el dilema de Sánchez: o busca otros apoyos internos o difícilmente obtendrá las ayudas que España necesita. Como se trata de un dilema, ninguna de las dos salidas es de su agrado, pero debe escoger; la solución preferible es optar por la menos mala. Si piensa en el bienestar de los españoles, creo que no hay duda: a ampliar sus apoyos y, caso de que los actuales no lo acepten, debe prescindir de ellos. Esperemos que las demás fuerzas tengan la inteligencia suficiente para ayudarle a salir de este difícil trance.
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