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Columna
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Que no nos ciegue la esperanza

Todos los países subestiman el número de infectados, pero en el caso de China la variación podría ser considerable

Ana Fuentes
Ciudadanos caminan en un cementerio durante el festival Qing Ming, también conocido como el Día de Barrido de Tumbas, este viernes en Shanghai, China.
Ciudadanos caminan en un cementerio durante el festival Qing Ming, también conocido como el Día de Barrido de Tumbas, este viernes en Shanghai, China.Yves Dean (Getty Images)

Miramos a China porque fueron los primeros en sufrir el virus y también en controlarlo, y asumimos que sus datos son ciertos, pese a su largo historial maquillando cifras. Estos días necesitamos consumir todo lo que sugiere que saldremos de este trance, pero no devoremos a ciegas todo lo que nos cae en el plato. Cada país le manda a la OMS sus cifras oficiales. Todos subestiman el número de infectados, pero en el caso de China la variación podría ser considerable: sanitarios locales que no quieren dar sus nombres han reconocido que muchos casos no se están contabilizando porque los políticos necesitan enviar cada vez mejores cifras a Pekín. También hay dudas sobre el número de muertes. La revista Caixin, que a veces logra zafarse de la línea oficial, asegura que la semana pasada a uno de los ocho crematorios de Wuhan llegaron 2.500 urnas funerarias y estima en 35.000 el total de las distribuidas. ¿Está China ocultando datos? Lo ha hecho en cada catástrofe natural y sanitaria del último siglo. Hay que sospechar por mera inducción. Tres ejemplos.

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En 2008, un terremoto acabó con 70.000 vidas en Sichuán. Entre ellas, niños sepultados bajo sus escuelas, que habían sido construidas con materiales de baja calidad. La cifra oficial de críos fallecidos fue 5.000. El doble, según periodistas independientes, abogados y padres, que denunciaron la corrupción de las autoridades. Decenas de ellos terminaron detenidos.

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Cinco años antes, cuando se detectó el SARS en Cantón, el tema fue clasificado como “alto secreto”. Las autoridades tardaron tres meses en admitir la existencia de la enfermedad. Los médicos que criticaron la opacidad del Partido tuvieron problemas con la policía.

Y otro escándalo que marcó a generaciones enteras: los pueblos del sida. En los años noventa, campesinos de las provincias más pobres contrajeron VIH al vender su sangre. Las autoridades locales hacían negocio revendiendo el plasma a laboratorios. Montaron tal campaña de promoción que los aldeanos se dejaban extraer hasta perder el sentido. Las muestras se mezclaban sin control, las agujas no se desinfectaban. Las estimaciones oficiales sumaron hasta 300.000 contagiados, pero los activistas hablaban de un millón. Muchos denunciantes fueron represaliados.

Me vienen a la mente más casos y todos siguen un patrón parecido: funcionarios que pervierten las cifras; denunciantes detenidos o desaparecidos. En esta ocasión la guerra propagandística entre China y Estados Unidos complica el análisis porque hay quien piensa que poner la lupa sobre uno equivale a comprar la versión del otro. Un informe de la inteligencia estadounidense asegura que las cifras del país asiático son falsas; China replica que Washington ha sido tan ineficaz a la hora de controlar el virus en su territorio que tiene que mandar a la CIA a fabricar informes. Tristemente, la gravísima dejación de Trump es compatible con el secretismo en China.@anafuentesf

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Sobre la firma

Ana Fuentes
Periodista. Presenta el podcast 'Hoy en EL PAÍS' y colabora con A vivir que son dos días. Fue corresponsal en París, Pekín y Nueva York. Su libro Hablan los chinos (Penguin, 2012) ganó el Latino Book Awards de no ficción. Se licenció en Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid y la Sorbona de París, y es máster de Periodismo El País/UAM.

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